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Syneidesis: Entre la expresión vital y la imaginación exponencial

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Syneidesis: Entre la expresión vital y la imaginación exponencial

 

       En realidad no hay limitaciones para el inconsciente, máxime si lo imaginamos como una materia gris sin forma aparente, inherente y ajena a la vez de pensar con rectitud[1], e incluso hasta como  algo infalible. Claro que al ser inimaginable, todo cuanto proceda de él ha de ser incondicional. He ahí una buena razón para diferenciar entre expresión sugestiva y expresión vital, entre sentido de pertenencia y de impropiedad. La primera es creíble y por tanto relativista, la segunda es un acto de fe inconsciente, aunque todos ellos de alguna manera lo son.

     Mientras que de la necesidad se desprende el trabajo interno de desaprender el núcleo de ADN para alcanzar verdaderos objetivos, de lo involuntario, en cambio parte la redefinición de significados, una especie de lavado irreflexivo que Jung llamaba imaginación activa, que es como no estar en ningún sitio sin dejar de estarlo. La imaginación desde luego es aún más que activa, es materia inconsciente que se precipita a priori en una forma plástica, algo así como una cadencia natural que consiste en amalgamar las imágenes interiores con la experiencia exterior. 

   Antiguamente se creía que había que olvidar todo para crear, con el paso del tiempo las pérdidas emocionales se convertían en anhelos inconscientes. Al final de los días, el autoconsuelo es una necesidad relacional, una prioridad por crear otro significante más profundo e interminable, aquel que compense la omnipresente búsqueda del amor materno. Siendo consciente lo inconsciente, los enlaces neuronales determinan, no solo una genética emocional, sino que desnudan al subconsciente intuitivo. Valga expresar entonces que nuestra mente regresa del pasado inconsciente al presente consciente a través de un imaginario subconsciente, es decir, de un hipotético futuro exponencial.

   A través de nuestra capacidad de imaginar, tanto los arquetipos como las propias emociones, no solo se llega al inconsciente, podemos además y sin esfuerzo, materializar los deseos en posibilidades cuánticas realizables, ya que el hombre tiene la capacidad de separarse cuando quiera de la conducta[2] y salir de su entrañable zona de confort. Es conveniente por tanto, idealizar lo menos posible a cambio de metaforizar el conocimiento, así nos desprendemos de tabúes imaginarios y de efectos bioluminiscentes, que tan solo sirven para dificultar el encuentro con aquel exotismo natural con el que percibimos lo melancólico.

   La ortopraxis cartesiana, de ser menos subjetiva, posiblemente no desarrollaría teorías y transformaría la realidad en el sentido biosimbólico de Bergson[3], al menos en permanente estado transitorio. Según esta indeterminación el conocimiento velado llega al inconsciente de forma muy eficaz para revelar una verdad propia, que lejos de ser cedida, ha de ser multiplicada mediante la expresión vital, entre otras cuestiones para adquirir una conciencia emergente que vaya más allá de lo constatado, en busca de una transformación intuida.

   Desde la construcción de realidades culturales, la calidad de ser consciente en el sentido de individualidad (concius), gira siempre en torno la función utópica de la esperanza y de la inalcanzable felicidad, creando espacios de ilusiones (heterotopías) hasta cambiar radicalmente la realidad en sentido humanista[4], pero carente de esquemas referenciales. Falta acción, el ser humano demanda continuamente lo inabarcable e inatrapable; la imaginación es inconformista por naturaleza, no divaga ni relativiza, ya que es insustancialmente verificable. Una red sináptica difícilmente programable adquiere sentido si se desmarca de la unidad: cuerpo y conciencia.

    Por muchas estructuras yoicas que nos brotasen, la persona sólo alcanzará a relacionarse con su ecosistema por medio de la actividad perceptual y simbólica[5]. La liberación inconsciente no presupone alejarse cada vez que representamos la realidad[6], sino que es una capacidad activa, selectiva e históricamente progresiva. La traducción de lo real mismo se vale de recursos que van más allá de lo puramente racional[7]. Quizás no haya mística más próxima que la condición prelógica de la imaginación, tal que nos diversificamos a través de sus imágenes.

 

 

 

 

[1] Sindéresis puede entenderse como hábito que contiene los primeros principios prácticos, que son los preceptos de la ley natural, entre ellos los que se encuentran el principio de conservación del individuo.

[2] Para Marx la libertad es posible en tanto que el hombre es capaz personalmente de establecer un espacio sin necesidad entre estímulo y respuesta, proyectando al exterior la conciencia al cambiar el foco de interés y de ponderación., así como de superar los condicionamientos internos.

[3] Henri Bergson dice que la fabulación o “función fabuladora” es, una reacción de la naturaleza contra el poder disolvente de la inteligencia, o sea un instrumento del desarrollo voluntario o espontáneo de las imágenes y el grado de conciencia en su uso.

[4] Sandoval López, Orestes. Máscaras de la conciencia crítica.

[5] Lacan J. Seminario I, Edición Paidos, 1992, p. 213

[6] Ernst Cassirer: El lenguaje, el mito, el arte y la religión constituyen parte de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red simbólica, la urdimbre complicada de la experiencia humana (...) la razón es un término verdaderamente inadecuado para abarcar las formas de la vida cultural en toda su riqueza y diversidad, pero todas esas formas son simbólicas. Por lo tanto, en lugar de definir al hombre como un animal racional lo definiremos como un animal simbólico. De es te modo podemos designar su diferencia específica y podemos comprender el nuevo camino abierto al hombre: el camino de la civilización.

[7] Ernst Cassirer. Antropología filosófica. Introducción a una filosofía de la cultura. Fondo de Cultura Económica. Colección Popular, México, p. 47

 

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