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Un milagro para todos

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En el país estaban ocurriendo hechos inexplicables durante los últimos días y la gente comenzó a utilizar una palabra con frecuencia para referirse a ellos: milagros. Según se contaba en la plaza de mercado, en los caminos en donde el prado veía erguirse la higuera y en los campos y lugares en donde se cultivaba la vid para extraer de ella su sangre valiosa, estaban ocurriendo maravillosos sucesos y nadie encontraba una forma acertada para justificarlos. Por eso acudían a la fe y a la religiosidad como forma de encontrar la verdad. Y todos señalaban a un cierto profeta como autor de los presuntos milagros.

Según las historias de la gente sencilla aquel hombre por el poder de los ángeles era capaz de convertir el agua en vino; de sanar toda enfermedad y dolencia, de aliviar los dolores graves; de liberar a los endemoniados y de quitar todos los males a los epilépticos y paralíticos. Por su gran carisma, pero sobre todo, por su poder para curar, lo seguían siempre grandes multitudes.

Su fama había crecido tanto que el rey sintió celo de él. Y un poco de temor. Poco tiempo antes el poderoso gobernantes había hecho decapitar a un profeta, que el bautizaba en el río, por que éste había denunciado su adulterio con la esposa de sus hermanos. Pero ahora el profeta parecía haber resucitado y era más popular que el mismo rey entre los ciudadanos de la nación. El mandatario se propuso capturar a este hombre, así fuera un espíritu resucitado de entre los que dormían el sueño eterno o un mortal común de aquellos a quienes se les puede arrancar la cabeza con una espada filosa o atravesarle el corazón con la lanza justiciera de uno de sus fieles soldados.Pero el profeta no parecía por ninguna parte al parecer aun no le había llegado la hora de darle la cara al rey para separarlo de su trono o para ofrendar su vida en bien de la patria. Sin embargo, en las últimas horas se había escuchado con insistencia el rumor de que aquel hombre misterioso y desconocido, pero dotado de un poder sin límites, estaría predicando en un punto no especificado, cerca del mar. La noticia corrió como el viento fuerte y pronto fue conocida por todos. Por todos menos el rey, y su corte y sus generales, conocían acerca de la reaparición del Maestro de las multitudes; del consolador de los desposeídos: del sanador de los incurables.En su humilde vivienda del campo una familia hacia planes para asistir al evento más importante de la época.- Me gustaría ir, dijo el padre. Pero, el trabajo que tengo es una obligación ineludible.- &n bsp; Trabajo que por cierto no nos deja bien poco… la comida escasa en casa; la mesa ha estado vacía con frecuencia y nuestra ropa se ha envejecido…- & nbsp; Tienes razón mujer pero mis fuerzas no me dan para más.En todo caso, yo no podé ir a donde el profeta, y tu tampoco deberías ir. Quédate en casa y ahorremos un poco de fuerza, tal vez la necesitamos para…- & nbsp; ¡Oh padre! ¡Madre! Los interrumpió su pequeño hijo. Si ustedes no van a ir… deberían permitir que yo lo haga. El profeta es el hombre más grande que la humanidad ha conocido y dicen que jamás habrá otro que merezca aunque sea desatarle las correas de sus sandalias…- &n bsp; ¡Pero hijo! – interrumpió la madre – está muy chico para ir solo, podrías perderte en la multitud. Podrían pisotearte si hay una estampida.- &nb sp; ¡Déjalo mujer! Es necesario que se haga hombre desde ahora. Además cuando regrese nos contará lo que aprenda. Y quién sabe si se hace amigo del profeta y nos ayuda a encontrar la forma de que estas tierras empobrecidas nos den un poco más de comida para saciar el hambre que nos martirizan.- &n bsp; Si madre, déjame ir. Dice que ésta vez el profeta hará un milagro más grande que el agua convertida en vino; más impresionante que la sanidad del leproso y del paralitico; más resonante que la resurrección del hijo de la viuda; más determinante que el freno a la tormenta… Madre, si algo tan importante va a suceder, yo quiero estar ahí.- &n bsp; Déjalo que vaya mujer no lo detengas porque ver en éste nuestro hijo a alguien que ha nacido para… bueno no sé para qué, pero es para algo grande.- Está bien puedes ir, pero te cuidas.- No lo mandes así mujer. El camino es agotador y la predicación del profeta puede ser larga. ¿Por qué no le das algo de comida para que lleve?- & nbsp; Recuerden que los víveres escasean; pero aun así le daré dos panes y un pescado.