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Intolerancia.23

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Andrés la devoró toda la mañana con sus ojos. Seguía cada una de sus palabras con devoción. Ella se ruborizó en varias oportunidades, bajando la vista avergonzada y preguntándose que estaría pensando el otro alumno.

A la siguiente salida, Andrés no se reprimió más y la besó acaloradamente en la primera oportunidad que tuvo. Cuando se animó a proponérselo, ella no aceptó la invitación de ir a un hotel, aduciendo que las cosas apresuradas nunca salen bien- Es mejor que nos demos un poco de tiempo para ver que tal nos llevamos- no apuremos las cosas. Dejemos que maduren. Estoy segura que todo saldrá bien. Para Gladys sería la primera vez que se entregara a una relación sexual y quería estar segura de sus sentimientos, tal como siempre se lo había prometido a si misma. Sabía que se sentía muy bien a su lado. Que no le importaba para nada que el fuera dos años menor que ella. Que tenía la sensación que ella  también era importante para él, pero quería asegurarse que no fuera sólo una conquista casual.

Dos semanas más tarde se sintió segura, tanto de sus propios sentimientos como de los de él, por lo que cuando se lo volvió a ofrecer, aceptó ir a un hotel. Y tal como le había pasado a Natasha, al principio tuvo miedo de no saber conducirse, pero a medida que las caricias la fueron envolviendo, se dejó arrastrar por la pasión y tuvo un encuentro memorable. Más que nunca en su vida valoró su convicción, de que la primera experiencia sexual debía ser tenida con afecto, al menos para una mujer. La pasión que sobreviene es, absolutamente placentera.

Cuando regresó a su casa, su madre no tuvo dudas de lo que había pasado y se alegró mucho por ella. Por fin se habían cumplido sus sueños y desvanecidos sus temores. Su corazón le decía que esa relación iba a ser para siempre y que su hija llegaría por fin, a formar una familia.

Ella habló con su madre de sus más íntimos sentimientos y de todas las sensaciones que había experimentado ese día.

Luego, aunque era muy tarde y presintiendo que probablemente la encontraría durmiendo, cosa que así fue, llamó a Ruth y le dijo simplemente –Acaba de suceder. Estoy feliz. Te dejo seguir durmiendo-.

-Su amiga se despabiló de repente ante la noticia que acababa de recibir. Con una amplia sonrisa de satisfacción le dijo: -Te mataría por haberme despertado. Mañana estoy de guardia. Pero gracias por haberlo hecho. Me alegro mucho por ti- y colgó el auricular sin darle tiempo a continuar la conversación.

Andrés le propuso matrimonio el mismo día que se recibió de médico, cuando ella lo fue a buscar a la salida de su examen. Llevaba en su bolsillo un anillo que su padre, dueño de  una importante joyería en el centro de la ciudad, le había tallado en forma exclusiva para la ocasión. Ambos tenían una grabación, el de ella decía “primero y último” y el de él decía “última y única”.

Su padre aún cuando siempre se había sentido triste porque ninguno de sus dos hijos había querido continuar con el negocio familiar, que además era floreciente, en ningún momento dejó de apoyar a sus hijos en la carrera que habían elegido. Les había comprado a ambos un auto, para que pudieran desplazarse con comodidad y había sufragado los gastos de sus estudios y salidas, sin poner jamás objeciones. Consideraba que además de ser buenos estudiantes, se esforzaban mucho y por lo tanto se merecían todo su apoyo.

Siguiendo con ese pensamiento, ante la noticia del casamiento, no sólo les regaló un departamento de tres ambientes sino que, como viaje de luna de miel, les ofreció un tour por los principales países de Europa, para que ese acontecimiento tuviera además, un motivo extra de satisfacciones.

Lamentablemente por la diferencia de estaciones entre America y Europa tuvieron que hacer el viaje en pleno invierno. Pese al frío y a la cortedad de los días -pues oscurecía muy temprano- disfrutaron de cada país que visitaron. No pudieron aplazar el casamiento ni la luna de miel debido a que él tenía que prepararse para los exámenes de residencia. Haría la misma especialidad que su esposa y ya habían decidido que una vez que ambos terminaran la especialidad, se dedicarían de pleno a la esterilidad de parejas.

Desde que en 1978 había nacido la primer bebe de probeta, Gladys había seguido con sumo interés paso a paso este nuevo tratamiento.

