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El Mito de la Caverna y el desarrollo del alma

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Uno de los relatos más impactantes del mundo clásico es el denominado Mito de la Caverna recogido en la obra de Platón titulada La República. Sorprende por su profundidad y su actualidad. Ha sido estudiado e interpretado desde muchos ángulos, pero el aspecto que ahora nos interesa resaltar es su valor en el proceso del despertar de la conciencia. Se trata de una descripción de nuestro mundo interior, del estado en el cual vive el hombre común y del modo que puede salir del mismo y elevarse hacia estados de conciencia superiores desarrollando las capacidades que le permiten despertar a otras realidades. Esta alegoría escrita hacia finales del siglo V principios del IV a.C, no está dirigida a los hombres de la Grecia clásica. Tiene un valor universal e intemporal. Fue escrito para el ser humano de cualquier época interesado en un desarrollo interno.

 Platón nos describe un lugar subterráneo, una caverna,  que en su parte más alta tiene una apertura como salida hacia la luz. Para llegar hasta la salida habría que recorrer un largo y escarpado camino. Dentro del recinto hay “hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza”.  Es decir, están inmovilizados y sólo pueden dirigir su mirada en una dirección, hacia el muro que tienen enfrente. De este modo se ven obligados a mirar siempre hacia el mismo punto, nunca han visto nada de lo que hay detrás de ellos ni a derecha ni a izquierda.

    Detrás de los prisioneros, a cierta distancia, discurre un pequeño muro, una especie de mampara que mide aproximadamente la altura de un hombre, y detrás de este muro, un camino algo elevado que, al igual que el muro, corta transversalmente el lugar. En un plano superior, aún más elevado que el camino y también a su espalda, hay un fuego encendido cuyo reflejo está bastante alejado de los prisioneros.             Por este camino que se encuentra detrás del muro transitan “unos hombres que transportan toda clase de objetoscuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres oanimales hechas de piedra y de madera y de todaclase de materias; entre estos portadores habrá, como esnatural, unos que vayan hablando y otros que esténcallados”.

 De este modo, al pasar personas cargadas por el camino,  las sombras de los objetos que transporten serán proyectadas por el fuego sobre la pared del fondo, pero no sus propias sombras ya que sus cuerpos están ocultos por el muro. Además, la pared del fondo tiene eco, de modo que las palabras pronunciadas por los porteadores parecen venir de ella.

 En este escenario, los encadenados no han visto nunca “otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyecta­das por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos” y lo mismo sucederá con los objetos transportados, incluso creerán que las sombras que ven hablan ya que lo único que perciben es el eco de las conversaciones que la pared les devuelve. Esto es lo que considerarán como real y ninguna otra cosa.”

 Así, a las sombras dan el nombre de las cosas y pasan su tiempo haciendo apuestas y dando premios a aquellos capaces de discernir mejor las sombras que pasan y acordarse del orden en el que aparecen y otorgan honores a quienes puedan profetizar lo que va a suceder, es decir, qué sombra pasará a continuación.

 A continuación Platón se plantea “qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia”. El hombre al que se liberara de sus cadenas lo primero sentiría dolor en sus ojos no podría ver lo que antes veía, es decir las sombras, y se negaría a admitir que los objetos que producían las sombras son más reales que las sombras mismas. Y, si se le obligara a fijar su vista en la luz misma que penetra en la caverna se vería deslumbrado y confuso. Si empezara a recorrer el escarpado camino hacia el exterior de la caverna sus dudas y malestar aumentarían y ya fuera de la misma nos dice Platón que “necesitaría acostumbrarse para poder lle­gar a ver las cosas de arriba.” Entraría en un proceso de adaptación, primero vería sombras, luego imágenes reflejadas en las aguas y más tarde los objetos mismos hasta llegar a tener la capacidad de mirar directamente al sol.

 Con esta alegoría Platón nos describe al mismo tiempo una realidad  interior. La caverna se encuentra dentro de nosotros mismos, es el escenario donde se desarrolla la vida del hombre común. Es el mundo de sombras en el que vivimos y que tomamos por real dentro de nuestra cautividad. Según Platón la caverna es el mundo sensible y el cautivo es el alma humana que tiene la capacidad de recorrer el escarpado sendero hacia la luz. 

Platón nos introduce en la simbología de todo lo anterior. La caverna nos dice, es el mundo sensible, es decir aquello que captamos con nuestros sentidos físicos y que para el hombre común constituye la realidad. Es el ámbito de la materia, de nuestras posesiones, trabajos, preocupaciones, placeres etc. Es este mundo que vemos como externo pero que realmente llevamos dentro, un mundo en el que solamente hay un tenue resplandor de la auténtica Luz que se encuentra fuera. El cautivo frente al muro es la situación del alma para la que la única realidad que existe son las sombras proyectadas en el muro.  Estas sombras son nuestra vida tal y como la concebimos generalmente, nuestras circunstancias, cuerpo físico y todo lo que a él concierne, las personas que nos rodean queridas o no tanto, cercanas o lejanas, los objetos de los que nos rodeamos y todo aquello que anhelamos tener. Ahí vivimos en un mundo de “ilusión” lejos de la auténtica realidad, ahí sufrimos y somos felices, soñamos, odiamos, amamos y tememos. Toda la actividad física y psíquica de este tipo de personas (la inmensa mayoría) gira en torno a las sombras que para ellos es lo  único existente.