-   ; Que sean cinco panes, querida esposa y dos pescados. Nuestro hijo crece fuerte y hermoso. Y no debemos negarle su alimento. La mamá preparó el canasto con las viandas y junto al esposo, despidió al pequeño. Este se despidió con un beso en la frente de su progenitora y uno más en cada mejilla de su padre. Pronto sus pasos lo llevaron al sendero por donde pasaba el camino que lo llevaría a la orilla del mar. Encontró a otras personas que tenían el mismo destino y se unió a ellas. No era el único en aquella procesión pero si era el que viajaba solo. Mantuvo el paso de los mayores y se dedicó a escuchar las conversaciones de los viajeros.- &nbs p; No puede ser Juan Bautista, decía un hombre alto y fornido.A este poeta le cortaron la cabeza. No puede haber un predicador sin cabeza porque horrorizaría a las multitudes y entonces nadie escucharía su mensaje.-   ; Con cabeza o sin cabeza Dios usa a quien él quiere… Podría ser Juan, o Elías o Moisés…- &nbs p; O podría ser… ¡No, es una locura! Por un momento se me ocurrió que podría ser el mismo. Dios con cuerpo de hombre.- ¡Vaya ocurrencia! Bien… no sabemos de quien se trata, pero dicen que una cosa es segura: ese hombre hará hoy un milagro más grande que todos los anteriores…- & nbsp; Podría ser Juan. Acuérdense de que él era respaldado por Dios y seguramente el Padre celestial pudo usar su poder para levantarlo de entre los muertos y demostrarle a ésta generación de víboras que su mensajero con su respaldo.- &nbs p; Yo estoy de acuerdo con usted compañero. Si Juan se atrevía a predicar en ese tono de franqueza y de sinceridad era porque sentía el apoyo de las más poderosas de las fuerzas celestiales. Aun retumban en el desierto y hacen eco en las viejas rocas de las montañas sus frases llenas de fortalezas ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?- &nbs p; ¿Y se acuerdan de las críticas al rey? ¡Juan fue el único capaz de decirle que estaba cometiendo adulterio la esposa de su hermano Felipe! ¡Qué mal ejemplo para el pueblo!- Si, compañero; y por todo eso el rey mandó a Juan a la cárcel y luego la mandó a cortar la cabeza, como quien se la corta a un vigoroso buey o a un inocente cordero.-   ; Pero ustedes, mis amigos ustedes se están olvidando de algo muy importante. Miren, el propio Juan, declaró que preparaba el camino a alguien. Ustedes no estaban ahí. A Juan le preguntaron si era Elías y dijo que no; pero anuncio que en medio de nosotros se levantaba alguien a quien no conocemos. Y dijo de esa persona que él, predicador y todo; bautista y todo, no era digno de desatarle la correa del calzado a quien habría de venir. Eso fue un día en que el sol parecía detenerse para siempre en el cielo y en que la brisa nos aliviaba del sol calcinante de esa hora. Yo creo que éste hombre, al que vamos a escuchar es aquél de quien hablo Juan.- &n bsp; Algún día lo sabremos, compañeros. Si es quien dices podríamos tener un rey de brazo fuerte y voluntad inquebrantable para que nos libre de la opresión de los enemigos y nos lleve al arrogante invasor.Después de varias horas de camino todas llegaron por la fina a aquel lugar en que el profeta le predicaría al pueblo el niño pudo encontrar un sitio privilegiado ceca del predicador. Se sentó junto a un grupo de hombres jóvenes, rudos y fuertes. Supo que uno de ellos se llamaba Simón y era muy amigo del maestro. También escuchó decir que otro de ellos se llamaba Felipe y otro más Andrés. Todos estaban muy cerca de su maestro y era quienes más atentamente seguían sus enseñanzas.Durante todo el día hubo enseñanzas para multitudes. Aquellas palabras parecían pronunciadas por un ser sobrenatural. El mensaje penetraba por los oídos y por los ojos y muy pronto taladraba los corazones y se instalaba en la mente para no ser desalojado jamás.Ese hombre hablaba, qué duda cabe, como un enviado de Dios. El niño lo oyó hablar sobre las bienaventuranzas para los pobres y los que llevan; para los mansos y para los que tenía hambre y sed, para los misericordiosos, los de limpio corazón y los que padecen persecución, les dijo que los creyentes eran sal y luz, explicó como el asesinato nace en el corazón, invito a acumular tesoros en el cielo, manifestó que no se podía servir a dos señores y recomendó no juzgar para no correr el riesgo de ser juzgados, mostró la existencia de un camino angosto y una puerta estrecha que al cielo y una puerta ancha y espaciosa que llevaba a la perdición.El decir de aquel hombre era poderoso y sus gestos convincentes. Las horas transcurrieron y el tiempo fue pasando rápido como las aguas turbulentas de un río caudaloso o como el viento indomable de la tormenta. Nadie se movió de su puesto. Nadie, ni siquiera los más desesperados. Y nadie, ni siquiera el mas ansioso se sintió mortificado por el hambre.Pero cuando caía la tarde sus apóstoles, movidos a compasión, le pidieron al maestro que despidiera a esa pobre gente, para que retornaran a sus casas y, en el camino, pudieran comprar algo de comer. Pero él, sin perturbarse, le ordeno a Felipe que consiguiera comida para todos ellos. En el lugar había unos cinco mil varones, acompañados por mujeres e hijos. En total, eran menos de veinticinco mil personas. Felipe quedó perplejo. O su maestro deliraba, o tenía preparado algo grandioso y daba aquella orden para probar su fe.