La ética del profesional o la profesión personalizada sin profesional
Cuando uno termina los estudios básicos de primaria y secundaria, o llamados también Educación Básica Regular, uno se plantea generalmente lo que va a ser de nuestra vida futura: o seguir estudiando para asimilar conocimientos y capacidades que nos permitan aplicar posteriormente a mejores trabajos y bien remunerados, con respecto a los de mando inferior. Aunque muchas veces la realidad nos ha dado casos de quienes han seguido direcciones impuestas por los padres o familiares de manera muy rígida, o bien por seguir con una tradición empresarial familiar, o bien por las mismas profesiones u oficios que tienen los padres. Como si eso fuera una distinción, cuando muchas de las veces implica un acceder por compromiso pero sin voluntad ni amor a la carrera asumida, perdón, impuesta.
Sea oficio u profesión, existen elementos que rigen de alguna manera nuestra forma de pensar, decidir y actuar, logros que se han ido obteniendo a lo largo de mucho tiempo, mediando experiencias directas o indirectas, cúmulo de conocimiento, etc.
Pero quiero detenerme un momento en cuanto a los profesionales, dado que yo mismo lo soy.
Cuando optamos conscientemente por seguir estudios superiores, para optar por un título profesional, debemos no sólo estar de acuerdo con nuestros intereses y deseos, sino que también ello debe estar en común acuerdo con lo que la profesión exige del profesional. Ahora existe un Código de Ética Profesional, y me parece que muy pocos lo conocemos, siendo indispensable que todos los que han obtenido un título profesional, lo conozcan y apliquen todo el tiempo.
Los valores basan en sí el proceder de una persona, más aún si ha conseguido culminar estudios superiores, y más aún todavía si habiendo obtenido el título de profesional reconocido por el Estado y la Nación.
Considero que quien concluye sus estudios superiores, debe llevar consigo no sólo un conocimiento más profundo de las materias que han sido sustento del profesional; sino que además, está comprometido con cumplir esos códigos para un mejor actuar, dado que por un lado está representando a todos los demás titulados en esa profesión, sea en la ciudad o en el mundo entero.
Lamentablemente, la realidad muestra una y otra vez, casos de profesionales que incumplen con ese compromiso que se hace jurando al recibirse como titulado en una profesión. Esa parte moral de la persona, entonces, no debe quedar truncada, sino que debe aflorar por necesidad frente a quienes nos rodean, sean estos quienes se sirvan de nuestros conocimientos y habilidades, o no.
Ser honestos, fieles cumplidores de la palabra dada, sinceros, confiables, trabajadores, y un largo etcétera más. Pero me parece que más allá de lo vertido líneas arriba, queda muchas oportunidades relegada la parte humana. Lo que considero que no puede estar huérfana en ningún momento. Como ejemplos podré citar, jueces corruptos, oficiales de fuerzas armadas abusando de su poder y/o armas, docentes iracundos e incontrolables con los alumnos, etc., etc., etc.
La actitud, como la conciencia, en el profesional, deben ser lo más ecuánimes y claras en el sentido positivo, y por ninguna razón debe permitirse que algún profesional que no cumpla con ser coherente entre lo que aprendió, lo que juró cumplir y su vida real, no esté evidenciando aquello.
Debería haber una evaluación integral, completa (¿?), reflejada al entorno y tiempo, pormenorizada en cuanto a la carrera o profesión, y ser tomada periódicamente a los profesionales que ejerzan un cargo público o no, ya que eso denotaría en muchos casos un indicador de que la persona profesional no se encuentra “apta” para ejercer ese cargo dentro del ámbito laboral al cual pertenece, pudiendo seguir un tratamiento oportuno y eficaz, o si el caso es muy difícil e irreversible, ser retirado del cargo encomendado, por respeto y cuidado a los demás.
Darío Enrique
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