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LA NOCHE EN QUE EMILIO TAMPOCO DURMIÓ

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Cuando sonó el timbre de la puerta a la 1:00 de la mañana, Emilio aún estaba en su catre de la habitación contigua a la cocina reponiendo el sueño perdido la noche anterior cuando dirigió un programa de 12 horas alusivo al día de las velitas y a la inmaculada Concepción. Tres años antes había llegado a la Guajira desde su natal Valledupar con el fin de trabajar como lector de noticias y locutor en Radio Península, emisora que reaparecía en los diales de la frontera con nuevos bríos después de dos años de inactividad. La emisora fue ubicada en un apartamento cuyas habitaciones, salas, comedores y closet, fueron acondicionados especialmente. El cuarto principal albergó la cabina del locutor y del control; en la sala fue instalada la recepción y la mesa, con máquinas de escribir, de los periodistas; en otro cuarto fue colocado la administración general; al lado, en otra estancia, estaban los equipos necesarios para montar otra emisora, aunque los directivos de la casa radial, agobiados por los altos costos de operación que no quisieron poner en funcionamiento la antigua Radio tribuna; la cocina se convirtió en cafetería y el cuarto de al lado, construido para alojamiento de la empleada doméstica, fue asignado a Emilio Alfonso Arias Acosta, quien de esta manera agregaba a sus funciones de locutor, periodista y vendedor de cuñas, la de celador de la emisora. La noche del 7 de diciembre se inició realmente a las 4:00 de la tarde cuando la voz de Emilio retumbó en todas las radios, pasacintas y equipos de sonido, para iniciar un programa de 13 horas titulado “Prenda las velitas con Radio Península”. Corría el mes de diciembre de 1990 y ese era un 8 de diciembre muy importante en Colombia al día siguiente, todos los ciudadanos concurrían a las urnas para escoger a los integrantes de la asamblea Nacional Constituyente, a cuyo cargo estuvo la redacción de la Nueva Carta Magna. El programa estuvo animadísimo. Por tocadiscos de la emisora fueron desfilando las canciones de moda y la música tradicional de diciembre. Hubo saludos, para todas las personas en todos los barrios. Afuera los vendedores de pólvora vendían toda su mercancía y los taxistas a se desplazaban rápidamente de un lugar a otro llevando a sus pasajeros ansiosos de fiesta. A las 12 de la noche Emilio comenzó a sentir los rigores del cansancio y el sueño casi lo vencía a pesar de haber despachado termo de café instantáneo preparado por él mismo. A los dos de la mañana destapó la primera de las dos panchitas de aguardiente con los que lo había aprovisionado Juancho Valencia, como aguinaldo a nombre de Provisiones El Vaticano. A las dos y veinte de la mañana, la emisora emitía aún la voz estentórea de Emilio y sostenía el holgorio en una de las fiestas más largas del año, pero el propio protagonista de la alegría comenzaba a sufrir el agobiante aroma de la soledad en su fría cabina de cuatro metros cuadrado fue cuando decidió tomar el directorio telefónico para hacer una travesura propia de los más consumados mamagallistas del mundo. Decidió llamar a esa hora a los más célebres y zanahorios personajes del pueblo para hablar con ellos haciéndose pasar por otra persona, aprovechando que era un verdadero especialista en la imitación de voces. Al administrador de una taberna lo llamó, haciéndose pasar por agente de policía le dijo que era amigo de propietario y que a esa hora se dirigen hacia allá para hacer un allanamiento. Al otro lado de la línea se escuchó una voz temblosa preguntando que por que un allanamiento. Por que ustedes venden aguardiente chimbiado le dijo al tiempo que se despedía porque lo estaban llamando para el operativo. Al día siguiente supo que el administrador y el barman despidieron a sus clientes, embarcaron todas las botellas de licor en un taxi y cerraron el negocio una hora antes de lo previsto, por temor al “allanamiento” que un generoso policía amigo del propietario les había anunciado. Luego llamó a la esposa de un político local haciéndose pasar por