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¿La Biblia prohíbe hacer imágenes?

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En esta oportunidad, quiero compartir con todos los que me siguen en la lectura parte de un libro de Ariel Álvarez Valdés.  El libro tiene por título: ‘¿Qué sabemos de la Biblia?’

Pero ¿quién es Ariel Álvarez Valdés?:

Álvarez Valdés es licenciado en Teología Bíblica por la Facultad Bíblica Franciscana de Jerusalén (Israel), y doctor en Teología Bíblica por la Universidad Pontificia de Salamanca (España). El tema de su tesis doctoral fue La Nueva Jerusalén: ¿ciudad celeste o ciudad terrestre? Como parte de sus estudios ha realizado numerosos viajes académicos por Egipto, Jordania, Turquía, Grecia y la Península del Sinaí. En la Argentina fue profesor de Sagradas Escrituras en el Seminario Mayor de Santiago del Estero, y de Teología en la Universidad Católica de la misma ciudad.

Bueno lo que quiero compartir con todo aquel interesado en el asunto, es parte de su libro y lo hago en cinco entregas:

1º.- ¿El Dios de Israel, era Yahveh, o Jeová?

2.-  ¿El mundo fue creado dos veces?

3.-  ¿En qué año nació Jesús?

4.-  ¿La Biblia prohíbe hacer imágenes?

5.-  ¿Vivieron muchos años los patriarcas del Antiguo Testamento?

¿La Biblia, prohíbe hacer imágenes?

El mandamiento que faltaba.-

Los católicos muchas veces se avergüenzan cuando, al hablar con cristianos de origen protestante o miembros de alguna secta, éstos les reprochan el emplear imágenes de Jesucristo, de la Virgen María o de los santos tanto en el culto como en sus devociones personales. Dicen que está prohibido en la Biblia por la Ley de Dios.

¿Es esto verdad o no? Para comenzar debemos primero ver que dice la misma Biblia.

Cuenta el libro del Éxodo que cuando Moisés, conducía al pueblo de Israel por el desierto, llegó a los pies del monte Senaí, Yahveh se le presentó en medio de truenos, relámpagos, temblor de tierra y densas nubes, y le entregó los diez mandamientos.

Todos conocemos más o menos esta lista. Pero pocos saben que en realidad el 2º mandamiento decía: “No te harás imagen ni escultura alguna, ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto porque yo Yahveh soy un Dios celoso” (20,4-5).

¿Entonces era cierto?

Lo que la ley decía.-

Si seguimos leyendo la Biblia, esto parece confirmarse. En efecto en muchas otras ocasiones se prohíbe a los israelitas fabricar imágenes y figuras, tanto de Yahveh como de cualquier otra divinidad. Por ejemplo el Levítico, tercer libro de la Biblia, ordenaba: “No se harán ídolos ni imágenes, ni colocarán piedras grabadas para postrarse ante ellas” (26, 1).

En otra parte se dice más exhaustivamente: “No vayan a pervertirse y a hacer esculturas con figura masculina o femenina, o de bestias de la tierra, de aves que vuelan por el cielo, de reptiles que serpean por el suelo, ni de peces que hay en las aguas debajo de la tierra” (Dt 4, 16-18). Era tan grave este hecho, que se lo pena con una maldición: “Maldito sea el hombre que haga con sus manos un ídolo esculpido o fundido, pues eso repugna a Yahveh” (Dt 27, 15).

Como se ve, estaba prohibida por la Ley de Dios toda representación vegetal, animal o humana en el culto.

Siguiendo este precepto, muchas iglesias cristianas actualmente rechazan las imágenes en su culto y critican a quienes las emplean.

Lo que el pueblo vivía.-

Sin embargo, a pesar de las categóricas disposiciones bíblicas, no se ve que el pueblo hebreo haya prescindido absolutamente de imágenes. Varios pasajes bíblicos muestran que éstas eran toleradas y hasta permitidas en el Antiguo Testamento. Más aún: en algunos casos Dios mismo ordenó la construcción de imágenes sagradas.

