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Tus ojos, madre Julia Elsa

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Tus ojos, madre Julia Elsa

Como en un sueño, vi la delgada figura de tu cuerpo en el umbral de la puerta de la casa donde cobijabas también a mis hermanos. Hasta ese día solo recordaba a mi Padre y a mi abuela, con quienes viví hasta entrada mi pubertad. No sabia que tenia una madre y que nunca en mi vida dio me una caricia con sus morenas manos a mi rosado rostro. Viví en la soledad de mi casa, sin tener conocimiento que tenia hermanos. Mis juguetes solo los tuve en mis manos y no pude compartirlos con alguien más, que compartiéramos la misma comida. Mi Abuela imponente me dijo que tenía que conocer a mi hermano. Así lo hicimos y tomamos el carro verde, conocido como indoamericano, que recorría los arenales de un pueblo recién asentado con migrantes de todo el departamento y de otros sitios que estaban mucho mas lejos que nuestro natal Santiago de Chuco. Yo muy inquieto por lo que recién me había enterado en ese día. Se me hacía difícil entender que mi Mamacona Herlinda no era mi Madre Biológica, y que mi padre era verdaderamente su hijo. Tu que fuiste y tuviste tantos privilegios como principal esposa de mi Padre, con tantos criados en tu casa a quien ordenar, con la comida que tenias en el terrado para donar, Así lo pensé, cuando llegue a tu casa que ya compartías con otro hombre. Y al verte tan delgadita, tan tímida y tan morena y dulce, recién empecé amarte. Quise romper el largo silencio de los años en que solo vivía en mi cuna de oro que era mi prisión. De tu vientre había yo salido, del amor de un Indígena con tradición y tú que eras la esposa del hombre que representaba a una multitud de naciones. Estaba entre dos encrucijadas, entre las dos mujeres que me dieron la vida, pero sentía que a las dos las amaba por igual, pues me amaban en demasía. A pesar de solo en esas pocas oportunidades podía sentir el amor y la resignación para mi persona.

Como no recordar a mí hermano. Se corría de mí. En ese momento había una diferencia abismal; pues mis ropas denotaban un nivel de vida y de estatus, que mi madre y mi hermano no ostentaban. MI madre muy orgullosa con su mirada hacia frente a mi abuela. Aquella mujer que le quito a su primer hijo para criarlo como lo mandaba la tradición de los ancestros de nuestras naciones. Pero también denotaba en sus ojos, la esperanza de verme después de no haber estado en casi todo esos 12 años en que viví con mi abuela como hijo suyo. Allí a pesar de que perseguía a mi hermano para conocerlo, sentí en esos momentos que no estaba solo, que tenia la posibilidad de compartir.

Esta felicidad solo me duro pocos más que dos meses; me daría cuenta cuando llego mi abuela a las aulas del colegio apresurada. Yo no comprendía por que ella venía, nunca solía hacerlo, pues mi padrino y madrina siempre estaban al cuidado de mi rendimiento escolar y de mi formación. Hasta ese momento había soñado con tener a mi hermano en Casa, sabia que mi Madre no podría hacerlo, pues estaba ya casada con otro hombre, después de haber guardado luto por mi padre cerca de cinco años como lo manda la tradición de nuestros pueblos. Creyendo que había guardado la memoria de mi padre, decidió seguramente rehacer su vida, en donde de ese compromiso tengo dos hermanos. Pero de ellos no guardo casi ningún sentimiento, quizás por lo que represento su padre para mi vida. Entonces mi abuela de frente me dijo: He pedido permiso del colegio. Yo le respondí: Para que Madre?. Ella respondió: tu madre ha muerto. En esos momentos se derrumbo el mundo que en mis fantasías había construido. Solo queda en mí el sabor de su mirada, el calor de sus manos en mi adolescente rostro, que me prodigo tan pocas veces. Lo siento y siempre lo he sentido muchas veces en la soledad de mis aflicciones y mas aun de ronca voz que decía Juancito que sembró en mi los mas puros sentimientos a su memoria. Pero al escuchar la forma y las circunstancias en que murió el Odio hacia el hombre que fue su segundo compromiso, fue el odio que alimentó toda mi vida, pues me quito a mi madre. Con el nos vimos cuando yo también era ya padre y me dio pena, por la tormenta de su alma en la que vivía. Allí aprendí a perdonar a pesar de que el fue el causante de la muerte de ella.

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Acerca del autor

Túpac Isaac II Juan Esteban Yupanqui Villalobos http://juanestebanyupanqui.blogspot.com

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