Antonio Navarro Wolf. El político criollo como era de suponer se encontraba en alguna rumba fuera de casa. Emilio estuvo a punto de lograr que al ilustre dama saliera a esa hora, en camisa de dormir a llamar a su compañero para ponerlo en contacto con el dirigente del M – 19 la pobre dama fue obligada a contestar un amplio interrogante relacionado con el número de votos que iban a colocar en la ciudad a favor de la lista del M – 19, el lugar en que iban a aparecer los votos y el nombre y número de cedula de los jurados de votación. La señora tenía ganas de colaborar pero también mucho sueño. A todos las preguntas respondía “no se” “no se”, y lamentaba sinceramente no contestar con mayor información para colaborar con este personaje por el cual sentía una profunda admiración. Después de media hora su interlocutor se despidió dejándole un número telefónico para que su esposo devolviera la llamada cuando regresara de la fiesta. Al día siguiente cuando el político criollo hizo su llamada en medio de un guayabo monumental, le respondieron de una funeraria en donde, por supuesto no conocían a Antonio Navarro, En cambio le ofrecieron un excelente plan de servicios funerarios prepagados, mediante la cancelación de una módica suma mensual de por vida. Emilio continuó sus pilatunas. Llamó al rector del colegio a las 3 de la mañana para preguntarle si estaban abiertas las matriculas y cual era el costo de la mensualidad; llamó al cura para confesarse; al alcalde para preguntarle cuando colocaban el acueducto en su barrio y a un ilustre patriarca de 85 años para invitarlo a “meternos un tabaco de marihuana”. A las 5 de la mañana Emilio terminó el programa le entregó el turno a Tomás Pérez Ramírez, a quien dio instrucciones de que no lo despertara ni permitiera que otra persona lo hiciera porque estaba muy cansado. Por esa razón, cuando el timbre sonó, se sintió molesto. Contrariado como si él mismo no hubiera interrumpido el sueño de una docena de personas con sus llamadas mamagallisticas. El timbre sonó insistentemente una y otra vez. Por eso no tuvo más remedios que levantarse. Abrió la puerta. Se encontró con un muchacho de doce años, con a cara sucia y los ojos inocentes su inesperado visitante, quien llevaba una camisa de rayas horizontales rojas y negras, le preguntó: - &nb sp; Señor, ¿contra quien juega el deportivo Maicao, mañana?-   ; Sintió que una ráfaga de ira se apoderaba de él. Estuvo a punto de tirarle la puerta en la cara al jovenzuelo, pero se detuvo a tiempo. En un segundo de lucidez, pensó que la vida le estaba pasando la factura. Había recibido un poco de la medicina que había dado a la pobre gente a la cual despertó en la noche. - Mañana no hay partido, le dijo al jovencito.¿No ves que es día de elecciones? El muchacho se fue por donde vino. Llevaba un balón debajo de l brazo, pantalones cortos y los pies descalzos. Emilio quiso volver a dormir pero no pudo. Quiso prepararse un poco de café instantáneo pero el frasco estaba vació y la azúcar llena de hormigas. Salió a buscar algo de comer. Sintió y vivió el silencio el silencio perezoso del mediodía, las latas de cerveza tiradas en la calle y las botellas de güisqui tiradas por todas partes daban cuenta de una parranda de grandes proporciones. Una camioneta cuatro puertas incrustada en un poste de la electrificadota, completaba el espectáculo. Al fin, después de una hora de búsqueda infructuosa, se rindió. Ningún restaurante estaba abierto. No tuvo más remedio que ir al “palacio del Colesterol” y despacharse un almuerzo bajo en precio y rico en grasas y toxinas. El sol caía inclemente en las lozas quebradinas de aquel pavimento mal hecho, cuando Emilio regresó a casa, es decir a la emisora para tirarse de nuevo en la cama. Al fondo, las voces de los locutores cachacos le permitían comprobar que Tomás Pérez cumplía sin problemas su labor. Permaneció un buen rato en cama sumido en una molesta somnolencia. No estaba dormido ni despierto y eso le molestaba, porque deseaba descansar o estar lúcido para inventar cualquier cosa. “Inventar cualquier cosa” era un enfermizo que significaba irse de parranda con amigos o