Estaba en ese momento cursando el primer año de medicina y como siempre, le habían interesado los temas que se relacionaban con esterilidad, no dudaba de pedirle a profesores y ayudantes todo el material que pudieran conseguirle. Los había estudiado minuciosamente y guardado como si fueran una reliquia y cuando empezó a releerlos junto a Andrés, él también se sintió atraído por los adelantos que estaba dando la medicina en esa especialidad y decidió que pondrían una clínica, si es que su padre los ayudaba, cosa que ninguno de los dos dudó un solo instante.

Andrés aprobó con excelentes notas su examen de residencia y pudo elegir el hospital donde cursarla y aunque sabía que iba a tener que escuchar muchas burlas de sus compañeros con respecto a estar por debajo de su esposa y bajo sus órdenes, puesto que Gladys ya iba a comenzar su tercer año, decidió elegir el hospital en el que trabajaba ella. Jamás se arrepintió de su elección, pese a las bromas permanentes que debió soportar de sus compañeros de curso.

Cuando se estaba acercando la primavera de ese mismo año, decidieron tratar de lograr un embarazo.

Gladys quedó embarazada en el primer mes que dejo de cuidarse Su hija nació poco después que terminó la residencia. Tal como habían acordado antes de casarse, se llamo Lucila.

Andrés había estado de acuerdo con los dos nombres que Gladys tenía elegido desde hacia muchísimo tiempo. Él no tenía preferencia por ninguno en especial y no quiso quitarle a ella, la ilusión de que sus hijos se llamaran como tanto lo deseaba.

Poco tiempo después del nacimiento de su nieta, el padre de Andrés no tuvo ningún inconveniente en transformarse en socio capitalista de la clínica.

Gladys había comenzado a concurrir durante las mañanas a un servicio “ad honorem”  de esterilidad, para ir adquiriendo todos los conocimientos necesarios. Al llegar a su casa, su primera tarea era supervisar  el trabajo de la empleada a cargo de su hija, luego compartir el mayor tiempo posible con ella, darle de mamar y a las cuatro, otra vez partir para el trabajo, pero esta vez hacia la clínica.

A su madre todavía le faltaban unos años para jubilarse y no podía encargarse de la crianza de Lucila,  puesto que su horario coincidía en parte con el de Gladys, pero concluida su labor diaria, todas las tardes iba a visitar a su nieta.

Por otro lado, la abuela paterna no pudo renunciar a seguir acompañando a su marido en su trabajo. Éste ya había sufrido bastante decepción cuando sus hijos no habían querido asociarse con él en ese rubro, como para que ella también le fallara, dejándolo solo.

Su cuñado al igual que Gladys, concurría por las mañanas al hospital y luego cubría el consultorio por las tardes en la especialidad de cardiología.

Habían contratado a un médico clínico para que cubriera las urgencias médicas por las mañanas y otro para completar el plantel médico por la tarde, quién además, se dedicaba a hacer ecografías, por lo que debieron comparar un equipo ecocardiográfico. Montaron  también para completar el esquema necesario, un laboratorio de análisis.

Al año siguiente adosaron un servicio de radiología.

Al igual que su madre, Gladys tuvo varón como segundo que, al igual que su hermano, nació un año más tarde que Lucila. Por supuesto, tal y como estaba decidido, se llamó Sebastián. A partir de ese momento y tal como también lo habían acordado hacía muchos años, cada reunión familiar con Ruth las obligaba a cumplir con el uso del “mi” o del “tu” Sebastián, para referirse a sus hijos. Lejos de ser un incordio, resultaba muchas veces hasta divertido.

Un año más tarde, Andrés finalizó su residencia y se unió al plantel de la clínica, además de empezar a concurrir al mismo servicio que Gladys. Ninguno de los dos recibían paga por su trabajo en el hospital, pero ambos estaban satisfechos con lo que aprendían diariamente y trasladaban ese conocimiento a su práctica privada. Si bien todo significaba un gran esfuerzo, el trabajo en la clínica iba aumentando día a día, lo que les daba fuerzas para seguir y realmente los hacía felices.

