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Aprendizaje V

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Tercio cargó fuertemente con su caballo, pero no podía poner su mirada al frente, porque el sol y la polvareda levantada por los équites del frente se lo impedían, Debido a esto solo podía mirar por instantes y seguir a los demás. Al intentar levantar la mirada alcanzó a ver unas sombras que se acercaban.

El polvo le impedía distinguir, pero sabía que se trataba del enemigo. Después de unos segundos se produjo el choque. La batalla ya había comenzado y la sangre al filo del hierro volvía a desparramarse.

Los jinetes africanos pasaban al lado de Tercio como si nada. Con su lanza intentó atravesar a un númida que estaba al frente, pero su estocada no tuvo efecto por el poco empuje, ya que perdió el equilibrio. En tanto, el númida fue tras él, alcanzándolo velozmente, pero sucumbió al chocar con un par équites, siendo aplastado por los cascos de los caballos. La lucha se había vuelto barbárica.

Tercio intentaba controlar a su caballo e ir al choque con los jinetes númidas pero estos eran demasiado rápidos y ágiles. Dos de estos pasaron velozmente a su lado derribando a los dos équites que se encontraban a su lado, siendo atravesados por las lanzas de otros dos númidas que pasaron posteriormente.

La refriega ya comenzaba a inclinarse a favor de la caballería de Aníbal, tiñendo el suelo de sangre romana. Tercio se dio cuenta de la masacre, sobre todo al percatarse de la huida de algunos équites romanos. Pensó que ya no podía hacer nada, era inútil, no podía controlar a su caballo y ni siquiera asestar un golpe efectivo con su lanza. No estaba preparado para todo esto. La retirada de la caballería lo impulsó a seguir esa misma opción, pero al ver un caballo blanco se detuvo. Era Cneo y estaba en peligro. Su amigo se encontraba peleando contra dos númidas, mientras uno se acercaba por detrás a todo galope a asestarle su lanza ensangrentada. Sin pensarlo fue a ayudar a su amigo, el cual combatía con fiereza. Cneo ágilmente esquivó la lanza del enemigo frente a él y le atravesó con su lanza, desenvainando casi al mismo tiempo su gladius, dando un giro y cortando la garganta de númida que se disponía a atacarle por la espalda. Ya había aniquilado a esos dos, pero al voltearse se encontró con el otro númida a metros de él, listo para matarle. Cneo cerró sus ojos intentando afrontar la muerte, pero solo escuchó un golpe seco y el galopar de un caballo que pasó a su lado. Tercio había alcanzado a derribar al númida con su escudo, utilizando luego su lanza para atravesarlo tendido en la tierra. Cneo, algo sorprendido, le agradeció con un gesto, pero la lucha continuaba, o más bien ya había culminado a favor del enemigo. Cneo vio como su caballería se batía en retirada, recordando el desastre de Trebia. Su mente se agitaba. Dirigiéndose a Tercio le dijo.

-Vamos, tenemos que huir.

Tercio no le podía creer. Su valiente amigo, el hombre que más confianza le había dado para afrontar esta batalla ¿Estaba pensando en retirarse del combate…de nuevo? Tercio le encaró, sintiéndose engañado ante un falso héroe, un farsante.

-¿Correr? Tú me dijiste que un romano nunca retrocedía, que esta era nuestra oportunidad para detener a Aníbal, esa oportunidad que tanto has esperado ¿y ahora quieres huir como lo hiciste en Trebia? eres un…

-¡Cállate!- Le gritó Cneo enfurecido, tomándolo de su lóriga- ¡¿Que sabes tú de todo esto?!

Soltándolo con la misma intensidad, Cneo giró su rostro diciendo

-Si muero aquí, no podré vengarme. Ahora vámonos.

Juntos emprendieron la huída. Tercio comprendía ahora los sentimientos de Cneo al escuchar sus palabras y sobre todo al mirar las lágrimas que corrían por su rostro. Lágrimas de impotencia y rabia. Cneo eludió la muerte, escogiendo lo que para él era mucho peor; vivir atormentado tras abandonar la batalla. Cneo había jurado no descansar hasta ver a Aníbal muerto a sus pies.

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