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Kepler 62 de Héctor Martínez: una odisea posmoderna

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Kepler 62 de Héctor Martínez: una odisea posmoderna

Kepler 62 es una novela concebida por Héctor Martínez Sanz, autor de otras obras narrativas como Mihai y Veronica, Misión 109, El Clan de la Hormiga, Ixión y Harass: the God's Job. Se trata de un autor aparentemente camaleónico, aunque en realidad demarca con sutilidad los temas en los que profundiza. Temas tan actuales como el papel de la mujer o el ecologismo, el rol de la ciencia y la tecnología en la sociedad, la religión, entre otros, pueblan no ya sus novelas solamente, sino también sus ensayos. En Kepler 62, su novela más reciente, volvemos a encontrar estos mismos temas a través de la protagonista, Eleanor Rice, una joven científica avasallada por las creencias de su agonizante madre y los viles actos políticos de su padre, marginada por la comunidad científica y vejada por la sociedad, y sobre cuyos hombros recae la misión de salvar a la humanidad encontrando un nuevo mundo habitable después de que la Tierra fuese asolada por virus y bacterias sintéticos por accidente.

Es la primera incursión en la ciencia ficción del autor, y lo hace mediante un argumento ya conocido en el género postapocalíptico. En este sentido, la novela no va a sorprendernos. Es la base para todo lo demás: un complejo simbolismo psicológico y una estructura fragmentaria de la narración.

En cuanto al simbolismo, destacan tres elementos en Kepler 62: el relato de la novela Somnium, de Johannes Kepler, el cuadro Viajante sobre un mar de nubes de Caspar David Friedrich, y el ajedrez. En torno a estos elementos se construyen los hilos que unen personajes, acciones y evoluciones psicológicas.

La novela de Johannes Kepler es trasunto de las relaciones de la protagonista con sus padres y su mentor, tal y como si ella, Eleanor Rice, fuese el propio Kepler. Cada uno cumple con un papel simbólico, y sus relaciones e interacciones tienen una lectura más trascendente. En un artículo escrito por el mismo Héctor Martínez sobre Somnium, afirmaba: «El simbolismo de cada personaje también es revelador. Cada uno es metáfora de un estado distinto del conocimiento, hasta el punto de convertirse la obra en toda una alegoría del modelo de saber». En dicho artículo, el autor ya anunciaba la existencia de Kepler 62 y que incluiría el Somnium (de hecho, aportaba la traducción libre que había realizado para ello). De modo similar también él ha aplicado un envolvente simbolismo entre madre, padre, hija y mentor.

 

El cuadro de Caspar David Friedrich aparece interpretado en fases distintas de la evolución de Eleanor Rice. Primeramente, es la insignificancia del hombre frente a la naturaleza, pues esta permanecerá igual frente al viajante que desaparecerá. Después se interpreta como lo desconocido que se oculta bajo las nubes para el viajero, que debe lanzarse desde la que tomó por cumbre (alegoría de lanzarse al universo una vez que se creía el hombre en la cúspide natural de la Tierra). En tercer lugar, el viajante es identificado con Eleanor Rice misma, y asumido como una mota de polvo o una anomalía en el universo. Por último, asume el valor místico descrito con la expresión "almas solitarias en las alturas", en el delirio final de la novela.

El ajedrez está continuamente presente en el texto. Forma parte de los programas de entrenamiento con la biocomputadora SARA, una obvia referencia a 2001: una odisea del espacio. Stanley Kubrik decía: «lo que el ajedrez te enseña es que tu deber es permanecer ahí con calma y pensar si realmente es una buena idea o si hay otras ideas mejores». El concepto es recogido por Héctor Martínez con una nueva vuelta de tuerca: ni la computadora ni la protagonista juegan para ganar, sino para probarse, optando por las decisiones más sorprendentes, más inesperadas. Esto se transforma en metáfora del final: la claudicación, rehuir la victoria. Esa es la mejor estrategia, como se concluía en aquel War Games de John Badham: «Un juego extraño: el único movimiento ganador es no jugar». Sólo se juega cuando es posible ganar, perder o quedar en tablas. Pero hay juegos en los que nadie gana, en los que lo que se toma por victoria es la más clamorosa de las derrotas. Esto es un punto clave para interpretar la novela.

Fuera del simbolismo, el otro aspecto a destacar es la narración fragmentaria, que junto a la habitual intertextualidad, aproximan a Héctor Martínez a las lindes de la estética posmoderna (aun cuando el autor se ha pronunciado contrario a la mayor parte de la cultura posmoderna, es evidente que sí comparte el punto de origen). Como escribía Lyotard: «Un artista, un escritor postmoderno, está en la situación de un filósofo: el texto que escribe, la obra que lleva a cabo, no está gobernada por reglas ya establecidas, y no pueden ser juzgados por medio de un juicio determinante, por la aplicación a éste texto, a esta obra, de categorías conocidas. Estas reglas y estas categorías son lo que la obra o el texto investigan. El artista y el escritor trabajan sin reglas para establecer las reglas de aquello que habrá sido hecho. De ahí que la obra y el texto tengan las propiedades del acontecimiento». Teniendo en cuenta que a Héctor Martínez en modo alguno le es ajena la filosofía, vemos que precisamente así corre la novela Kepler 62: la novela va siguiendo sus propias reglas de construcción, basadas en romper las líneas temporales a través de saltos en el tiempo y párrafos breves. Es próximo, en este sentido, a lo que José Luis Peixoto, al que Héctor Martínez lee y conoce bien, llama “puntillismo”: «conjunto de voces o episodios (o relatos o imágenes de una familia o personaje específico) que se pueden leer por separado, pero que luego, sumados, dan la imagen global de los personajes, de su trayecto, de sus ambigüedades. Una imagen más amplia. (…) la forma en la que se encadenan las imágenes no es muy nítida, dejando en manos del lector una buena parte de la interpretación de la estructura». No deja de ser curioso que, de hecho, tenga Héctor Martínez un poema precisamente dedicado a la forma pictórica del puntillismo aplicada al mundo en su poemario Nocturnal.

Sin embargo, el punto de vista omnisciente no se pierde durante la novela, e incluso se intercalan digresiones explicativas o reflexivas por parte de la voz narrativa asumiendo un valor autónomo fuera de la historia.

La intertextualidad es el otro fenómeno, muy recurrido en las obras del escritor. Y en este caso alcanza límites inauditos. El relato libre y completo del Somnium de J. Kepler en la novela de Héctor Martínez, a la vez que establece paralelismos entre ambos, supone el ejemplo más palmario y extremo del autor al echar mano de la intertextualidad. Pero no es el único caso, pues nos encontramos también con un párrafo completo de El libro negro de H. P. Lovecraft, frases de R. L. Stevenson o referencias directas a personajes de Ray Bradbury o de Isaac Asimov, como también inspiraciones novelísticas y fílmicas, donde destacan 2001: una odisea en el espacio o The happening, entre otros.

Kepler 62 es una novela de lectura fácil pero de trasfondo complejo, que merece una pausada atención para recomponer toda la historia, por un lado, y todas las emociones y pensamientos por otros. Además, detrás de cada capítulo pueden encontrarse puertas abiertas a reflexiones propias del lector, sugeridas o no desde el texto. Actual por sus temáticas y por su género, lanza cuestiones que suponen verdaderos retos para el hombre contemporáneo.

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