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Los secretos del almendro (quinta parte)

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Los secretos del almendro (quinta parte)

Nota: este fragmento corresponde a la serie "Los secretos del almendro" de la cual se han publicado anteriormente cuatro entregas. Para entender mejor las siguientes líneas te recomendamos leer las partes 1, 2, 3 y 4. ¡Los escritos son verdaderamente emocionantes!

 

Alphonse de Lamartine: "Después de la propia sangre, lo mejor que el hombre puede dar de sí mismo es una lágrima".
..
Donde pude busqué un a pañuelo para secar dos lágrimas que brotaban de mis ojos antes de que me vieran los mayores y me reprendieran porque en la familia nos enseñaron que los hombres no llorábamos. Ni aunque recibiéramos una mala noticia y esa noticia fuera la dolorosa muerte de uno de nuestros más conocidos vecinos.

Miré por la ventana y vi el desfile de quienes llegaban a la humilde casa del carpintero: la vendedora de pescado que todos los días viajaba desde Camarones con pesada ponchera de aluminio en la cabeza; la bruja que leía el futuro en las cenizas de un largo tabaco; la vieja Berta, quien sufría del mismo mal del difunto y aún así se levantaba a las cuatro de la madrugada para hacer sus compras en el mercado;  Pedro, el conductor del bus escalera que hacía el viaje Maicao-Dibulla-Maicao 365 veces al año; Eulises, el conductor del almacén en donde vendían cemento y compraban cuero de chivo; Felipe el evangélico y todos los evangélicos de la cuadra… y en medio de la multitud, me pareció ver también el cabello gris del señor Tonucci.

El haberlo visto, o por lo menos la sensación de haberlo visto me hizo recordar la bolsa de pan que había decidido traer para aliviar el hambre de Epifanio.  Su destinatario ya no pertenecía a al ejército de los seres vivientes pues ahora hacía parte de la procesión larga y lenta de los seres sin luces y sin sombras que han iniciado su desfile sereno y plácido hacia los predios de la eternidad.

¿Qué haría ahora con los panes cuyo fresco aroma poco a poco iba desapareciendo? ¿Qué pensaría el señor Tonucci si me viera arrojándolos a la basura? ¿U qué diría mi conciencia si el alimento que tanto necesitaban los pobres del mundo era vilmente desperdiciado? ¿Dónde estará Eloy, el indigente a quien hace meses no veo con su camisa raída por los años y el  bastón pulido por las décadas y lo doce aguaceros de cada año?  ¿Y si le doy esos panes a Petrona, la señora que vende toallas en el centro? Ella no es tan pobre como lo era Epifanio o como lo es Eloy, pero sé que a veces el tinto de la mañana ha sido su único alimento hasta la hora en que con los pies llenos de llagas regresa a casa con la tristeza de no haber vendido uno solo de sus artículos.

Petrona era la candidata ideal para recibir el obsequio cariñoso del niño  a quien más quería ella en la cuadra. Lo digo porque cuando sus ventas eran buenas me regalaba un helado y a veces también me daba para que fuera al circo o al estadio, sin que mis padres lo supieran porque ellos me habían prohibido recibirles regalos a las personas que no fueran de la familia.

Cuando tenía decidido entregar los panes a la señora Petrona una nueva duda volvió a asaltarme: ¿cómo le explicaría el origen de esos enormes agujeros que alguien había hecho en los panes? ¿Cómo podría explicarle en donde los había encontrado? ¿Me recibiría ese apetecible alimento del cual alguien había extraído las entrañas, váyase a saber con qué finalidad?

No, definitivamente no quería verme sometido al interrogatorio de la señora Petrona. De hecho podía suponer con claridad lo que sucedería: ella iba a hacerme muchas preguntas, a mí se me iba a trabar la lengua en mi torpe intento por responderle y, al final, todo ese raro asunto sería puesto en conocimiento de mi mamá y entonces verdaderamente yo estaré condenado a pasar por el tribunal de la santa inquisición casera como me ocurría cuando ella se enojaba por alguna de mis travesuras.

Ahora no tenía quién recibiera los misteriosos panes: Ni Epifanio por haber iniciado la inevitable travesía hacia la región en donde el tiempo no existe; ni Eloy porque ahora solo era un borroso recuerdo en los anaqueles de mi memoria; ni la dulce y laboriosa Petrona por las molestas preguntas que me haría.

Ahora solo tenía clara una cosa en la vida: antes de regresar al velorio  era necesario, urgente, vital deshacerme de esos panes sospechosos. ¿De qué manera lo haría? Mi decisión era una sola y ya estaba tomada

 

CONTINUARÁ&he llip;.

 

Alejandro Rutto Martínez es un destacado escritor italo-colombiano que ha dedicado una buena parte de su vida a la enseñanzasobre temas de ética y liderazgo en congresos, seminarios y universidades. Es administrador de empresas egresado de la Universidad de La Guajira y especialista en Administración de programas de Desarrollo Social en la Universidad de Cartagena. Especialista en Orientación Educativa y Desarrollo Humano en la Universidad El Bosque y Especialista en Docencia Universitaria en la Universidad Santo Tomás. Actualmente cursa la maestría en Ciencias de la educación en un convenio entre la Universidad de Matanzas (Cuba) y la Universidad de La Guajira (Colombia). Es autor de seis libros y de numerosos artículos que se pueden leer en www.articulo.org y en su página www.maicaoaldia.blogspot.com. Puedes contactarlo a través del correo electrónico: alejandroruto@gmail.com o seguirlo en twitter: @Alejandrorutto

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