“Mihai y Veronica”: Eminescu, Rumanía y Héctor Martínez Sanz
Mihai y Veronica es una novela, pero es pura poesía. Quizás piensen que lo digo porque su protagonista es Mihai Eminescu, que es poeta romántico. Quizás porque el texto se basa en muchos de sus versos. Y sí, es probable que eso haya pesado. Pero, sobre todo, lo digo porque su autor, Héctor Martínez Sanz, es poeta y porque el texto es un gran poema en prosa.
El lector puede comprobarlo nada más empezar a leer, en el primer capítulo, donde la unión de poeta, verso y naturaleza define cuanto ha de suceder. No se unen los tres como en el clasicismo, es decir, no es la naturaleza la que funciona como marco y referencia ideal para el poeta y su verso; no, poeta, verso y naturaleza se relacionan desde la perspectiva romántica: la naturaleza es reflejo en el verso del estado anímico del poeta. Naturaleza y poeta son uno solo: «La Naturaleza se estremecía ante un Mihai errabundo y herido, oprimido por la ausencia y consumido por la nostalgia. Con la ternura de una madre le recogía en su regazo envuelto con el aroma del tilo, le arrullaba con el murmullo de las olas serenas, le besaba la frente con la caricia del apacible viento y le sostenía en sus brazos implorando su felicidad. Mihai ya formaba parte de ella, ya era tierra y polvo, ya habitaba sus entrañas. Pero tierra y polvo enamorados, como siempre son la tierra y el polvo de los poetas que, en su último fulgor de estrella, no pueden evitar llamar al amor».
En esta novela, Mihai Eminescu vive en el limbo de sus versos, el mundo eterno que él ha creado poéticamente. La tristeza lo carcome y no es feliz en su mundo, lejos de su amada cuyo destino desconoce. Desde el inicio los nenúfares, las estrellas, los árboles, las aguas... tratan de convencer al poeta de que su pena no tiene sentido, pero se hallan embargados por la tristeza del poeta, contagiados por su pesadumbre, y todo el universo corre el riesgo de venirse abajo. Este marco liga la novela con el marco lírico del Romanticismo literario al que Eminescu pertenece.
Cuanto sucede en la novela es creación del poeta, porque lo que se desmorona y hay que salvar es su mundo poético, y la causa es la falta de la amada. Una amada perdida en los infiernos. Esta idea por la que el desengaño amoroso provoca la zozobra poética, es tan sencillamente comprendida y tan universal en la poesía, que no sorprende que Héctor Martínez la emplee como raíz de toda la narración. La aceptamos con natural facilidad y, desde ese momento estamos abiertos a los acontecimientos, porque todo es creación del poeta. Por ejemplo, que nuestro particular Dante, en lugar de ser guiado por Virgilio, será acompañado por un espectro cuyo rostro depende del pensamiento de Mihai Eminescu, siendo el primero que refleja el de Hölderlin, cuyo Hyperion suele compararse al Lucero de aquél, y después los rostros de Ion Creanga, Titu Maiorescu o Chibici Revneanu. En lugar de buscar a Beatrice o a Eurídice, Mihai la busca a Ella. Y Héctor Martínez utiliza el pronombre con una intención clara: generalizar a la amada y proyectar la confusión del poeta cuando Ella le habla: «Ana… me llamo… Corina… Ana… Veronica… aunque tú me llamaste por otros nombres… nunca por el mío… pero lo has olvidado (…) Somos tantas como tú quisiste… ¿a cuál de nosotras amabas?... Di mi nombre… llámame…». Ella resulta ser creación del poeta que idealiza a la amada, y podría ser cualquier de las mujeres a las que amó, una porción de cada una, o ni siquiera corresponderse con ninguna. Ella, que termina identificándose con el nombre de Veronica (el llamado gran amor de Mihai Eminescu), podría no existir en realidad más allá de los versos creados por Eminescu. Dicho de otro modo, estaríamos ante el mito pigmaliónico literalmente: el artista enamorado de su creación, hasta el punto de que ésta cobre vida.
Es una novela de fuertes contrastes. Por ejemplo, el preciosismo, la luminosidad y la calma del universo poético contrastan con la oscuridad y la agitación del infierno. Por un lado, nos recreamos en el paseo cósmico del protagonista: «El brillo del lucero aumentaba en intensidad como el latido de un corazón apasionado cuanto más se acercaba al delta del Danubio, hasta que, ya sobre él comenzó a arrojar diamantinas lágrimas de rocío que fue esparciendo por toda su tierra natal. Luna y lucero rodearon por el sur la áurea corona que alrededor de Transilvania formaban los Cárpatos, y en cada pueblo, aldea y ciudad caía una fina lluvia de alegría desprendida de los ojos de Mihai.». Pero el texto se vuelve sombrío, gótico, en su desarrollo, cuando el espectro y Mihai (porque en el texto es Mihai, a secas) avanzan por cada uno de los círculos del inframundo: «En poco tiempo, Mihai se hallaba rodeado de las cadavéricas sombras, que contra él arrojaban sus demacrados brazos. El hueco que el espectro despejaba a su paso, rápidamente era rellenado por cientos de suplicantes sombras que cerraban el camino a Mihai. Asediado por lamentos y quejidos de los malditos, no lograba avanzar. Se veía sujeto y restregado por más y más trémulas manos sin vida, acorralado por los semblantes desencajados y los desorbitados y secos ojos de los difuntos. Heridas abiertas en la cabeza, tajos en el cuello y cortes por todo el cuerpo embadurnado de sangre coagulada, algunos con miembros seccionados y huesos dislocados. Otros eran cuerpos decrépitos y ruinosos, verdaderos esqueletos con pellejos de piel adheridos. Había niños de faz diabólica y muchachas de juventud marchitada a destiempo».
Las descripciones son impactantes y líricas, tanto las preciosistas como las más lúgubres, y condesan un amplio universo retórico desde metáforas, como la que acabamos de mencionar haciendo de los Cárpatos una áurea corona, a sinestesias, metonimias, paradojas, entre otros tropos, o figuras de repetición como paralelismos, para marcar el ritmo poético del párrafo. Claro que, no olvido el hecho de que la novela es una alegoría en sí misma, y por tanto una sucesión de metáforas con un significado conjunto: la vida y obra del poeta unido a su patria, Rumanía.
El país, precisamente, también aparece reflejado varias veces: el universo poético de Mihai, con la laguna y el bosque, se corresponde con su casa de la infancia en Ipotesti, que también es el escenario del episodio final de la novela; durante el paseo cósmico inicial de Mihai sobrevuelan Rumanía; descienden a la tumba de Veronica, en el Monasterio de Varatec; el palacio de Plutón es, en realidad el Castillo Corvin de Hunedoara; el cetro y la espada que se emplean como símbolos de Plutón son elementos del escudo nacional; los amaneceres y atardeceres de la novela (creo recordar que sólo hay uno de cada) representan siempre la bandera de Rumanía.
La razón es muy clara, en palabras de Héctor Martínez: «Hay quien no entiende que en los versos de Mihai Eminescu se encuentra el latido siempre constante de todo un país». Al fin y al cabo, es el poeta nacional del país, y por ello una novela que lo exalte no puede olvidar exaltar a la vez a la tierra que lo vio nacer.
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