La clínica, a los tres años de su inauguración, ya había conseguido hacerse de renombre. Tenían una selecta clientela que se sentía muy conformes, no sólo con los resultados obtenidos -aunque no siempre el éxito coronara sus esfuerzos-, sino también con la calidad de atención que brindaban desde la recepcionista hasta la totalidad de los profesionales que conformaban el plantel.

Le habían ofrecido a Ruth e Isaac que se unieran a ese emprendimiento, pero ellos desistieron de la oferta a pesar de los mejores ingresos que pudieran significarles, porque les interesaba más seguir con sus especialidades, la cirugía general, que todo lo relacionado con la fertilidad, ya que era esa rama de la medicina, la que realmente los hacia sentirse realizados en la faz profesional.

No podían quejarse de lo bien que les iba económicamente, ni de lo realizados que se sentían profesionalmente. Nunca los tres dueños médicos de la clínica, ni su socio capitalista, tuvieron un altercado importante. Hubo, como era previsible, algunas discusiones y opiniones diferentes, pero siempre lograron  encontrar el punto medio exacto, como para que todos llegasen a un acuerdo consensuado.

Cuando Lucila y Sebastián tenían diez y nueve años respectivamente, decidieron llevarlos a Disneylandia. Se pusieron de acuerdo con Natasha y Boris, para que los hijos de los cuatro pudieran disfrutar juntos en ese lugar mágico y ellos de un tiempo de vacaciones compartidas.

Se alojaron en el mismo hotel en Anaheim, donde se encuentran los parques muy cerca de Los Ángeles.

Natasha y Boris habían decidido hacer el viaje en avión hasta los Ángeles. El reencuentro fue realmente emotivo y los días y momentos compartidos fueron estupendos. Después de disfrutar ellos como adultos a pleno y de regocijarse al ver como sus hijos, pese a las diferencias de costumbres, lo hacían en conjunto y como verdaderos compinches, gozando de todos los juegos en los distintos parques de diversiones.  Los tres tenían edades bastante parecidas y estaban acostumbrados a encontrarse cada dos años durante un mes, cuando Natasha y Boris viajaban a Buenos Aires. Durante sus encuentros nunca  tuvieron inconvenientes o desavenencias, salvo alguna que otra disputa sin importancia.

Tatiana era la mas pequeña de los tres, pero también la mas audaz, lo que le permitió subirse a todos los juegos permitidos según su altura y en muchos casos, incitar a los otros dos a que hicieran lo mismo.

Cuando exhaustos terminaron el recorrido de todos los parques, decidieron alquilar un vehículo con espacio suficiente para los siete, para recorrer el camino hasta San Francisco, no sin antes desviarse hacia las Vegas, donde pasaron tres días recreándose de los placeres del casino y de los diferentes espectáculos que ofrecían los hoteles para los chicos.

Cuando llegaron a San Francisco después de conocer los alrededores, rentaron un bote con capitán para pasar un día navegando por la Bahía.

Al llegar el momento del regreso  y de la despedida, como es lógico y siempre sucede en estos casos, todos se entristecieron, a pesar de que sabían que en poco tiempo volverían a encontrarse, ya que al año siguiente Natasha y Boris, harían su habitual viaje a Buenos Aires y volverían a verse. Si bien era un consuelo, no pudieron dejar de sentir un poco la tristeza por la separación.

Habían vivido una hermosa experiencia y prometieron repetirla en Argentina el próximo año, yendo todos juntos una semana a Bariloche, esa hermosa ciudad sureña, digna de todo elogio.

Desde principios del año 2000, el padre de  Andrés empezó a sentir que la recesión que estaba viviendo Argentina, lo estaba ahogando económicamente y conciente que no necesitaba a su edad pasar por el estrés que esto le ocasionaba, decidió vender la joyería.

No fue fácil  puesto que la economía estaba en evidente descenso y no había un mercado de inversores que quisiera hacerse cargo de una empresa tan importante. Como resultado, terminó accediendo a aceptar un precio de venta bastante inferior al real.

Como no tenía mas deseos de invertir e iniciar nada nuevo, puesto que económicamente ni él ni sus hijos lo necesitaban, decidió colocar todo el dinero transformado en dólares, a interés bancario.

Durante poco más de un año el rendimiento fue bueno y estuvo contento con la decisión que había tomado.