Por ejemplo durante la travesía en el desierto, cuando Yahveh mandó fabricar el arca de la alianza, cofre sagrado donde se guardaban las tablas de la Ley, ordenó que a cada lado se pusiera la imagen de oro de un querubín, ser angélico con rasgos mitad animales y mitad humanos (Ex 25,18). Por su parte, el candelabro de siete brazos que se colocó en el interior de la Tienda Sagrada tenía grabadas flores de almendro (Ex 25, 33).

También en otros episodios de la historia de Israel vemos a personajes piadosos emplear, sin ningún recelo, imágenes y objetos representativos para el culto. Gedeón, por ejemplo, uno de los jueces de Israel más importantes, fabricó con anillos y otros objetos de oro una figura de Yahveh, a la que los israelitas le tributaban culto (Cf. Jc 8, 24-27). Y Miká, un ferviente y piadoso yahvista, hizo una efigie de plata de Yahveh y estableció un santuario para darle culto (Cf. Jc 18, 31). Hasta el mismo rey David, amado y bendecido de Dios, tenía en sus casa sin escrúpulos imágenes divinas (Cf. 1S 19, 11-13).

Un templo sin prejuicios.-

Y ni qué decir del majestuoso Templo de Jerusalén construido por Salomón. Por las descripciones bíblicas, parece haber estado abarrotado de representaciones y esculturas, comenzando por su cámara interior más sagrada, llamada el Santo de los Santos, donde dos inmensos querubines esculpidos en madera finísima se erguían junto al arca de la alianza (Cf. 1 R 6,23).

El interior estaba totalmente decorado con imágenes de querubines, además de palmeras y otros adornos vegetales (Cf. 1 R 6, 29). Y para sostener el enorme depósito de agua de las purificaciones a la entrada del templo, construyeron doce magníficos toros de metal que miraban a los cuatro puntos cardinales (Cf. 1 R 7,25).

Los capiteles de las columnas del templo tenían forma de azucenas, y doscientas granadas esculpidas se apiñaban alrededor de cada una (Cf. 1 R 7,25). Los recipientes para las abluciones litúrgicas estaban revestidos con imágenes de leones, bueyes y querubines (Cf. 1 R 7, 29). Todo con el consentimiento del propio Dios.

Y por si esto fuera poco, una enorme serpiente de bronce que había labrado Moisés en el desierto por orden de Yahveh para sanar a cuantos, mordidos por ofidios, la miraran, estuvo doscientos años expuesta en el templo hasta que el rey Ezequías la eliminó (Cf. 2 R 18,4).

Cuando el Templo de Jerusalén fue destruido en el siglo VI a. C., el profeta Ezequiel tuvo una visión del templo futuro. Y de él describe los querubines y palmeras que lo iban a adornar (Cf. Ez 41, 18).

Era pues prodigiosa la cantidad de imágenes, pinturas, estatuas y decorados que colmaban el grandioso Templo de Yahveh en Jerusalén.

Ni una sola voz.-

Y a pesar de aquel 2º mandamiento nunca hallamos en la Biblia a ningún profeta antiguo que censure las imágenes. Ellos, que eran los centinelas de Dios, que alzaban la voz ante cualquier pecado del pueblo, que no permitían la menor desviación, durante siglos guardaron silencio.

Ni siquiera los formidables Elías y Eliseo, acérrimos defensores de la ortodoxia, las reprobaron. Tampoco Amós, cuya única misión fue la de ir a predicar al templo de la ciudad de Betel donde habían puesto  la estatua de un todo adornando el altar de Yahveh, habló en contra de las imágenes. Sólo recriminó el lujo, la avaricia y la crueldad del pueblo, sin aludir al becerro del templo.

¿Qué pasaba entonces con la prohibición? No parecía estar en vigencia. O al menos no aparentaba ser tan absoluta.

¿Por qué? ¿Cuál era el motivo en que se basaba la exclusión de las imágenes? En realidad la Biblia no da ninguna razón, el pueblo de Israel nunca afirmó que conocía los motivos. Un solo texto, en el libro del Deuteronomio, intenta dar una explicación, y dice: “No vayan a hacer ninguna escultura porque ustedes no vieron ninguna figura el día en que Yahveh les habló en el monte Horeb (otro nombre del monte Sinaí) de en medio del fuego” (4,15). Es decir, cuando Dios les había hablado en el monte, ellos sólo oyeron su voz sin ver imagen alguna.

