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¿Cómo y dónde encontrar a Dios?

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“La religión es una búsqueda del reino de Dios –de cualquier Dios-

 y su justicia, o no es nada”.

(Antonio Gala)

 

“¿No es ese sufrimiento que proviene de haber anulado el Ser lo que despierta en nosotros su nostalgia?, ¿No es acaso la insuficiencia que siente el hombre que está perdido en el orden estático del Yo, lo que despierta esa santa inquietud, dándole el sentido de la búsqueda de la Gran Verdad?”.

 (de Karlfried Graf Dürckheim)

 

 

 

Llamaremos religión a la forma de relacionarnos con lo que tiene esencia de Divinidad, a cualquier paso que pretenda el acercamiento a la gran Verdad y a Lo Superior, a todos aquellos momentos de cavilación respecto lo piadoso, a cada vez que sintamos devoción por algo inmaterial y espiritual, a cada oración que inventemos en nuestros momentos de amor o súplica, a cada duda o plegaria que elevemos desde el corazón, a las luchas del alma, y a todo cuanto sobrepase la finitud del cuerpo y la vulgaridad en la vida.

 

La religión no es un asunto de Dios. Él lo tiene claro.

Este es un asunto exclusivo de los humanos. Un asunto absolutamente personal y privado. Algo que no se debe compartir y que debe ser vivido en la exclusiva privacidad de una relación que siempre es privilegio nada más que de dos: cada persona y Dios.

Sin embargo, en la religiosidad, más que en ninguna otra cosa, el humano se siente muy perdido.

Unos dicen estar convencidos, y con su relación en paz. Bien. Otros son fanáticos. Error. Otros son sectarios, o no tienen criterio, y repiten lo que les han dicho que repitan. Mal. Otros siguen teniendo miedo al infierno y otras amenazas, y se aferran al “por si acaso”, y cumplen los mandamientos. Hipócritas. Otros son buscadores incansables de una verdad que en algún momento se tiene  que hacer visible, son luchadores, no se conforman con cualquier cosa si esa cualquier cosa no llena su corazón de paz, confianza, y verdad.

Los primeros que he descrito, y los últimos, son los que agradarán a Dios –cada uno a su Dios-.

Sólo los que buscan, los que Le buscan, los que tienen la visión de que algo grandioso les espera, los que renuncian al conformismo con una religión mediocre que no les termine de “religar” con su Dios -el externo que visualizan o imaginan en el Cielo, o el más real que les habita y forma parte indisoluble de cada ser humano-, sólo ellos tendrán el premio de Sentirle en sí mismos como algo indisoluble, de lo que ya jamás se separarán, ni volverán a sentirse abandonados.

La religión no es un viaje cómodo, ya que, hasta que se resuelve, hay más dudas que certezas, además del miedo que causa el pensar que al otro lado está el Grande, el Sabio, el Todopoderoso, el que es Luz y Conciencia, y desde nuestra desconcertada y perdida orilla somos minúsculos y torpes.

Es casi una osadía dar un paso hacia Él, pero nuestro interior nos empuja porque no se conforma con la aparente y equivocada creencia de que el ser humano es una mediocridad en comparación con lo que puede ser, y debe ser, tras el contacto con el misterio y fascinación que produce el encuentro religioso con la Divinidad.

Y esto se repite en todas las partes del mundo: en todas las culturas y en todos los niveles culturales. Dicen que los que clasificamos como “ricos” están mucho más alejados de la religión que los que denominamos “pobres”. Como si los primeros ya estuvieran disfrutando el Cielo en vida y no les importara lo que haya después, si es que hay algo, y, en cambio, los segundos buscaran en la religión nada más que el consuelo de justificar la precariedad o dureza de su vida con el hecho de que después disfrutarán del premio de una buena eternidad.

En cualquiera de los dos casos puede ser un planteamiento equivocado. En la religión no se ha de buscar el “más allá” sino la realidad del presente.

 

Este es un cuentecito de Tony de Mello:

Un día preguntó el Maestro: En vuestra opinión, ¿cuál es la pregunta religiosa más importante?

A modo de respuesta, escuchó muchas preguntas: ¿Existe Dios?, ¿Quién es Dios?, ¿Cuál es el camino hacia Dios?, ¿Hay vida después de la muerte?

No; dijo el Maestro, la pregunta más importante es: ¿Quién soy yo?

Los discípulos se hicieron alguna idea de lo que el Maestro quería insinuar cuando, le oyeron hablar con un predicador.

Maestro: Así pues, según tú, cuando hayas muerto tu alma estará en el cielo, ¿no es así?

Predicador: Si, así es.