Había trabajado desde muy joven y siempre con mucho ahínco, aún cuando no lo necesitara y este relax que estaba tomando con su esposa, que les había permitido viajar con más frecuencia de lo habitual  y disfrutar de mayor tiempo con sus nietos. Todo ello lo había hecho sentir muy feliz.

Pero en diciembre de 2001 el gobierno en un intento de evitar la salida de dinero masiva del sistema bancario Argentino con el consiguiente pánico y posterior colapso del sistema, impuso el denominado “corralito”. Esta medida no era otra cosa que la restricción a la extracción de dinero, tanto de aquel que estaba depositada a plazo fijo y/o en cuentas de ahorro -los que quedaban retenidos en su totalidad-, como el de las cuentas corrientes de los usuarios, del cual, sólo podían extraer una cifra irrisoria por semana.

A cambio de esto impuso una tarjeta de débito, que permitía realizar cualquier operación personal traspasando virtualmente dinero de esas cuentas, a la de los comercios utilizados. Esta iliquidez monetaria provocó una verdadera parálisis del comercio y del crédito. Rompió las cadenas de pago y terminó asfixiando la economía informal de la que dependía un importante porcentaje de la población.

El padre de Andrés que había comenzado desde muy joven casi desde la nada, a forjar su negocio con la ayuda incondicional de su esposa, que siempre lo acompañó empeñosamente trabajando a su lado, tuvo que enfrentarse a la realidad de ver que, todos sus esfuerzos y todos los logros conseguidos, que lo habían enorgullecido la mayor parte de su vida ante familiares y amigos, habían quedado atrapados en un banco, sin poder sacarlo y con bastante posibilidad de que fueran transformados a pesos argentinos con la consiguiente depreciación monetaria y sin saber a ciencia cierta, si algún día podría recuperarlo.

Para esa época, la pérdida de los empleos por cierre o quiebra de las empresas, habían provocado numerosos casos de suicidios e infartos letales. Sobre todo en aquellas personas que por su edad, se veían imposibilitadas de conseguir un nuevo empleo.

Pese a que podía seguir viviendo sin ningún inconveniente y sin tener que recurrir a sus hijos, con la cuota que le correspondía como socio capitalista de la clínica, no pudo superar la sensación de despojo que le había provocado las medidas tomadas por el gobierno y entró primero en un estado depresivo y luego tuvo un infarto cerebral que lo dejo hemipléjico.

Estuvo postrado en la cama durante seis meses, sin hacer nada para mejorar de la situación en que se encontraba. Se negaba a recibir cualquier ayuda médica que, tanto sus hijos como otros profesionales médicos amigos le ofrecían, hasta que finalmente falleció.

Su esposa, que desde que se habían casado se había dedicado a acompañarlo en todas sus actividades, no pudo resistir esta pérdida y también entró en un estado depresivo.

Sus cuatro nietos, todos adolescentes, se turnaban para ir a visitarla y ofrecerle compañía en su casa, ya que no quiso mudarse con ninguno de sus hijos, pero como es lógico a esa edad, todos tenían su vida repartida en los estudios, deportes, amigos y salidas y a ninguno le quedaba demasiado tiempo libre para compartir con ella.

Sus hijos y nueras, todos profesionales, también tenían la mayor parte de sus tiempos ocupados y pese a todo los esfuerzos realizados para, alternativamente concurrir a verla, ella no pudo vencer la sensación de sentirse sola. Y realmente lo estaba.  Durante la mayor parte del día su única compañía era, la televisión y su gata, quien muy viejita ya, tampoco toleraba mucho los mimos de su dueña.

La muerte, poro tiempo después de esta última, fue una pérdida muy grande para ella y dos días después, tuvo un infarto cerebral igual que  el sufrido por su marido, pero de mucha mayor extensión y gravedad, que la llevó a su deceso en tan solo quince días.

Para este tiempo Ruth e Isaac ya estaban radicados en Israel y les contaba semanalmente sus progresos con lo que los dos matrimonios agobiados por la situación que se vivía en Argentina y lo que le había sucedido a sus padres analizaron la posibilidad de emigrar.

Ninguno de ellos tenía doble nacionalidad como para conseguir la radicación definitiva en algún país europeo, especialmente España, donde la medicina privada estaba en pleno auge y la estatal estaba bien considerada y era muy bien paga. Todas las averiguaciones realizadas, le hicieron comprender lo difícil de una emigración al viejo continente, por lo que terminaron aceptando su destino.

