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La terrible inocencia de Eduardo Arrocha

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La terrible inocencia de Eduardo Arrocha

La iniciación de Eduardo Arrocha en el diseño escénico aconteció de manera casual. Su novia, María Elena Sala, finalizaba sus estudios en la academia del grupo Las Máscaras, por aquellos días del ya lejano 1961. Un sombrero de paja de Italia era la obra de graduación y en su puesta en escena todos los estudiantes tenían una tarea que cumplir. María Elena escogió el diseño de vestuario y a través de la confrontación con ella, Eduardo terminó haciendo los bocetos, a pesar de sus reticencias hacia el mundo teatral.

A partir de ese momento y gracias a la impresión que dejara la exposición de sus bocetos en el diseñador Andrés García, se embarcó en una aventura que lo conduciría a los pocos meses a un curso de diseño escenográfico que impartía el también diseñador Rubén Vigón en la Biblioteca Nacional. Este curso resultó decisivo en su formación como diseñador, no solo porque lo instruyó en los secretos de la profesión, sino porque le permitió empezar a trabajar como jefe de escena con el maestro Ramiro Guerra, y al mismo tiempo principiar una relación apasionada con la danza que alcanza ya los cuarenta y cinco años.

Sin embargo no puede negar su formación plástica en la Academia de Bellas Artes San Alejandro, de la cual se graduó en 1961, así como su deuda con importantes pintores cubanos. Varias figuras de la plástica han servido de inspiración a su obra. Víctor Manuel, René Portocarrero, Carlos Enríquez, Amelia Peláez, Wifredo Lam  y Ángel Acosta León han sido pretextos en su recreación cromática y textural. Coreografías como El rapto de las mulatas, de Isidro Rolando, evocan su interrelación con ese contexto vanguardístico del cual se nutrió y que sintetizó en una poética muy personal y al propio tiempo, esencialmente cubana.

Las creaciones de Eduardo poseen altas dosis de teatralidad, elemento que puede provenir de su relación con Ramiro Guerra y sus conceptos sobre el espectáculo danzario. Para Ramiro un espectáculo está constituido por todos los medios materiales y espirituales que despliega la creación teatral, para atraer, captar y estremecer en una especie de doble vida imaginativa al público y al artista que participan en la experiencia, porque una obra no está realmente terminada y completa hasta que no haya sido sometida a la prueba de fuego del escenario ante un grupo de espectadores[1]. Por esta razón Arrocha considera que el hecho teatral es un proceso totalizador puesto en función de la dramaturgia de la obra, donde cada uno de los elementos que participa juega un papel imprescindible, desde los distintos lenguajes utilizados, en el objetivo principal de la puesta: comunicar.

Esta premisa puede haber sido determinante en su preferencia por el diseño de vestuario, aunque no desdeña el de escenografía y el de luces. El vestuario es personal, íntimo. Le permite adentrarse en la proyección física y psicológica de los personajes a representar y a partir de ahí desarrollar su estética individual  a través de la exuberancia de la línea, de la textura, del calor y del color, para lograr una comunicación más efectiva con el espectador.

La estética de Eduardo ha transitado por un modo de expresión muy pictórico. Su línea de diseños es sinuosa. Sus dinámicas composiciones apuntan un singular barroquismo. Sus diseños tienen, -parafraseando a Edmundo Desnoes-, la melancolía sensual que nos imparte la temperatura tórrida del trópico, y  logran apresar el particular modo de ser del cubano. Sus primeras obras transitan por una línea identificada con un cromatismo que tiende a la prodigalidad de recursos visuales, así como a una gran influencia de lo espectacular; mientras que sus últimas creaciones resultan más sobrias en su proyección, aunque mantienen la sensualidad de la línea.

Muchas son las obras que han marcado hitos importantes en su creación. Diseños que son reflejo de su evolución como diseñador y que de cierta manera coinciden con las etapas atravesadas por la compañía Danza Contemporánea de Cuba.

De su etapa con Ramiro se distinguen Impromptu negro, Medea y los negreros y El Decálogo del Apocalipsis yasimismo Okantomí de Eduardo Rivero. Ya en la década del setenta, la figura de Rivero se erige heredera de los principios escénicos de Ramiro, y obras como Súlkary, Tanagras y Dúo a Lam recrean este acervo estético-conceptual. Después los coreógrafos Víctor Cuéllar, Marianela Boán, Rosario Cárdenas y Narciso Medina abren los caminos de la postmodernidad danzaria en la danza cubana, en obras que resultarían determinantes también para Arrocha. Así destacan El poeta y Fausto, de Cuéllar; Guernica, de Marianela; El ángel interior, de Rosario y Metamorfosis, de Narciso en los años ochenta.  Lídice Núñez es la creadora que decidirá el discurso coreográfico de la compañía durante los últimos diez años del siglo XX. Trastornados, Cuida de no caer y Terriblemente inocente, son algunos de los títulos de esta coreógrafa que domina como pocos el espacio físico del escenario y el espacio del bailarín.

Desde que en 1962 realizara tres diseños para Autosacramental, de Ramiro, Eduardo Arrocha ha participado en más de cuatrocientas puestas en escena, de las cuales más de ciento cincuenta son con Danza Contemporánea de Cuba, a lo largo de su trayectoria profesional. Esto implica que ha visto el crecimiento y desarrollo de la compañía, a la vez que ha madurado su estética junto a ella, y que si esta agrupación es considerada la raíz de la danza moderna y contemporánea en Cuba, Arrocha constituye por tanto la semilla del diseño escénico para la danza y el padre de los diseñadores cubanos de la escena.

Eduardo no ha ejercido la enseñanza en una academia de manera periódica por sus múltiples compromisos de trabajo. No obstante, su vocación profesoral lo ha impulsado a guiar a las nuevas promociones de diseñadores que lo consideran su maestro, y aunque muchos no se identifiquen con su particular modo de crear, sí reconocen la importancia vital de su obra para las tablas del patio. De la misma manera Eduardo respeta el trabajo de los más jóvenes. Carlos Repilado, Vladímir Cuenca y Zenén Calero se encuentran entre los profesionales del diseño admirados por él y sobre los dos últimos manifiesta una especial predilección, al considerarlos continuadores de una línea estética iniciada por él, en la proyección barroca del espacio y la forma.

Entre sus lauros más importantes atesora el Gran Premio de la Villa de París, en 1966, por Giselle, junto a la prima ballerina Alicia Alonso, y el Premio de Diseño por Escándalo en la Trapa,  en el Festival de Teatro de Camagüey 2006. Por la trascendencia de su obra ha sido nominado en varias ocasiones al Premio Nacional de Danza y en este mismo año 2007 fue merecedor  del Premio Nacional de Teatro.

Nada le queda por hacer a este incansable creador. En su ya larga experiencia profesional ha colaborado con los directores de teatro y los coreógrafos más significativos del país. Sin embargo es incapaz de negarse ante una propuesta de trabajo que despierte su interés. Por esa razón y gracias a una metódica disciplina entrenada durante años, acoge cada nuevo proyecto con pasión tal que sus diseños no envejecen nunca, porque siempre tiene algo novedoso que decir. Así, sigue creando incansablemente, porque los años no pasan por este diseñador de setenta y tres años que tiene la terrible inocencia del mar atrapada en sus ojos.

[1] Guerra, Ramiro. Apreciación de la danza. Instituto Cubano del Libro. Editorial Letras Cubanas. 2003. Capítulo El espectador y la danza.  p.201

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Jennie Roblejo P.

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