La docencia como vehículo de formación de ciudadanos críticos por F Albert y A Korth
Como docentes con trayectoria hemos observado que la educación se encuentra en un estado crítico a pesar de los esfuerzos por parte del Estado de mejorar su calidad.
La carrera de la excelencia es una tarea ardua y sin fin, que lleva un esfuerzo constante de investigación, adaptación, implementación, evaluación y corrección de las prácticas educativas con las sociedades que se apropian de ellas asignándoles sentido efectivo.
Los escenarios políticos, sociales, económicos y tecnológicos modifican la cultura y las prioridades de las personas. Y es, en este proceso, en el cual la educación debe definir su objetivo y funciones.
Las escuelas actuales facilitan la adaptación al entorno social, brindando los conocimientos y moldeando conductas que respondan a las necesidades económicas y políticas establecidas. Aquellos que, presentan alguna alternatividad en sus intereses y buscan pensar distinto los contenidos o buscar otros se los rotula como rebeldes y se los descalifica académicamente por lo general.
Esta característica no es nueva sino que durante la historia de la educación en la Argentina, siempre se ha respondido a las necesidades del Estado tanto en el liberal, en el social como en el postsocial.
En el siglo XXI, y luego de un recorrido arduo pero fructuoso, aquellas personas que estamos vinculadas a la educación (maestros, directivos, pedagogos, psicólogos, padres y alumnos) nos permitimos pensar en una educación que pueda intervenir positivamente en la transformación de la sociedad y del mundo con un sentido humanista, democrático y progresista.
Los docentes tienen la posibilidad de preguntarse cuál es la finalidad última del proceso de enseñanza y aprendizaje. Para ello debemos tener presente que “no es la educación la que conforma la sociedad de cierta manera, sino la sociedad la que, conformándose de cierta manera, constituye la educación de acuerdo con los valores que la orientan” (SCEU UTN EPISTEMOLOGÍA – UNIDAD I. PAG 5). De esta manera, se presentan ciertas interrogantes a contestar en el proceso de desarrollo y planificación pedagógica, a saber: ¿Qué tipo de sociedad queremos? ¿Qué tipo de ciudadanos queremos que integren esa sociedad?, etc.
Si lo que buscamos son alumnos con un juicio crítico capaces de argumentar sus posiciones frente al mundo con entereza y conocimiento tenemos que llevar a cabo un cambio de actitud por parte del docente y de los directivos de las escuelas. La base sobre la que se piense la acción en el aula no puede ser descontextualizada del momento histórico que se vive.
Se trata de fomentar un proceso de aprendizaje basado en el diálogo participativo. Los educandos ya no son recipientes donde depositar el contenido sino agentes de cambio que deben ser nutridos con herramientas que le permitan tener una actitud activa frente al mundo. El docente debe fomentar la formación del pensamiento crítico y motivar la propia curiosidad en los alumnos. Se necesita un cambio en el paradigma de la educación, ya no es más vertical la bajada del contenido sino que los propios alumnos deben colaborar activamente en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Estamo s pensando en una democratización de la educación que tiene sus virtudes y responsabilidades pero también sus peligros si no es bien conducida.
De esta manera, la implementación de esta nueva “mirada” obliga a una previa formación del docente como orientador en la gestación de personas críticas capaces de construir una sociedad mejor.
El punto de partida debe ser entender a la educación cómo una oportunidad para colaborar con la formación integral del ser humano y para esto es fundamental que el alumno consiga autonomía en su pensamiento.
Grupo integrado por Fátima Albert y Alicia Korth
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