Igualmente la clínica seguía trabajando bien,  aunque se notaba  la sensible baja en los ingresos y el permanente aumento de los gastos de mantenimiento.

En el año 2005, Lucila se enamoró perdidamente de un hombre casado, quien le prometía constantemente que abandonaría a su esposa para formalizar con ella. Esta mentira tan frecuentemente usada por hombres maduros que encuentran eco en las ilusiones de las adolescentes,  la llevó a quedar embarazada. Por supuesto cuando él tuvo conocimiento de ese embarazo, desapareció de su vida dejándola sumida en la soledad y la desesperación.

-Que voy a hacer ahora mamá?- preguntaba desconsolada Lucila –cómo seguiré adelante con ésto?-.

-Hija, primero que nada quiero que sepas que recibirás tanto por parte de tu padre como mía,  toda la ayuda que necesites –le respondió dulcemente Gladys. Tendrás todo el apoyo que el hombre que te enamoró y abandonó te ha negado y por supuesto, toda la ayuda económica necesaria para que puedas criar a tu hijo y seguir estudiando, si eso es lo que quieres-.

-Gracias mamá- le contestó Lucila entre sollozos –nunca dude que vosotros vais a brindarme absolutamente todo lo que necesito. No me refería a eso cuando te pregunté que hacer. La verdad es que siento que soy muy joven para enfrentar mi maternidad, sobre todo sola, como me toca vivirla-.

-Y lo eres hija, no lo dudes- le respondió Gladys mientras la besaba tiernamente – eres joven. Pero no eres la primera jovencita a la que le toca vivir esta situación. Saldrás adelante. Sólo tienes que darte tiempo-.

-Si supieras lo asustada que estoy- le dijo mientras continuaba sollozando.

-Y es lógico que lo estés- le respondió su madre. –Todas las mujeres cuando nos embarazamos tenemos miedo, una cantidad increíble de miedos. Son normales. A esos miedos  se suma el tuyo de tener que enfrentarte sola a la vida. Ahora ves todo muy oscuro. No hay salida ante tus ojos,  pero con el tiempo, verás aparecer una luz de esperanza que te permitirá recobrar fuerzas y volverás a tener fe en el futuro-.

-Y que será de mi hijo sin un padre?-. le preguntó ansiosa Lucila.

-No tendrá a su lado un padre biológico, lamentablemente, el destino lo ha querido así. Dios sabrá porque te toca vivir esto. Sólo acéptalo y el te ayudará a encontrar la solución- le siguió diciendo su madre. Te repito, no tendrá un padre biológico pero tendrá un abuelo-padre que lo suplirá cada vez que lo necesite, un tío abuelo que aportara su granito de arena y un tío jovencito que será su compinche más de una vez y que, de alguna forma, también cubrirá la figura varonil que tu hijo necesitará como cualquier niño para crecer. Ya verás que entre todos, haremos que él o ella no sienta la ausencia de ese padre que lo abandonó-.

-Ojala sea cierto todo lo que me estas diciendo- dijo en un suspiro Lucila –y no sean sólo palabras para conformarme en este momento de desolación-.

-El tiempo te demostrará que no estoy mintiendo ni inventando nada para consolarte. Y cuando tu hijo esté en tus brazos y puedas tomar sus pequeñitas manos entre las tuyas y sentir el calor que te brinda y el amor que despierta en ti, olvidarás todo este mal momento.-

-Y crees que llegaré a ser una buena madre?- le pregunto con aire de dudas.

-No lo dudes que lo serás. Has sido criada con mucho amor y ese mismo amor lo generará tu hijo en tu corazón, cuando nazca. Es una ley natural que se da siempre en la vida y es todo lo que se necesita para ser una buena madre-.

-Ojala tengas razón mamá-  le dijo con un nuevo suspiro vacilante – yo no estoy tan segura de todo lo que me decís.

-Te vuelvo a repetir hija-. Siguió Gladys – date tiempo. Piensa además, que un día llegará a tu vida el hombre que realmente mereces y serás completamente feliz-.

Dándole un beso dejó a su hija  en la cama deseándole que descansara  bien y soñara con un futuro distinto y luminoso. Ella estaba convencida de sus palabras y sabía que las cosas cambiarían para su hija algún día. Sólo había que saber esperar.

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