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Don flaco quinta parte

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Siguen los encuentros con “Don Flaco”

“Al colegio “La Inmaculada” no iba cualquiera en ese tiempo, tu preguntas a un limeño de esa época; Inmaculada, Belén, San José de Cluny, La Recoleta; eran los mejores colegios. Después venía San Agustín, venía Santo Tomas de Aquino, venía Santo Toribio.

El señoriasgo limeño, difícil que vuelva a existir. Mi mamá, tres hijos ha criado, yo tenía cinco meses de nacido, la otros dos años, y el otro tres cuando falleció mi padre. A los dos meses, si vinieron mis hermanos a Lima con mi tío, el cuñado de mi mamá que estaba casado con la hermana menor de mi mamá, que eran mis padrinos de bautismo. Los cuatro se vinieron a Lima, porque no podían vivir en Iquitos y menos con la madrasta.

Nosotros en Iquitos, los cachacos de Iquitos, de allí de la comisaria, que estaba a la espalda de mi casa, y la cárcel estaba frente a mi casa, apostaban si me podían chapar. Porque yo usaba el pelo pelado, andaba descalzo. Yo tenía huerta con árboles frutales y me iba a las huertas de fuera de la ciudad, a robar fruta verde para comer con sal, y cuando nos seguían los perros, corríamos y les tirábamos las semillas a los perros. Y se iban a quejar: “El hijo de doña María, el negro, ese sinvergüenza se ha robado nuestras frutas”.

Un día me agarró uno, que le decían Sansón sin fuerza. Ese me tenía ganas porque yo me trompee con su hijo. “¿A dónde lo lleves, al hijo de doña María?” – “A la comisaria, a que lo castiguen” – “Pierdes tu tiempo, de la puerta el alférez te va a decir que le dejes”. Llegamos, y el alférez que estaba en la entrada sentado en una silla, “¿Qué pasa?” – “¿A quién buscas negro” – “Me ha traído este, no me quiere porque como me he trompeado con su hijo” – “No; ha estado haciendo palomilladas, ha estado robando fruta con otro muchacho, y le han pegado al perrito de no sé cuanto” – “¿y pa que lo has traído?” Mira clase, ese muchacho, no le traigas a la comisaria, pierdes tu tiempo, porque ese muchacho es hijo de doña María, y es la única mujer que le puede manejar a este” Me soltaban, y yo del filo de la vereda me burlaba y me iba corriendo. “Ya te he dicho” seguía diciéndole “a ese le dicen el señor de las tres palabrita”.

Y aquí en Lima también mis primos cuando vine en el año 35, de seis años mis primos me decían el señor de las tres palabritas, me fregaban pues, se burlaban de mi modo de hablar, de mi modo de ser chusco. Nos regresamos el 37 a Iquitos, y volví a venir de 15 años el año 44. Hice en el Hipólito Unanue, un colegio particular, hice quinto y sexto año de primaria.  Luego este colegio pasó a ser nacional, entonces muchos de esos alumnos se pasaron unos a Guadalupe, y otros a colegios particulares. Entonces yo entraba a primer año de media, y me fui al “Santo Tomas de Aquino” de 15 o 16 años, era el más matoncito de todos los muchachos de primero de media.  Como jugaba básquetbol me hice querer por lo curas.

Cuando terminé primer año de media, que me costó, porque tenía que ir y venir de Tingo María, porque tenía chacra allá; mi mamá decidió venir a vivir a Lima, entonces vendió la chacra y nos venimos a Lima. Y ahora a trabajar. Me metí a trabajar en la “Duquesa” tres meses. Una tienda que vendía telas en el jirón De la Unión, en la primera cuadra, junto a la botica francesa. Recomendado por una chica loretana. Tres meses duré. Le mandé ver a su abuela al jefe de personal. Entonces me metí a trabajar en “Terra” como conserje, y frente mío estaba el escrito de mi jefe próximo, y conversaba con él. Un día me dice: “Tú tienes algo, que aunque quieras disimular y esconder no puedes”, “¿Tu padre de donde era?” – “De la sierra” – “¿Tu mamá?” – “De Iquitos” – “¿Y que era él, Vega y Vega?” – “Si” – “¿Y tu mamá?” – “Sarria Mariátegui” – “¿¡Ah!, cómo!” – “Sarria Mariátegui, y mi abuela era Mariátegui, la mamá de mi mamá, y mi abuelo era Sarria Laiseca” – “¿¡Cómo!? Son apellidos antiguos limeños los Laiseca y los Mariátegui”   y me tomó un cariño, y era solterón, y yo todavía medio muchachón.

