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Aprendizaje IX y Final

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Después de un tiempo, ya era de noche. El silencio se apoderaba de los campos de Cannas. Solo se escuchaba la corriente del río, apaciguando los ánimos de un día rojo. Tercio detectó a los pocos cartagineses que andaban rondando en busca de anillos y artefactos valiosos. El camino de salida estaba abierto, solo bastaba arrastrarse a través de los cuerpos. Mientras Tercio avanzaba, se topó con Senadores y altos magistrados romanos tendidos muertos en el campo. También se encontró con el rostro de Aulo, lamentablemente no así con su cuerpo. Luego de arrastrarse por horas, en medio de carnes desgarradas y pestilencia, logró alejarse lo suficiente como para escapar sin ser detectado. A las orillas de Aufidus, Tercio llenó dos cantimploras que había recogido entre los soldados muertos, así como también algunos panecillos y legumbres. Por desgracia el campamento estaba ocupado por los cartagineses, por lo que tendría que satisfacerse solo con estas provisiones en su camino regreso.

Tercio debía buscar refugio. Roma está demasiado lejos y si es que me dirijo allá seré alcanzada por Aníbal, quien seguramente buscará sitiar la ciudad. Solo tengo una opción, dirigirme al sur, a Venusia. Es el asentamiento más cercano, en donde probablemente estén la mayoría de las tropas romanas que se dispersaron. A pesar de ser la mejor elección, era un camino largo y peligroso. Si la deducción del joven romano era correcta, la mayoría de los romanos que lograron escapar estarían en Venusia, pero también tropas enemigas dispersadas en el camino fruto de la persecución. Además, el trayecto duraría entre un día y un día y medio. Tercio estaba cansado, no había parado desde la mañana antes de la batalla, sin contar sus heridas. Sin embargo, Tercio no podía permitirse descansar, ya que tenía que alejarse lo máximo posible de Cannas, aprovechando la oscuridad de la noche para evitar ser interceptado.

Luego de horas de camino, su cuerpo exhausto se tambaleaba. Las heridas estaban comenzando a paralizar su cuerpo, sobre todo la de su pierna. En un momento se preocupó de haberse perdido, pero al encontrar un par de soldados romanos y un caballo muertos supo que seguía el camino indicado. Cuando su cuerpo se desvaneció cayendo estrepitosamente en el suelo por el cansancio, supo que ya no podía mas, había llegado al límite. Estaban saliendo los primeros rayos de sol en el horizonte. Por suerte, Tercio encontró unos frondosos arbustos en donde esconderse y descansar. Luego de tenderse en la sombra debajo de las ramas, se durmió al instante. Entre sueños podía escuchar los cascos de los caballos, los gritos y el metal, no podía olvidar la violencia de la batalla, pero algo cambio, el pavor y el fuego se vertieron posteriormente sobre una gran ciudad hasta quedar solo unas cenizas. Esta terrible escena despertó a Tercio súbitamente. ¿Roma en llamas? Como todo un romano, Tercio era muy supersticioso, por lo que su sueño lo perturbó. Esto indicaba que el final de esta guerra sería bajo un manto de sangre y destrucción total.

Tras comer los pocos panecillos que le quedaban prosiguió su camino. El ambiente estaba tranquilo, demasiado tranquilo, todo indicaba que Tercio llegaría sin inconvenientes a si destino, hasta que algo se interpuso. Era un grupo de hombres, muchos de ellos jinetes. Intentó acercarse sin que le vieran para identificarlos. Si, no cabía duda, eran tropas romanas, probablemente tomando un descanso. Tercio por fin pudo respirar con alivio. Cuando los soldados se percataron que venía alguien, se levantaron a ayudarle pero fueron detenidos con una orden. Tercio creía que era por precaución, ya que debían cerciorarse que él no fuese un espía. No obstante, grande fue la sorpresa cuando vio a otro grupo detrás de ellos que fue a buscarle. Eran cartagineses. Tercio no sabía que pensar. Eran pocos comparados a los romanos, por lo que no podían ser sus captores. Algo raro estaba sucediendo. Un jinete romano, aparentemente de alto rango, se acercó velozmente antes que llegaran el grupo de cartagineses y dijo

-Tira tus armas y no te resistas. No puedes volver con nosotros.

Tercio no entendía nada. Buscando una respuesta se percató de que había un grupo de veinte soldados romanos que estaban con sus manos atadas, sentados debajo de un árbol. ¿Eran traidores? Era posible, pero se negó a creerlo. Luego, el romano se dirigió a uno de los cartagineses y le dijo fríamente.

-Pueden llevarse al prisionero.

Tercio comprendió todo. Esos hombres amarrados eran prisioneros que habían escapado, por lo que había sido confundido como uno de ellos. Tercio desesperado intentó explicarles mientras los soldados le inmovilizaban.

-Esto es una equivocación, yo no soy un prisionero, soy un sobreviviente que me quedé rezagado. Lo juro. ¿Porque hacen esto? soy un romano de la familia…

-Cállate- Dijo el jinete enfurecido interrumpiendo a Tercio- No te resistas. Algún día lo entenderás.

Tras ser capturado, el cartaginés que estaba al mando hizo un gesto a uno de los équites, el cual dio la orden para que trajeran a los prisioneros, mientras Tercio no sabía en qué pensar. Cuando llegaron los prisioneros, escoltados por el équite y unos soldados, el jinete de alto rango autorizó que les soltaran para dejarlos a disposición del enemigo. Tercio fue empujado, pero este se resistía a ser apresado, cayendo tras el forcejeo con un soldado. Desde el suelo, Tercio miró al équite sobre su caballo en busca de su ayuda, pero este lo ignoró. Posando su vista en su rostro, Tercio vio a su amigo. Era Cneo montado en un caballo negro. Con una mirada gélida su amigo lo observó hasta que Tercio fue amarrado y llevado junto a los demás prisioneros. La actitud de Cneo lo explicaba todo.

Roma no podía permitirse recibir a los prisioneros fugitivos, ya que reflejaría su vulnerabilidad. Por tanto, devolver a los prisioneros sería visto como un acto de fortaleza, enviando un claro mensaje, tanto a Aníbal como a las demás ciudades aliadas, de que Roma no estaba vencida. En otras palabras, Roma estaba dispuesta a sacrificar las vidas de sus hombres para demostrar su voluntad de resistir, a pesar de la terrible derrota en Cannas. De esta manera fue como Tercio y Cneo lo comprendieron. El joven romano, ahora prisionero lamentaba su suerte, pero de algo estaba seguro; Roma se levantaría para imponerse al cartaginés, porque ningún imperio se ha construido sin derramar la sangre de su pueblo.

Fin.

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