No tengo nada que escribir

Hoy me he levantado muy temprano, pero esta vez las musas se han ido. Sé que quiero escribir algo pero mi mente no produce nada que me resulte interesante. Por lo que he decidido contarles cómo fue  mi primer viaje en avión.

La nave comienza a moverse primero muy lentamente, luego va alcanzando cierta velocidad, en mi estómago puedo sentir un cosquilleo típico del nerviosismo. Cuando estamos listos para el despegue la velocidad se hace mucho mayor y cierro los ojos, ahora estoy en una nave espacial, estamos cerca de alcanzar la velocidad de la luz, todo en mi interior se estremece. Finalmente el despegue, abro los ojos justo a tiempo para ver la ciudad que se queda atrás toda iluminada y dormida.

Es mi primer viaje fuera del país y en avión, me acuerdo de cuando imaginaba como seria este viaje, pero la realidad había superado a la imaginación. Intento dormir un poco pero el viaje solo durará dos horas, por lo que al final decido disfrutar y sentir cada minuto de la trayectoria.

Recuerdo mi infancia, uno a uno comienzan a aparecer los rostros de amigos y familiares, mis juegos de niña, el primer día de clases, el primer trabajo, el primer hijo, el primer algo, siempre nos persigue una primera vez para algo.

Me sonrío y disfruto este momento porque después aunque se repita, no será igual, pues ya no será la primera vez. Todas las primeras veces nos preparan el camino para las demás veces, por ese motivo la primera vez es la más importante,  nos hace vencer miedos, nos hace crecer, siempre aprendemos algo que no imaginábamos, y por lo general las primeras veces nos revelan un mundo nuevo; aunque la mayoría de las veces no valoremos este proceso.

Después de esta reflexión, había descubierto que siempre tendría algo que escribir, porque ahora estaba disfrutando de una primera vez, estaba segura que este era solo el comienzo de una aventura hacia lo desconocido, donde me esperaban infinidad de primeras veces, un mundo que me daría muchos motivos para escribir.