- &nbs p; Con el respeto de un discípulo y la reverencia de un seguidor humilde le dijo:- &n bsp; Maestro, ni el sueldo de ocho mese alcanzaría para alimentar a esta muchedumbre, y aún si alcanzara, sólo podríamos ofrecerle un pequeño trozo de pan a cada uno.- &nb sp; Andrés, quien había escuchado atentamente la conversación, les dijo:- &n bsp; Aquí está un niño que tiene cinco panes de cebada y dos peces. Una ración que solo alcanzaría para el mismo…- En todo caso, dijo el profeta, pídele que te los dé. Andrés vino donde el jovenzuelo y le hablo sin rodeos.- Mi maestro desea saber si estaría dispuesto a ceder tus panes y tu pescado. No sé para que los pide, pero mi maestro es sabio y además, generoso. Te aseguro que no vas a quedarte sin una justa recompensa…El niño no hizo preguntas ni opuso resistencia. Entrego de inmediato su almuerzo y Andrés se fue presuroso donde su maestro. El niño supuso que el profeta tendría hambre. Se sintió agradecido con Dios por haber contribuido a saciar el hambre de uno de sus siervos. Mamá y papá se sentirían orgullosos de la acción que acababa de tener.Un movimiento inusitado de la multitud lo sacó de sus pensamientos. ¿Qué estaba ocurriendo? Se estaban organizando en grupos más pequeños. Tal vez los discípulos de aquel hombre se iban a distribuir en los distintos grupos para continuar sus enseñanzas.Muy pronto estuvieron listos y los discípulos se acercaron a ellos, pero no estaban enseñando. Ellos estaban entregando comida a todas las personas, a los adultos, a los ancianos, a los niños. Andrés pasó por su lado presuroso. Corrió junto a él y le preguntó:- &nb sp; Amigo ¿De dónde sacaron comida? Ustedes… no tenían provisiones. - & nbsp; El maestro ha multiplicado tus peces y tus panes. No sabemos cómo ha sucedido pero ya ves ¿Quién eres?- &n bsp; Eh… si. - & nbsp; Toma muchacho. Saboréalo y… aún no te vayas. Cuando termines, hablaré contigo. La multitud comió lo que quiso y guardó para llevar a casa. Todos comentaban sobre lo ocurrido. En uno de los grupos alguien decía:- Se lo dije compañero. Hoy iba a suceder algo grandioso y ocurrió ¿Por qué no escogemos a este hombre como rey y le hacemos frente al invasor?-   ; ¡Si! ¡Vamos a escogerlo como rey!La multitud entera decía ¡Queremos que sea nuestro rey! Intentaron tomarlo por la fuerza pero, de manera misteriosa se fue sin dejar rastro.Andrés se acercó al niño y le entregó una cesta repleta de pedazos de panes y de pescado. - & nbsp; ¿Qué es esto Andrés?-   ; Llévalo muchacho. Tienes que ayudarnos.- &nb sp; Pero…- & nbsp; Ya veo. Tus fuerzas no te alcanzan para cargar tanto peso. Entonces, guíanos hasta tu casa, el maestro ha ordenado que te demos a ti doce cestas como ésta, fue lo que sobró del paquete.-   ; Pero… yo no las quiero. Entregué a ustedes todo lo que tenía y no lo hice para recibir nada a cambio. Andrés, regala esa comida a los pobres o a quien tú quieras. No permitas que yo pierda la bendición de dar; de dar con amor; de dar sin esperar nada a cambio.- Hijo mío, tu bendición ya está concedida y no depende de que recibas o no este obsequio. Me sorprende tu generosidad y desprendimiento, pero tengo una orden de llevar hasta tú hogar toda esta comida, y órdenes son órdenes. Así que andando muchacho. El niño caminó hacia su hogar. Junto a él iba Andrés con una cesta sobre su cabeza y detrás de ellos, otros once viajeros: Mateo, Judas, Jacobo, Juan, Felipe… pensó en la alegría de sus padres y en la voz del maestro, cuando esa misma mañana le había enseñado: “No os afanéis por vuestra vida, que habéis de comer o que habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, que habéis de vestir. Mir las aves del cielo, que no siembran, ni recogen en graneros, y vuestro padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? “

Alejandro Rutto Martínez es un prestigioso escritor y periodista ítalo-colombiano quien además ejerce la docencia en varias universidades. Es autor de cuatro libros sobre ética y liderazgo y figura en tres antologías de autores colombianos. Contáctelo al cel. 300 8055526 o al correo alejandrorutto@gmail.com. Lea sus escritos en MAICAO AL DÍA, página en la cual usted encontrará escritos, crónicas y piezas hermosas de la literatura colombiana.

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