Joyas Celtas
Muchos tienen una imagen de los Celtas como la de un pueblo pobre y poco cultivado. Coetáneos de Griegos, Persas, Egipcios y Romanos parecen eso que estos últimos denominaban Bárbaros, extranjeros, pero no es tan sencillo y más si nos centramos en su concepción de las joyas y el ornamento de las piezas de tocado personal.
Buena parte de la orfebrería de la época tiene raíces orientales muy acusadas, y como corresponde a imperios con gran poder económico y considerable extensión geográfica realizados con materiales de gran nobleza: Oro, Plata y piedras preciosas.
Los Celtas, más modestos, solo a la caída de Roma podrán nutrirse de estos elementos, pero desde el apogeo de su arte lo interesante es la coherencia interna de sus diseños que van a perdurar e influir extraordinariamente durante toda la Edad Media y mucho más tarde en los inicios del Art Nouveau tanto francés como austriaco.
El modo en que desde el inicio de sus decoraciones megalíticas usan los entrelazados, las figuras antropomórficas y vegetales con continuidades en el trazo y compuestas para provocar el efecto de volumen en distintos planos como una cuerda que se vuelve anudar una y otra vez es extraordinariamente homogéneo a lo largo del tiempo.
Baste fijarse en los grabados de las piedras de Gavrinis (Bretaña francesa) y en los dibujos geométricos de la Alta Edad Media para hacerse conscientes de la similitud conceptual conservada a lo largo de tan largo periodo de tiempo: Siglo III a.C. – Periodo de la Tene, Siglos VII a II a.C. – Edad Media Siglo V d.C. Durante el Románico y el Gótico ésta marcada influencia se ha perpetuado en capiteles, claustros, custodias y cálices, y también en manuscritos miniados como el del Beato de Líebana y otros por toda Europa.
De los remotos orígenes del boato celta no hay joyas aparatosas, pero ya es manifiesta la diferencia con la sencillez egipcia y la falta de originalidad esencial de Roma.
Haré un aparte para reivindicar el valor artístico de la joyería antigua. Todo el mundo se admira de la arquitectura egipcia, griega o romana, en verdad admirables, de su escultura y pintura mural, de sus mosaicos, pues parece sencillo tallar un cabujón de lapislázuli y engastarlo en un colgante o un anillo, realizar los eslabones de una cadena o formar una fíbula y decorarla. Oficio de Artesanos de manos hábiles, una simplería frente al Laoconte o la columna de Trajano. Horas de un esclavo desconocido fundiendo plata o moliendo y amasando cristales para hacer la pasta vítrea con que tallar un escarabajo sagrado para un sacerdote de Amón...
Este desprecio por lo menudo impide apreciar en su justo valor los llamados “Tesoros”: Troya (Priamo), Agamenón, Tutakhamon... Realizados para honrar a los más significativos héroes de la antigüedad, o a los más poderosos Reyes, que demostraban su estatus al portarlas tanto en vida como en su ajuar funerario fuera en acontecimientos significativos para sus pueblos o para mostrar su poder en la batalla.
Las joyas siempre han sido una extensión simbólica de los atributos de cada cual, incluso cuando se muestra desnudo en la intimidad, por eso su enorme valor artístico y estético va ligado a su vertiente mística que aumenta el valor visual de quien las porta.
Pero volvamos a los Celtas. Algunas de las más hermosas piezas conservadas no son propiamente joyas para realzar el atuendo individual sino parte de escudos de guerra, empuñaduras de espada, cascos..., pero también están las Fíbulas y los Torqués, muchos de ellos de extraordinaria factura, que llevarán al cuello, algunos pendientes, cosas para el ajuar de mujeres y guerreros, elaborados en bronce u oro y que manifiestan una continuidad estética poco frecuente.
La ejecución de las piezas dista de la perfección mecánica de la producción en serie de los grandes talleres imperiales, pero ahí creo que reside su mayor valor. El “diseño” contemporáneo ha convencido a la mayoría que lo importante es que el objeto brille (como le gusta a las urracas y a los cuervos) que sea cuanto más simple mejor y que resulte mecánicamente impoluto. Nada debe dejarse al azar, el tardo victorianismo que inunda el otro polo de la joyería contemporánea, cascada de cristales facetados, sean preciosos o no, bien recargados y ostentosos completa un panorama anodino y adocenado en el que sobreviven a contracorriente miles de amantes de lo distinto a lo largo del planeta que se empeñan en conservar otras estéticas y tradiciones más antiguas y artesanales. Conservar y difundir un modo de hacer inspirado en lo orgánico, lo vegetal y lo mítico es imprescindible en los tiempos que corren.
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