Y todavía te preguntas si la justicia existe
Andaba buscando alguna historia interesante. Y por eso ojeaba un libro de cuentos para niños. Como sabemos en ellos se narran historias maravillosas. Se habla de cosas que no existen en la realidad. Cuando se quiere algo increíble no hay mejor lugar para buscar que entre las letras infantiles.
Bueno, al menos eso pensaba yo hasta ese momento. Mi vista recorría la lectura con atención. Y cuando el reloj sumó al tiempo 45 minutos más, uní ambas tapas del libro y lo puse sobre la mesa. No encontré lo que buscaba.
Leí casi todo el libro y no vi nada realmente extraordinario. Todo era común, después de todo no hay nada más normal que un hada haciendo encantamientos. Eso acostumbran a hacer las hadas. Tampoco que una bruja logre hechizar a un pueblo tiene nada de raro. Por algo es bruja, ¿no? Nada de relevante en que el príncipe se enamore de una bella princesa... Qué príncipe no lo haría. En fin, por eso dejamos de leer esos libros hace tanto tiempo.
Mi esposa gentilmente me sirvió el almuerzo. Parecía algo no muy apetitoso. Me senté frente a él y después de tomarlo hice una pausa. Con un pequeño esfuerzo alcancé el periódico que estaba al otro lado del mantel. Me he habituado a echarle un vistazo después de comer. Claro, a pesar de las críticas de mi esposa.
Fue cuando, luego de leer un titular tomé aire y no pude evitar que mi mente vagara. Sin querer mi mirada se concentró sobre el grifo defectuoso que gotea en la cocina. Caía una gota tras otra con una demora entre ellas de aproximadamente tres segundos. Y esa cadencia confirmaba el carácter terrible del texto que acababa de leer.
“Cada tres segundos un niño muere de hambre en África”, afirmaba. No podía creerlo, es más, todavía no lo puedo aceptar. ¡Niños muertos! ¡Cada tres segundos! ¡De hambre! ¡Pero por qué! Quiere decir que mientras yo me comía de mala gana mi no apetitoso almuerzo morían… ¡200 inocentes por inanición! Esa sí que es una historia mil veces más extraordinaria y espeluznante que la de un libro de fábulas. Y lo peor es que es… terriblemente cierta.
No importa si es el periódico de hoy o de anteayer, parece que hace mucho esa desgracia es actualidad. Ese es el modo en que son las cosas. Se sobreentiende que no estemos nada contentos con esa situación. Y todavía peor porque sabemos que no está en nuestras manos el ayudarlos directamente. Pero con el paso del tiempo ellos sí que nos ayudan a nosotros. Nos ayudan a aprender una lección.
Está bien que aspiremos a cosas mejores. Soñemos con una vida mejor, para nosotros, nuestra familia y el mundo. Pero también seamos conscientes de lo afortunados que somos muchos. Dichosos de no ser nosotros ni nuestros hijos ninguno de esos sufridos niños semidesnudos y famélicos que desfallecen en África.
No puede medirse la magnitud del privilegio que tenemos. Ni tampoco medirse el valor de ser conscientes de ello. Confieso que eso me ha ayudado a ser feliz. Porque desde entonces sé valorar mejor las cosas. Y eso es, sin lugar a dudas, una de las claves de la felicidad. Desde ahora recuerda que la vida ha sido justa y dadivosa con nosotros en más de lo que usualmente consideramos. Pero para muchos otros, ciertamente… no.
Alejandro Capdevila
Registro automático