Maestro: ¿Y tu cuerpo estará en la tumba...?

Predicador: Exactamente.

Maestro: ¿Y dónde, si me permites la pregunta, estarás tú?

 

Una respuesta adecuada a la rotunda pregunta ¿quién soy yo? puede llevar reflejada la perfecta religiosidad, y la auténtica religión, porque llevaría incluida muchas veces la palabra “Dios”, y el sentimiento hacia Él.

Se requiere revisar la convicción, quien la tenga, de que Dios, la Religión, la Luz, la Sabiduría, el Amor Fraternal Universal y la Comprensión, son ajenas al conjunto del Ser Humano, y están fuera, y son inmerecidas e inalcanzables.

No es así.

 

Todo está dentro. Todo eso somos en esencia.

Cada persona es una expresión viva del Ser, pero con la conciencia humana le resulta difícil comprenderlo.

No es una presunción, ni una inmodestia, creer firmemente en ello. No es una osadía ni una rebelión. No es una burla ni una apostasía.

Quien se crea hijo de un Dios –el que sea-, de Lo Superior, es lógico que lleve sus mismos “genes” o su esencia, que sea algo o mucho de Dios, y que esté ansioso por regresar a encontrarse con Él en el Jardín del Edén de donde proviene, según la religión católica,

Y no olvides que religión es igual a religar: “ceñir más estrechamente, volver a atar”.

 

Te adelanto que se te puede crear un conflicto que será muy fácil o muy difícil de resolver.

Me refiero a lo que puede suceder si, de pronto, sientes como cierto que Lo Superior habita en ti, o que eres tú, y al mismo tiempo te miras en el espejo de tu realidad y cotidianidad y ves que nada ha cambiado.

Tienes momentos en que te sientes como parte inseparable de Lo Superior, y momentos en que tienes necesidad de ese Dios que en su Reino, lejos de ti, que vive en la magnificación de la mente, que es Superior y mágico, poderoso y eterno, porque siempre te has relacionado así con Él y eso te produce seguridad, y te proporciona refugio y sensación de estar cuidado: en las mejores manos.

Y vuelves a sentir de nuevo a Lo Superior dentro de ti y también te sientes a gusto, y lo sientes absolutamente natural; sientes que estás donde siempre debiste estar, y te parece bien.

Se crea un conflicto de dualidad, de sentimiento de traición al Dios que está en la distancia, a quien sigues necesitando, mientras tratas de acostumbrarte al interno, con el que también te sientes bien.

Tienes que decidir: renunciar a Ese con el que te has relacionado hasta ahora, y a quien sigues sintiendo con amor y respeto –con el que, por otra parte, no te atreverías a enfrentarte ni abandonarle- y, en cambio, cobra fuerza la creencia en ti mismo como portador de una parte de divinidad, casi como si fueras un Dios Menor.

Tienes otra elección, apropiada y salomónica: mantenerte en las dos opciones al mismo tiempo. Permitir que ambas sigan creciendo al mismo tiempo. En la perfecta humildad de saber quién eres y, al mismo tiempo, cada vez más unido a la fuente de la que provienes, y a ese Dios que te ha cuidado hasta ahora.

 

Tengo a la vista un recuerdo que me han traído del Tíbet. Para ellos es un objeto religioso sagrado. Para mí es un trasto, porque lo veo solamente como un objeto. Sin embargo, ellos tienen otro nombre para nombrar a Lo Superior, y eso lo respeto profundamente. Es la esencia, y no su representación, lo que es válido. Si yo siento dentro de mí, de un modo cierto, que formo parte de la Divinidad, ¿para qué quiero ponerle nombre?, ¿para qué dudo o sufro?

Dios quiere que Le sintamos, donde sea, como sea, cada uno a su modo, y si yo Le siento dentro de mí porque me considero Su creación, es correcto.

 

A cada ser humano se le pide que viva la religiosidad a partir de una experiencia mística, especial y esencial. Dado que esa experiencia no se puede “fabricar”, porque trasciende las facultades de la persona, sólo desde quien uno es realmente puede brotar, bien de un modo espontáneo, o bien a base de pedirlo con el deseo o con la oración.

Todos los esfuerzos que uno haga por reencontrarse con su auténtica fe, son dignos y necesarios.

El hombre no sólo busca, sino que necesita una experiencia religiosa que vaya más allá de las religiones.

Francisco de Sales es el fundador de la web www.buscandome.es orientada hacia el Crecimiento Personal, la psicología, la espiritualidad, lo Transpersonal, y la religiosidad. En esta web podrán encontrar más artículos. 

 

 

 

 

 

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