Saramago: Nóbel para la insurreción moral

"¿Quién tiene el poder en el mundo hoy? Esa es la gran cuestión de nuestros días. El poder real no es un poder político. Ni siquiera se puede llamar poder económico. El poder hoy son las grandes concentraciones de capital, con la característica añadida de que se trata de un capital especulativo. La Tierra no es más que la mesa de un banquete donde están sentados unos cuantos que devoran sin mirar las consecuencias. Y para cambiar esto, para quitar el poder a quienes ahora lo tienen, es necesaria una insurrección moral".

Ese es José Saramago, nuestro nuevo premio nóbel de literatura. Un revolucionario. Un comunista de los viejos, de los que devoraron a Marx, pero no lo tragaron entero. Un vetado por la iglesia católica. Un escritor de profesión, pues no tuvo la oportunidad de haber estudiado una liberal. Se hizo escritor profesional porque, paradojicamente, al triunfar la revolución en Portugal, su país natal, quedó sin empleo. Nació en una aldea de Ribetejo, en el "Portugal profundo", por allá en 1922, empezando su carrera literaria 25 años después. Se empieza, realmente, a cotizar con su obra LEVANTADO DO CHAO (Alzado del suelo) en donde critica radicalmente el régimen represivo salazarista y marca un compromiso indeleble con los oprimidos de su país. Después escribió muchas obras más, las cuales le valieron su nominación permanente, en estos últimos años, para el premio ganado justamente en esta oportunidad y con el cual dejó de ser "el otro Borges": Viajem a Portugal (viajes), Memorial do convento (novela), O ano da morte de Ricardo Reis (novela), A Jangada de pedra (novela), Historia do cerco de Lisboa (novela), E Evangelho segundo Jesus Cristo (novela), In nomine Dei (teatro), Ensaio sobre a cegueira (novela), Cuadernos de Lanzarote I, II y III (diario) y Todos los nombres (novela). Sus obras, como él mismo dice, son "una meditación sobre el error y una reflexión sobre la duda". Jennie Ostrosky, colaborador de la revista mejicana CASA DEL TIEMPO, hace un parangón entre Saramago y Camus: "ambos escriben novelas que comparten características y situaciones y, sobre todo, una metáfora de nuestras ocultas pasiones, de nuestros primigenios instintos como individuos y como estirpe". Pero tal vez la mejor descripción de lo representado por su obra literaria o por una cualquiera, salió de sus propios labios: "la creación literaria es como un intento de explicación del universo. Ella está en un plano oblicuo y va hacia atrás; a veces los movimientos coinciden en el mismo plano; son momentos, hechos, dibujos inscritos en diferentes épocas, pero en una misma pantalla. Es la coincidencia del Hombre de Neanderthal y Einstein, la Divina Comedia y Auschwitz, Don Quijote y Fernando Pessoa. En la escritura, la historia más importante no está constituida de personajes y técnica; es fruto de escribir historias y fingimientos. La novela es imposible en sus formas. Nunca seremos más que la memoria que tenemos, y esa es la única historia que podemos contar".

Así es Saramago. Profundo. Libertario. Convencido. Uno de esos luchadores invencibles porque no echa bala sino verbo revolucionario. Ya no hacen de esos, en estos tiempos.

Un día de 1997 fue a Chiapas, después de leer sobre la matanza de Acteal. El gobierno lo amenazó con deportarlo si hablaba de algo diferente a la literatura. Pero el hombre es radical. Indomable. Comprometido. Él aceptó, mamándoles gallo después en una de sus entrevistas: "Sólo soy escritor, dijo, y no puedo opinar. Ningún extranjero puede tener injerencia en asuntos de una región que no sea la propia. El problema es cuando solamente el FMI puede hacer injerencia económica en la política de un país sin ofender ninguna ley".

Dejó para la posteridad y para orgullo de ese pueblo el documento conocido ya en todo el mundo y titulado, simplemente, con el nombre de esa provincia: "fuimos a Chiapas y nos vimos reflejados en las miradas de los indios sobrevivientes de las matanzas de la historia, en los ojos negros de los niños mutilados, en la paciencia incomprensible de los ancianos que nos observaban, quizá queriendo comprender también ellos. Viendo a los indios chiapanecos descubrimos nuevos rostros de la lógica del poder, tan igual siempre, tan inmutable a lo largo del tiempo, de las generaciones y de los usos políticos. Estuvimos en Chiapas. Vimos las casas de los indios, los campamentos de desplazados, los asentamientos provisionales y los considerados definitivos. Conocimos sus propuestas para el futuro, que para ellos siempre será imperfecto...."

Ese es Saramago. Sobreviviente del comunismo europeo. Estilista de historias y cuentos. Octogenario incitando con ardentía a todas las insurrecciones, incluida la moral.