La polémica del traductor, el debate entre De Bruni y Alonso Cartagena
¿Cuál es la tarea verdadera y la libertad de un traductor? A finales de la Edad Media y comienzo del Renacimiento se gestó una discusión importante en este ámbito
En este época el renovado interés por la Antigüedad Clásica entre público no erudito obliga a una amplia actividad de interpretación. Ante la falta de interpretes preparados se echa mano a traducciones intermedias preexistentes en lenguas romances que se traducen al latín.
La intención de los Humanistas italianos del Quattrocento era una recuperación de la lengua latina relegando los textos medievales al olvido y creando una nueva literatura latina con una mayor elegancia estilística. Mientras la parte medievalizante escolástica (Cartagena) confiesa su ignorancia de la lengua griega, la parte humanista (De Bruni) domina el griego y reivindica la autenticidad de su versión e incluso con deseo de emular a la obra original. La intención del interprete humanista es revivir la cultura latina pero no sólo como instrumento intelectual y moral, sino como ruptura con la cultura medieval.En este contexto se produce la intensa polémica entre el traductor español y el italiano a propósito de la traducción de ¨La Etica¨ de Aristóteles. Polémica que se ha visto después como la lucha entre el concepto moderno de traducción y el concepto medieval escolástico (que concilia aristotelismo con cristianismo). Pero si miramos más allá del detalle y ampliamos el foco de nuestra visión podemos darnos cuenta de que esta polémica supuso un punto clave en la historia de la cultura y el pensamiento humano. Supuso un cruce de caminos en que el ser humano eligió la vía de la independencia de la Iglesia Católica. En al Humanismo, el hombre es el centro del Universo, y no Dios.
Y esto es así porque lo que en realidad se debatía es si Aristóteles (y por extensión la filosofía y la moral) estaban bajo la autoridad de la Iglesia o no. Cartagena defendía que el traductor de Aristóteles necesitaba saber filosofía, pues la obra es un texto filosófico y no retórico, y lo importante era traducir sus ideas con precisión y claridad, pues era para un público especializado. De Bruni sin embargo, defendía que el traductor no necesitaba ser filósofo sino sólo conocer bien el griego y la lengua de Cicerón. Cartagena decía que las obras de ética de Cicerón por ejemplo no eran lo mismo que las obras de ética de Aristóteles. Las primeras exhortaban a la virtud y las segundas demostraban la virtud.
Detrás de todo esto se estaba defendiendo de manera indirecta la legitimidad o no de estudiar a Aristóteles (máximo representante de la moral escolástica) en los Estudios de Humanidades. En definitiva, si la moral continuaba o no bajo la potestad de la Iglesia.
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P. Abril Aguirre
Me gusta cómo enfoca ésta escritora el tema de los traductores, me parece una persona de amplios conocimientos en ésta materia tan compleja. Me gusta.
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