Pero ésta no es una verdadera explicación. Es sólo un motivo histórico, que nos lleva a volver a preguntar: ¿Y por qué no apareció aquel día ninguna imagen en el monte Sinaí? Y quedamos sin respuesta.

La razón sospechada.-

Pero aunque la Biblia no lo diga, podemos conjeturar el motivo de la prohibición de las imágenes, gracias a nuestros conocimientos del ambiente religioso antiguo.

Todos los pueblos que estaban en contacto con Israel consideraban que la imagen no sólo era un símbolo de la divinidad, sino que la propia divinidad habitaba allí de manera real. La imagen era en cierta forma el mismo dios representado.

Así, según esta mentalidad primitiva oriental, en la imagen de la deidad residía un fluido personal divino. Cuando alguien hacía una imagen, el dios debía venir a residir en ella, ya que toda imagen de algún modo hacía una epíclesis, es decir, una llamado a Dios para que viniera a habitarla. Era una especia de “doble” de la divinidad simbolizada.

Por eso la Biblia cuenta que cuando Raquel, esposa de Jacob, le roba los ídolos a su padre Labán, éste se queja de que le han sustraído sus dioses, no las imágenes (Gn 31, 30). Y en la historia del ya mencionado Miká, éste acusó a la tribu de los danitas de que le robaron su dios cuando éstos se marcharon sólo con la imagen (Cf Jc 18, 24).

Ahora si la voz.-

Se comprende, entonces, lo fácil que era caer en un concepto mágico de la divinidad. Tener la imagen a disposición de uno era tener los poderes del dios a su voluntad, ejercer una especie de dominio sobre él, manejarlo a su antojo, poseer un dios a la medida humana.

Y esto podía poner seriamente en peligro la identidad de Yahveh. Él se manifestaba libre y espontáneamente donde quería, muy por encima de las fuerzas de sus criaturas, y dirigiendo el curso de la historia según su parecer.

Durante el tiempo en que esta idea no se vio amenazada, no hubo dificultad. Pero a partir del siglo VIII a. C., el pueblo de Israel cayó fuertemente en la tentación. Entonces los profetas hablaron. ¡Y cómo!

Oseas fue el primero que denunció los sacrificios e incienso que ofrecía el pueblo a las imágenes de divinidades extranjeras, creyendo así poder obtener sus favores.

Isaías, un poco más tarde, ridiculizará despiadadamente su culto mágico. Con la mitad de un árbol, dice, hacen fuego para calentarse y un asado para saciarse, y con la otra mitad hacen un dios, lo adoran, y le dicen: “sálvame, pues tu eres mi dios”. La sátira es sangrienta.

Jeremías y Ezequiel, en el siglo VII a. C., censurarán hasta el símbolo más leve3 de la divinidad, como es una piedra o un pedazo de madera, para que no creyeran así poder manejarla.

Aún no había llegado el tiempo en el cual el hombre podía adorar a Dios en figura humana.

Cuando Dios fabrica imagen.-

Pasaron los siglos. El ambiente griego fue haciendo a los hombres menos dados a la magia y más influidos por el pensamiento filosófico y racional. Esto contribuyó a disminuir la idea fetichista de las imágenes divinas.

Además, Israel fue comprendiendo que Yahveh era el único Dios de todos los pueblos, y que no existían divinidades distintas para otras naciones. Por lo tanto cualquier imagen, altar, oración, o culto que se celebrara en cualquier lugar y lengua, sólo a él estaban destinados. Así, el peligro de creer que se adoraba a dioses extraños desapareció.

Entonces el propio Dios, que se había mantenido invisible hasta ese momento, frente a una etapa más madura de la humanidad, queso hacerse una imagen para que todos lo pudieran contemplar. Y si en la Antigua Alianza se había revelado al Pueblo sin imagen, en la Nueva Alianza consideró imprescindible tener una y ser visto. Por eso en la noche de Navidad los ángeles darán a los pastores esta señal de la nueva revelación “verán” a un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Dios mismo deseó ahora, cuando ya no había peligro, acercarse a los hombres mediante una figura, la de Cristo para que lo vieran, oyeran, tocaran, sintieran.