concretar una intima velada con alguna de las damas que frecuentaba. Un baño con las últimas gotas de agua que aún quedaban en el tanque plástico de color amarillo, le permitió despertarse completamente. Cuando buscaba la peinilla para peinarse, los escasos cabellos, sobrevivientes de su irreversible calvicie, encontró una botella que el dueño del circo le había regalado la tarde anterior.Sin pensarlo mucho, decidió disfrutar de ese espectáculo que le parecía tan aburrido en los tiempos tan remotos de su infancia ¿pero que más se puede hacer en un pueblo tan aburrido en un aburridísimo 8 de diciembre? se preguntó mientras cerraba la puerta de su cuarto y se encaminaba hacia la calle. La función era a las siete de la noche y apenas eran las seis de la tarde. Tomo la determinación de irse enseguida, lo haría a pie porque era muy difícil tomar un taxi ese día y a demás no andaba muy sobrado de plata. El trayecto no era muy largo. Unas 10 cuadras separaban su hogar del playón vecino al estadio en donde colocaban los circos. En el camino vio encenderse los primeros focos de la noche. Apuro el paso y dejo en el camino a las parejas de enamorados que iban en la misma dirección o aquellos que alcahueteados por la profunda oscuridad de los solares abandonados, se ahorraban los cinco mil pesos que costaban el alquiler de una cama para dos en el motel de las afueras. El olor crispeta cerca y las luces altas le indican que se aproximaba a su destino. Compró chicharrón con yuca para la cena e ingresó al encarpado faltando cinco para las siete. La boleta de cortesía era de las más caras, por lo cual pudo sentarse en un sitio cercano a la pista en donde tendría lugar el espectáculo. En “ring side” como decía el mismo cuando narraba peleas de boxeo. Número por número el espectáculo fue avanzando. Aparecieron los malabaristas, el héroe de la cuerda floja, los tigres de bengala, el gorila en bicicleta, el hombre elástico, la mujer araña, los motociclistas suicidas. Lo mismo de siempre, decía para sus adentros mientras engullía la última crispeta y aspiraba un sorbo de coca cola venezolana. El presentador anunció a grandes voces el número central del show. Se trataba del MAGO ADI – BIVO, un vidente capaz de las más asombrosas hazañas mentales, parasicológicas adivinacionales, vestido con una túnica blanca que le llegaba a los pies, y guantes azules el profesor hizo una reverencia ante el público. Tomó una bolsa de seda y pidió a los concurrentes que depositarán en ella un papelito con una frase; luego él adivinaría quién había escrito cada frase. Emilio pensó en su juventud, cuando le tomaba el pelo a los adivinos de su barrio. Cierto día fue donde Federico, uno de los adivinos más afamados de su época. ¿Qué lo trae por acá joven? le dijo el vidente se me ha perdido un caballo, le respondió. El hombre barajó una y otra vez las cartas. Veo que tu caballo está amarrado a un palo de mango, en la casa de uno de tus mejores amigos, hace tres días no le dan de comer ni de beber casi está muerto de hambre y de sed. Debe haber algún error, viejo mago le dijo Emilio con picardía.¿Por qué le dices hijo mío?Por que a mi se me perdió fue el caballo de la bicicleta, dijo mientras salía del “consultorio” del mago. Sentado ahí en el “ring side” del circo, pensó en la oportunidad que tenía para salir de su aburrimiento a costa del mago aquel, de quien decía que era capaz de adivinarlo todo. Fue entonces cuando tomó un pedazo de papel y escribió “Mago marica” lo dobló y lo depositó en la bolsa que un ayudante hacía circular entre los asistentes. Los papeles comenzaron a salir de la bolsa y un ayudante los iba leyendo. “Mi papá se llama Manuel” decía el primero. Eso lo escribió aquel caballero, dijo el mago señalando al señor que estaba en galería. Es verdad dijo este”, confirmando lo dicho por el mago. La concurrencia aplaudió fuertemente. “Mi novio se llama Julián”, decía el segundo papel. Eso lo escribió esta jovencita, su novio se llama Julián y usted es Claudia ¿Cierto? cierto, dijo la joven y comenzó a aplaudir, seguida por todo el público. ¿Cómo se llamaba mi abuelo? Eso lo escribió usted, le dijo