Enviando revistas a Sevilla y a otras partes

Desde que tenía trece años he sabido que lo mío era tener un negocio comercial. Por aquel entonces, barajaba la posibilidad de abrir una tienda de veinticuatro horas o una licorería; como si llevar esas cosas, y sobre todo la segunda, fuese tan sencillo. Luego, crecí y pensé que igual sería divertido llevar un quiosco, algo modesto, pero finalmente llegué a la conclusión de que algo así no solo me aburriría mucho, sino que no me daría el dinero soñado. No, yo lo que quería era abrir un negocio vendiendo algo que me gustase y que además implicase creatividad. Finalmente, decidí que no estaría nada más vender una revista.

La revista duró poco pero, el tiempo que vivió, vivió bien, y haberlo conseguido es algo que yo, a día de hoy, todavía hay veces que no me creo. No era una revista virtual, sino que, con ayuda de tres amigos más que sabían algo del tema, y sobre todo de una cuyo padre era dueño de una imprenta, la convertimos en una revista clásica de papel. La empezamos a vender en el barrio hasta que, visto el éxito, a uno de mis amigos se le ocurrió la fantástica idea de abrir una página web para publicitarla y venderla en otras ciudades. Sí, señor, tomando esa decisión, nos metíamos de lleno en el envío de paquetes de revistas.

Recuerdo que la primera vez que tuvimos un cliente, uno de Sevilla, estuvimos tan emocionados que salimos a celebrarlo un montón de veces. Aquel día, cuando salimos por la mañana a enviar paquete a Sevilla con nuestra flamante revista, supimos que habíamos triunfado, y que enviar paquetes a otras partes de España acabaría siendo algo habitual. No lo fue, pero fue una época fantástica y aprendí mucho por mi propia cuenta y riesgo, algo que me sirve ahora que soy redactora de una revista de verdad.