 Es interesante observar que, según Platón, las sombras que los cautivos ven proceden de los objetos que otros individuos cargan. Estos no están encadenados, sin embargo también están dentro de la caverna y privados de la Luz, pero tienen un poder sobre los prisioneros, el poder de hacerles ver las sombras de los objetos y estatuas que cargan, de tal modo que sólo con cambiar de un objeto a otro, de una estatua a otra, los encadenados verán sombras distintas y creerán así que su vida es diferente. En otras palabras, este segundo grupo de individuos tiene el poder de  proyectar al resto la realidad que viven, de provocarles reacciones, sentimientos y pensamientos por medio de las adecuadas proyecciones. Los encadenados nunca se van a dar cuenta del origen de las sombras, recordemos que las cadenas les impiden girar la cabeza y ver que hay detrás de ellos.

 El conocimiento, la auténtica luz no se encuentra en el mundo que percibimos con nuestros sentidos, ahí sólo hay sombras. En este mundo oscuro la realidad humana es el cuerpo físico. En el exterior de la caverna la realidad humana es el alma. Mientras cada uno de nosotros se identifique, se reconozca a sí mismo y a los demás como cuerpos físicos, mientras todo nuestro esfuerzo y afán vayan únicamente encaminados hacia lo que consideramos material, viviremos en la oscuridad, tomando por real lo que no es, inconscientes de nuestra situación y engañados por las sombras de objetos que otros transportan y que formarán nuestro mundo.  La liberación y el ascenso hacia la luz, constituye el proceso del despertar de la conciencia. Es el tránsito interno de una realidad a otra, del estado de inconsciencia a niveles más conscientes que le permiten ver la diferencia entre lo real y lo irreal. El camino escarpado que conduce hacia el exterior de la caverna es el camino del autoconocimiento y del desarrollo de la conciencia hasta llegar a crear la capacidad de mirar directamente al Sol que para Platón simboliza la fuente de toda Luz y Conocimiento.

 Uno de los puntos más interesantes del relato de Platón es cómo comienza, antes de iniciar la alegoría escribe:  “compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza.”

 Pero,¿de qué educación habla Platón? No se refiere a lo que hoy entendemos por tal. En la antigua Grecia se distinguía entre educación, que era el desarrollo integral del alma y el despertar interior, e instrucción, que tenía como único objetivo proporcionar conocimientos adecuados para el ejercicio de una profesión u oficio. Como fácilmente se puede comprobar en nuestra época no existe un sistema de educación sino más bien y en el mejor de los casos de instrucción.

   Platón parte de una base: el auténtico conocimiento no proviene del exterior, no llega al hombre desde fuera, no se enseña, sino que se encuentra en su interior. El alma de cada ser humano encierra la capacidad de despertar.  La auténtica educación es dotar al hombre de medios que le ayuden a enfocar su psique desde la oscuridad a la luz, es decir del mundo de los sentidos al del Conocimiento.

 Si alguien decide liberarse de esta situación e iniciar el ascenso hacia otra realidad, lo primero que debe hacer es reconocer la situación en que se encuentra, su cautividad, y, una vez liberado de las cadenas que no le dejaban mirar hacia los lados y hacia atrás, descubrirá que su realidad anterior estaba formada por proyecciones de objetos que otros le presentaban. En este punto tendrá que decidir si continuar el camino hacia el exterior o entrar a formar parte de aquellos que, aún permaneciendo en la oscuridad no están encadenados, y debido a su relativa superioridad sobre el resto, están en situación de manipular el mundo de los cautivos. Si continúa entrará en un proceso de adaptación a la Luz que culminará con la visión del Sol.

 El hombre así liberado, aquel que ha llegado al Conocimiento es el auténtico filósofo y  tiene, según Platón, la obligación moral de regresar a la caverna y ayudar a los otros a liberarse. En su relato nos describe los peligros que correrá en tal misión. Aquellos que habitan en las sombras, en su mayoría le tomarían por loco, se reirían de él y si pudieran llegarían a matarlo.

 “Y, si tuviese que competir de nuevo con los que ha­bían permanecido constantemente encadenados, opinan­do acerca de las sombras aquellas que,

por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad,

 ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión?

 ¿Y no matarían, si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir? ”

  Inés Martín

http//:inesmariamartin.blogspot.com

 Nota: Los fragmentos entre comillas corresponden literalmente a la obra original. El relato íntegro se encuentra en el comienzo del Libro VII de la República de Platón.

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Acerca del autor

Rubén González e Inés Martín

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