a un señor flaco y bigotudo. Su abuelo se llamaba Casiano y murió hace 8 años y tres meses. Cierto dijo el hombre. Nuevos aplausos de la concurrencia. Mientras el mago seguía adivinando y el público deliraba Emilio sudaba frío. Este no era un charlatán. Era un adivino de verdad y si su papel salía iba a hacer el ridículo más grande del mundo. Aquel pitoniso se estaba convirtiendo en un ídolo de la multitud y si alguien lo insultaba, la pasaría muy mal, y lo peor era que el había escrito una frase insultante para los magos. Emilio cruzó los dedos; deseó que se fuera la luz o que se lo tragara la tierra. O que el mago decidiera suspender la función. Pero nada de esto sucedió: Los papeles continuaban saliendo de la bolsa y el mago seguía adivinando quien había escrito los mensajes. La situación era desesperante. En cualquier momento saldría su pedazo de papel y quedaría en evidencia no solo ante el mago, sino ante el público, en donde se encontraban muchas personas que conocían a Emilio como un periodista serio. Alborde de la desesperación concibió un plan y lo puso en práctica de inmediato. El plan consistía en “fugarse”, es decir, en ponerse en pie, caminar despacio, como quien va al baño e irse. Así lo hacía en las fiestas, cuando no deseaba continuar en ella. Pedía permiso para ir al baño y se desaparecía. Ya estaba cerca de la puerta de salida cuando el mago digo.Espere un momento.Volteó la cabeza lleno de temor, pero comprobó con alivio que no era a él a quien llamaba. El mago decía “Espere un momento”, por que no entendía la letra escrita en cierto papel que había llegado a sus manos. Emilio apresuró el paso, salió de la carpa y muy pronto estuvo fuera del circo. Respiró con alivio la voz del mago era cada vez menos audible. Cruzó una calle y otra, como quien se le escapa a un enemigo y quiere alejarse lo más pronto posible. Apuró el paso y sacó la cuenta ya estaba a cuatro cuadras del lugar en el que había pasado el gran susto. Se prometió que jamás iría a un circo. Tampoco volvería a tomarle el pelo a las brujas, magos, adivinos y pitonisos. Eran las 9 de la noche; una noche oscura y silenciosa. La oscuridad solo era interrumpida por las luces intermitentes de navidad colocadas pobremente sobre unas escasas ventanas. El silencio era roto de vez en cunado por el grito estridente de la pólvora decembrina.Faltaban dos cuadras para que Emilio llegara a su hogar. Cerca de él se escuchó el chirrido de cuatro llantas apresuradas deslizándose por el pavimento. Un hombre gordo bajó del automóvil azul y blanco y comenzó a orinar en la mitad de la calle mientras hacia disparos al aire. Parecía un tipo peligroso, pero no tanto para asustar a Emilio, porque el único ser humano capaz de asustarlo era el profesor ADI – VINO y éste se encontraba a unas diez cuadras en plena función. Contó los pasos que le faltaban para llegar a la puerta: cuatro, tres, dos uno…Al fin llegué, pensó, mientras introducía la llave en la cerradura. Abrió la puerta y cerró detrás de si. Le paso todos los cerrojos arrimó una silla, por si acaso. Cuando se dirigía a la cocina para pasar luego a su cuarto, alcanzó a divisar el sobre blanco, tamaño tarjeta, en el suelo. Seguramente era una invitación para Eliécer Jiménez, el director del noticiero o para William Gómez Polo, el gerente de la emisora. Toda la correspondencia llegaba a nombre de alguno de los dos y, cuando no estaba la secretaria, era Emilio el encargado de guardársela. Recogió el sobre y se extrañó al leer el nombre del destinatario Emilio Arias. De manera que al fin alguien me manda una tarjeta pensó. Abrió el sobre y palideció al ver el contenido. Era el mismo papel blanco con las mismas letras azules que él había introducido en la bolsa del mago un rato antes. “Mago Marica”, decía el papel. Debajo, con letras rojas, alguien había escrito a manera de respuesta la leyenda “Más marica es usted”. Emilio comprobó que el profesor ADI – VINO era un verdadero mago y esa noche tampoco pudo dormir.

POR: ALEJANDRO RUTTO MARTÍNEZhttp://alejandrorutto.blogspot.com/ &n bsp; &nbs p; &n bsp; &nbs p;

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