De allí, deshicieron la compañía “Terra” ellos, que habían arreglado todo el malecón de Ancón, eso habían hecho ellos, también hicieron el puerto de Matarani. Y me dijeron que no me preocupara, porque yo no me quedaba sin trabajo; y me mandaron a “Sumerin” “Sociedad Mercantil Internacional”. “Pero de conserje no” me dijeron, porque yo escuché  decir cuando me hicieron el traslado de trabajo: “La sociedad antigua limeña de abolengo, hay que ayudarlos” yo no era limeño. Y me fui de empleado.

¿Sabes cuál era mi trabajo” ir a los bancos y verificar datos, por ejemplo tú eras un ricachón que querías comprar unos camiones que traían ellos; y yo trabaja en el departamento de información de cuentas corrientes. Y allí me comencé a relacionar con todos los empleados del banco de Crédito, del Popular, del Internacional, y a todos les gustaban mis informes porque estaban bien hechos. Y un día me dice mi mejor amigo, que era medio pariente mío; me dice: “oye vamos a Pisco este fin de semana de carnavales,  y nos vamos donde tu prima que es mi tía” Y nos fuimos, pero no encontré pasaje de regreso. Entonces mandé un telegrama, para que me esperan el martes en el trabajo, pidiendo permiso y que me disculparan. Y llegó el martes, me presento en el trabajo saludo al jefe de personal, y me dijo: “Oiga, que cosa se ha creído usted, para mandarme este telegrama grosero” pero no lo había dictado yo, lo dictó mi amigo, pero parece que el hombre que envió el telegrama, le agregó esas groserías. Y me siguió diciendo: “¿Qué se ha creído, pobre diablo muerto de hambre?” y yo enseguida le dije “Oye hijo de…” se me cayó la gramática a mi también. “Yo no soy un pobre diablo, ni un muerto de hambre”. Le dije, y él me dijo: “¡Está usted despedido!”.  Entonces me fui donde mi amigo, cuando le llamé a mi madre, mi madre se puso a llorar, ya no era empleado.

Mi amigo tenía un vecino que era ecuatoriano hijo de italianos, que trabajaba en el banco de Crédito, y a mí me conocía porque yo iba a sacar datos del banco. Entonces este señor le dijo a mi amigo: “Dile a Mario que no se preocupe que yo le voy a dar todos los informes para ver como son los exámenes para ingresar al banco de Crédito”. Di mi examen,  y  no tuvo ninguna falla. La persona que reviso el examen y en la entrevista me dijo: “Excelente, yo lo tomo, pero lo tomo de conserje”, y le dije que no, “ya fui conserje, y ya no quiero ser conserje, quiero ser empleado, ya he sido empleado” Por referencias de un medio hermano, me dijeron que yo podía ser un buen empleado y que no querían perderme.

La persona que me entrevistó para este trabajo en el banco de Crédito me dijo: “Un detalle, ¿Usted puede conseguirme tres cartas de recomendación de personas visibles, y conocidas, social, económica e intelectualmente reconocidas en Lima?” – “Si señor” le dije.

Mi amigo y yo fuimos a hablar con mi confesor que era un sacerdote reconocido. Mi confesor me hizo recordar que había trabajado con dos personajes también importantes. Me dijo que uno de ellos me quería mucho, y el otro no sabía. Y me dijo: “No te preocupes, anda almuerza, regresa, y vamos a ver”.

Cuando regresé me dijo: “Mira, tu, te vas ahorita, donde uno de ellos, que vivía en la Av. Arequipa, y, después te vienes acá” Voy a la casa, toco el timbre y sale el portero, pregunté por él señor, y el portero me dijo: “Pase que le está esperando”, en cuanto entre, la persona que buscaba, me vio y me dijo: “Te estaba esperando, vamos a tomar desayuno” y me siguió diciendo: “¿Así que te han votado de “Somerin” y te has olvidado de mi?” siguió diciendo “Señorita, hágame una carta” yo lo interrumpí y le dije “Me han pedido que la carta sea manuscrita” – “¡Ah!, si alguien puede leer mi letra, bueno”

Luego fui donde la segunda persona para que me diera la segunda carta, y cuando me la entregó en ella, puso que yo era su hijo espiritual y me recomendaba con toda garantía.  

Continua.

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Andrés Arbulú Martínez

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