Todos con rumbo y yo siempre en el mismo lugar

Cuando uno voltea a su alrededor, suele asumir que todos la tienen clara, reconocen lo que les hace felices y, por supuesto, tienen trazado un rumbo definido. Qué contrariedad cuando ese supuesto se desvanece al plantearle a una persona: ¿qué quieres lograr en la vida? 

Este cuestionamiento resulta ser tremendamente incómoda y en algunos casos, llega a ser aterrador. La rutina, el día colmado de pendientes, nos obnubila y simplemente seguimos y seguimos sin sentido, sin un norte, sin saber si donde estamos es un medio para lograr mi fin. 

De niños nos atiborran de lecciones que deben servirnos para un futuro, pero ¿qué futuro deseo construir para mi? ¿Qué sueños deseo alcanzar? Y, en estas simples líneas, nos percatamos de la enorme trascendencia que posee el enseñarnos a soñar, pensar en grande y que nada nos limite. 

No son pocas las personas que están disconformes con la vida que llevan, pero eso no es lo más trágico pues lo realmente alarmante es que muchas de éstas tampoco están interesados en crear propuestas, plantearse metas u objetivos que permita desarrollar sus talentos y amar lo que hacen. ¿Por qué sucede esto? Existen un sin fin de razones, quizás lo más resaltante sea el temor al fracaso. Por ningún motivo queremos convertirnos en el hazmerreir y preferimos nunca intentarlo, cuando en verdad no hay nada más desgastante que vivir una vida mediocre, resignados y echándole la culpa a terceros de lo mal que nos ha ido, nos va y posiblemente nos seguirá yendo si no actuamos pronto.