La vergüenza en la sociedad actual: ¿dónde está el límite?
La vergüenza es más que una simple emoción incómoda, es un freno natural que nos impide hacer cosas que podrían no ser convenientes para nosotros. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la conveniencia de una acción depende de la inteligencia individual. La vergüenza cumple una función biológica similar al miedo, pero es fundamental aprender a interpretarla adecuadamente y evitar un exceso de la misma, ya que tanto el exceso como la falta de vergüenza pueden ser peligrosos. Como ya afirmó Aristóteles hace miles de años, el desequilibrio genera riesgos. Es importante señalar que aquí no estamos hablando de la vergüenza patológica y discapacitante asociada a trastornos mentales, sino de la vergüenza común. La vergüenza que sentimos en situaciones cotidianas no nos mata, pero ciertamente no es agradable.
Tal vez alguien pueda considerar que estoy exagerando la cantidad de desvergüenza que se observa en la sociedad actual. Si ese es el caso, respeto esa opinión, pero invito a esa persona a examinar internet, las redes sociales o las principales cadenas de televisión durante un par de horas la próxima semana. Después de eso, cuente el número de individuos que tienen la capacidad de generar vergüenza ajena, que es básicamente la vergüenza que sentiríamos nosotros mismos si fuéramos los protagonistas de sus acciones, opiniones o expresiones. Seguramente, más de uno se sorprenderá al ver la cantidad. ¿Cómo es posible que estas cosas sucedan sin que haya nada en sus mentes que les diga: "Estás actuando de forma patética"?
La cantidad de personas que actualmente muestran y celebran su falta de inteligencia mientras piensan que están demostrando frescura e impulsividad es alarmante. Hay algunos que se autodefinen como "locos", como si eso fuera algo admirable. También están aquellos que hacen bromas de mal gusto y molestan a los demás, creyendo que esto demuestra su actitud de buen rollo y autoconfianza, cuando en realidad solo demuestran ser unos perfectos idiotas.
Para dejarlo claro, todos tenemos derecho a expresarnos, incluso si lo que decimos son tonterías. Sin embargo, no todo lo que se expresa tiene el mismo valor. Una opinión bien fundamentada y acorde a la realidad tiene más valor que la primera idea descabellada que se nos ocurra. Además, una persona estúpida no merece el mismo reconocimiento y respeto que alguien bien educado e inteligente. Podemos ser ridículos, pero eso no debería convertirse en un ideal. No tener una de las habilidades que nos impiden cruzar esa línea no debería ser motivo de alegría, incluso por motivos prácticos.
En todas partes encontramos mensajes que nos animan a ser "nosotros mismos", lo cual es una buena idea, sin lugar a dudas. Sin embargo, a veces se echa en falta en estos mensajes una cláusula adicional: "Antes que nada, pregúntese qué versión de sí mismo desea mostrar y si está en línea con la imagen que desea proyectar". ¿Somos más auténticos cuando vivimos sin restricciones o cuando usamos nuestra razón para controlar nuestros impulsos? ¿Acaso nuestra inteligencia nos aleja de nuestra verdadera esencia?
Vivir de manera irracional no parece un mérito si queremos vivir como seres humanos, aunque algunos puedan preferir vivir como chimpancés. Declarar públicamente nuestra falta de inteligencia, elegancia y decoro no solo no es una muestra de autenticidad, sino que está lejos de ser algo digno de admirar.
Ahí radica el problema: actualmente no hacemos distinciones. En la sociedad actual, alguien que expresa su imbecilidad con orgullo no es considerado un imbécil, sino un individuo muy sincero y con una autoestima inquebrantable. Según los estándares actuales, esto lo convierte en alguien no solo respetable, sino digno de aplausos, felicitaciones y celebraciones. Todo esto ocurre por no apreciar adecuadamente el valor de la vergüenza.
Victor Hugo Bernardo.
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