El destierro de la imaginación
La mayoría de los pensadores sostienen que la imaginación hace referencia a las imágenes mentales que evocamos en nuestra mente, en oposición a la percepción directa. Para Aristóteles la imaginación ocupa un espacio intermedio entre los sentidos y el intelecto. En la visión dicotómica de Platón la imaginación esta más cerca de los sentidos que del intelecto. En el lenguaje coloquial ha calado la idea que la imaginación es la loca de la casa, una forma inocente de habitar en el mundo. Es una forma cándida porque se relaciona tanto con la emoción como con la voluntad. La voluntad al zambullirse en los recuerdos los transforma y los recombina para crear algo nuevo.
En nuestra memoria se asientan todas las emociones (miedo, tristeza, alegría, sorpresa…), pero evocamos unas, mientras las otras las silenciamos con vehemencia. Sin imaginación no hay posibilidad de esperanza. La imaginación apunta al futuro, crea escenarios con imágenes coaguladas entre los deseos (que apuntan al futuro) y lo que la memoria es capaz de evocar (vivencias de nuestro pasado). En una cuerda tensada, la imaginación transita entre el ayer y el mañana. A contrapelo de Platón (que pensaba que “conocer es recordar”) las investigaciones neurobiológicas han puesto de manifiesto que San Agustín acertaba cuando pensaba que recordar no es lo mismo que percibir. Recordamos lo que hemos percibido, pero necesitamos del lenguaje para reconocer y organizar el material que hemos recordado. La imaginación categoriza lo vivido, pero proyecta un espacio no vivido. La imaginación tiene la capacidad de crear espacios potenciales, de transitar en mundos ficticios y de habitar en otros escenarios.
La diferencia entre un escritor y un escribiente estriba en la potestad de la imaginación. El novelista crea un escenario planeado por la imaginación, pero construido con los materiales de la memoria. Disfrutamos de una novela cuando somos capaces de vernos y sentirnos en el escenario propuesto por el novelista. Cuando leemos habitamos más allá de las urgencias del presente, podemos mirar de otra manera. Miramos de otra manera porque tenemos nuevos nombres e ideas para hablar de ellas.
También podemos mirar de otra manera con un amigo o un psicólogo. Para Sócrates el diálogo es el instrumento fundamental para descubrir las miradas auténticas. Un diálogo, que cimentado en la confianza y la aceptación, se abre a la fuerza arrolladora de la imaginación para aflorar aquella naturaleza que temerosa se oculta bajo una razón, que con su corsé aniquila cualquier desvarío. Con la imaginación, en un clima adecuado, podemos desnudarnos y sin ropajes mostrar las emociones agazapadas que nos atormentaban.
La imaginación permite darnos permiso, crear narraciones en las cuales el sujeto es el protagonista. La ciencia reclama el papel de la imaginación a la hora de proponer hipótesis, pero la destierra en todo su proceso porque la garantía de su objetividad se asienta en un sujeto anónimo. La fuerza de la imaginación es que nos permite recordar lo que nos emociona, mientras nos permite arrinconar lo que nos resulta indiferente. Todo lo que recordamos o soñamos esta coloreado por emociones. Así, las emociones que genera lo imaginado son tan incuestionables como las generadas por la realidad.
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