No va más.-

San Pablo9, que había vivido un tiempo cumpliendo la antigua Ley, comprendió muy bien la nueva disposición al hablar de “Cristo, la imagen de Dios” (2 Co 4,4). Y en un hermoso himno canta que Cristo “es la imagen de Dios invisible” (Col 1,15). Jesús, hablando un día con el apóstol Felipe, le había anticipado: “El que me ve a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,8).

Por lo tanto, si Dios mismo ha querido dejar de permanecer oculto y hacerse ver en una imagen, ¿Quiénes somos nosotros para prohibir representarlo?

Como se ve, el mandamiento sobre las imágenes en el Antiguo Testamento tenía una función pedagógica, y por lo tanto era temporal. Transcurrido los siglos y llegada la madurez de los tiempos, al pasar el peligro pasó también el mandamiento. Así lo entendieron los cristianos desde muy antiguo. Por eso empezaron a hacer imágenes de Cristo y representar escenas de su vida, ya que ayudaban al pueblo a acercarse a Dios. Los cementerios, las iglesias y los templos se poblaron con éstas por el valor psicológico que ostentaban como soporte de la oración. Con el tiempo, se convirtieron en la Biblia de los niños y los iletrados.

Al mismo tiempo, cuando ellos enumeraban los mandamientos, salteaban siempre el 2º, a la para que desdoblaban el último en dos para que siguieran siendo diez. Las listas de mandamientos que nos llegaron escritas desde el siglo IV ya no incluyen la prohibición de las imágenes. Por eso llama la atención que las sectas modernas intenten conservarlo.

Hasta el mismo Lutero.-

Los protestantes, cuando se separaron de la Iglesia Católica en el siglo XVI, reaccionaron contra los excesos en el culto de las imágenes y provocaron la destrucción de muchas de ellas. Sin embargo Lutero, el iniciador de este movimiento, no fue tan intolerante. Al contrario, reconoció la importancia que tenían.

En una carta fechada en 1528 escribía: “Considero que lo referente a las imágenes, los símbolos y vestiduras litúrgicas… y cosas semejantes, se deje libre elección. Quien no los quiere, los deje de lado. Aunque las imágenes inspiradas en la Escritura o en historias edificantes, me parecen muy útiles”. Y en otro pasaje afirmaba que las imágenes eran “el evangelio de los pobres”.

Lutero instituyó muy bien lo que muchos protestantes no quieren aún entender: que no se trata de adorar una imagen sino de adorar a Dios mediante el estímulo que la imagen puede ofrecer. Creer que cuando uno se arrodilla ante una imagen está malgastando la adoración que debe darle sólo a Dios, es tener aún mentalidad primitiva, seguir pensando que dentro de éstas hay un flujo de otras divinidades, y no haber evolucionado del Antiguo Testamento.

Si queremos hoy aplicar a ultranza ese 2º mandamiento, ni siquiera podríamos encender un televisor, porque así estamos haciendo imágenes según las técnicas modernas.

La imagen obligatoria.-

Cuando Jesús, el Hijo de Dios, tomó fisonomía humana, mostró el carácter temporal del mandamiento en cuestión, y la utilidad de las representaciones sensibles para la catequesis y la oración. Lo que impresionó a los contemporáneos de Jesucristo era que “lo hemos visto, lo hemos contemplado, lo hemos tocado”, como decía Juan (1 Jn 1,1)

Si bien hay que evitar la superstición y los errores en el empleo que de ellas hacemos, nunca podemos basarnos en la Biblia para prohibirlas, como erróneamente hacen algunas sectas e iglesias.

Pero sobrepasando esta cuestión, hay una imagen que no podemos dejar de fabricar: la imagen de Cristo en nosotros.

Pablo escribiendo a los romanos afirmaba que “a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera Él el primogénito entre muchos hermanos” (8,29). No labrarla sería malograr nuestro destino.

Cada acción, cada obra que realizamos, cada contribución a la justicia del mundo, al bien común, a la solidaridad, va cincelando radiante, exacta, precisa, la imagen de Jesucristo en nuestras vidas. Al final debe salirnos casi perfecta. Jesús mismo lo había pedido: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48).

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Andrés Arbulú Martínez

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