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Cómo seguir asistiendo a reuniones y sobrevivir a la experiencia

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Las reuniones siguen gozando, increíblemente y contra toda lógica, de buena prensa en las organizaciones. La gente les rinde culto porque en ellas, supuestamente, se tratan los problemas, se resuelven dudas, se buscan soluciones y se encuentra la felicidad. Y la gloria, dirían sus apologistas. Sin embargo, detrás de todos estos anuncios favorables hay algo mas, sobre lo cual guardan silencio inexplicable no solo los medios de comunicación sino los altos ejecutivos de las empresas; los empleados de nivel medio; los líderes comunitarios y toda persona a quien alguna vez en la vida le ha correspondido el turno de someterse a una tortura de dos tres cuatro o cinco horas a la cual llaman con el llamativo y maquillado nombre de “reunión”. No se trata de que las reuniones no sirvan para nada. No señor, ni may faltaba que alguien cometa el atrevimiento de hacer semejante afirmación. Las reuniones sirven para muchos fines: para perder el tiempo, para conversar de todos los temas del mundo; para encontrar a los amigos a quienes hace tiempo no vemos; para dibujar mamarrachos en las hojas en blanco gratuitas que nos reparten; para hacernos los entendidos tomando la palabra una y otra vez; para conocer las enfermedades, las dificultades, los trances, conflictos y apuros de quienes no pudieron llegar a tiempo o no llegaron nunca. Y finalmente una reunión, lo que se dice una “buena reunión”, es decir , de esas que comienzan una hora después de lo previsto y que termina cinco horas después, en el mejor de los casos, sirve para perder mucho dinero. Si no lo cree calcule cuanto cuesta, en promedio, una hora del tiempo de cada uno de los concurrentes y multiplíquelo por el total de la asistencia y luego por el tiempo en que estuvieron reunidos. A la cifra anterior súmele los gastos de transporte, refrigerios, electricidad y otras erogaciones y tendremos como resultado una cantidad de dinero que bien pudo haberse invertido en propósitos may nobles que hablar paja durante jornadas interminables. Pero mucha atención: si usted es un simple mortal perteneciente a esa secta privilegiada de la especie humana que todavía goza de un empleo, o al menos pertenece a un grupo en donde tiene la suficiente simpatía como para ser invitado habitual a reuniones, es muy posible que con cierta frecuencia se vea en la necesidad de someterse al martirio de pasar una buena parte de su vida asistiendo a reuniones en las que no quiere y definitivamente no le interesa estar. Usted, querido amigo, reciba con afecto este consejo: no se deje sancionar ni regañar. En la vida no se puede dar papaya y menos cuando se trata de asuntos laborales. Así que, resígnese, despídase de sus otros planes, de su trabajo serio, de sus compromisos verdaderos y asista obediente y sumisamente a su reunión. Sin embargo, a.C. entre nos, sin que se entere nadie may, quiero darle una buena noticia: el sufrimiento no es ineludible. Por lo menos no lo será si sigue las siguientes instrucciones: 1. Nunca llegue puntual. Normalmente quienes convocan a reuniones no están interesados en comenzarlas a tiempo. Axial que, no se afane, tómese su tiempo para sus otras actividades y preséntese, cuando menos, con media hora de retraso. Si otros idiotas no se le han adelantado, usted será el primero en llegar. 2. Lleve suficiente papel para que dibuje mamarrachos y garrapatee frases que solo usted entiende. Con esto logrará dos objetivos: por una parte creerán que usted está muy concentrado en la reunión y, por la otra, le quedará a usted un buen material probatorio para cuando vaya a escribir un artículo sobre la inutilidad de las reuniones. 3. Ponga su teléfono móvil en silencio para que no pase por la vergüenza de cortarle la inspiración a quien esté haciendo uso de la palabra. Pero no lo apague: aproveche para mandar mensajes de textos. Y si no tiene a quién enviarle mensajes, mándeselos a usted mismo. Así tendrá un bonito recuerdo de la temporada. 4. Participe con frecuencia aunque no tenga la menor idea del tema. De esta manera usted dará la impresión de que es una persona comprometida con la organización y, sobre todo, con quienes lo han invitado. Además usted contribuirá de manera talentosa a prolongar la reunión y se ganará el aplauso de las mayorías. El único inconveniente de esta estrategia consiste en que en el futuro le van a llover nuevas invitaciones a un buen número de reuniones. 5. Nunca se le ocurra pedir una mayor agilidad en el desarrollo de las discusiones. Cualquiera podría argumentar que usted desea evitar o tratar superficialmente las sustanciales cuestiones de las cuales depende el futuro del país y de la humanidad. 6. Cuando el debate se encuentre empantanado usted puede ganarse el derecho a ingresar a la galería de la fama e inmortalizarse por sus propuestas inteligentes: sugiera la creación de un comité. No le aseguro que de esta manera salgan definitivamente del atolladero pero logrará dos cosas: convertir un problema pequeño en un problema gigante y crear la necesidad de nuevas reuniones. 7. Vuelva a tocar temas sobre los cuales se ha hablado lo suficiente. Esta es una buena forma de reanimar una reunión cuando se encuentra a punto de terminar. 8. Insinúe, con toda la seriedad del mundo, que dada la importancia de los temas tratados y “el poco tiempo” (solo seis horas) que se ha tenido para hacer los estudios, los análisis y las discusiones, es necesario continuar las deliberaciones en horas de la tarde o al día siguiente según sea el caso. No de su brazo a torcer: si usted se rinde en este tema podría estar renunciando a la gloria. 9. Felicite a los organizadores de la reunión y hágales saber que éstas deben hacerse con may frecuencia. Al terminar la reunión, póngase serio de nuevo. Recoja sus cosas con cuidado (procure que no se le queden los mamarrachos y las hojas en que ha escrito frases como “maldita reunión” o “¿a qué hora se irá a terminar esta farsa?”, “¿Por qué el desgraciado de mi jefe habla tanto?”. Encomiéndese a su Creador y pida con devoción que se acaben pronto en el mundo todas las formas de tortura. Incluso aquellas que parecen inofensivas. Como las reuniones, por ejemplo.

POR: Alejandro Rutto Martínez

Alejandro Rutto Martínez es un prestigioso escritor y periodista ítalo-colombiano quien además ejerce la docencia en varias universidades. Es autor de cuatro libros sobre ética y liderazgo y figura en tres antologías de autores colombianos. Contáctelo al cel. 300 8055526 o al correo alejandrorutto@gmail.com. Lea sus escritos en MAICAO AL DÍA, página en la cual usted encontrará escritos, crónicas y piezas hermosas de la literatura colombiana.

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