Anecdotas de noche de peña
En el año 1984 aproximadamente, el conjunto criollo de la peña “Charles y su peña” estaba formado de la siguiente manera: “primera guitarra” Marcelo Chinchay, “segunda guitarra y cantante” Andrés Arbulú (el que escribe), “cajón (percusión) Juan Málaga y “piano” David Gomero. En aquella época el pianista y el que escribe, también participábamos de la orquesta de la peña, o sea, los dos dobleteabamos.
Siempre recordaré con mucha alegría y tristeza a la vez todas las anécdotas que se suscitaron en tantas noches de peña, y en esta oportunidad les narraré un par de ellas, que son en verdad hilarantes, de repente la primera pueda herir alguna susceptibilidad en el lector, pero no creo porque se refiere a aseo personal, así que no creo que suene, mal; salvo que el lector, sea un tanto asquiento, pero en fin, se las cuento de todas maneras, pidiendo las disculpas del caso.
Tanto el conjunto musical criollo, como la orquesta, teníamos un descanso breve, entre subida y subida al escenario de la peña. En los descansos, solían darnos una bebida para tomar. La bebida era a elección del músico, podía ser un agua gaseosa, o un tipo de licor. David Gomero (el pianista) gozaba de una “chispa criolla” (ocurrencias graciosas de momento) que hacia divertir a todos sus compañeros de trabajo. Cierta vez que compartíamos sentados en un rincón de la peña, cada uno con nuestra bebida acostumbrado, se acercó el animador de la peña (el que presentaba a los artistas en el espectáculo en sí) y le pidió a David si podía invitarle un sorbito de su bebida; esto en términos criollos era y es “gorrear”, lo cual accedió. El asunto era que esto era recurrente, noche tras noche de peña, se repetía. David molesto por esta situación, una noche hizo lo siguiente conmigo a su lado: antes que alguien se acercara a gorrearle su trago, se sacó su dentadura postiza del maxilar superior y la remojó en su trago, luego se la puso; se acercó el animador y le pidió nuevamente si podía invitarle un traguito de su trago, y le dijo: “claro sírvete nomas” No pude contener la risa en ese momento, y más aun, cuando David le preguntó lo siguiente ¿No has encontrado un arrocito por casualidad? Esto sirvió de santo remedio, para que ya nadie le guerreara su trago nunca más.
En la peña, (como les contara en otra oportunidad) trabajaban cantando el dúo que era emblemático de nuestra canción criollo “La Limeñita y Ascoy” cantantes veteranos de la música criolla. Hermanos, Rosita y Alejandro Ascoy. Rosita por su avanzada edad, tenía un carácter muy especial. Un detalle muy particular en ella, es que era muy celosa, artísticamente hablando; no le gustaba que así nomas cantara otro artista en la peña, le andaba reclamando al dueño, cuando contrataba a alguien más para este trabajo. En una oportunidad Carlos Bulnes (dueño de la peña) contrató a un quenista para el espectáculo. El quenista llevaba como nombre artístico “El charapa y su quena de oro” (charapa se le dice a los habitantes de nuestra selva peruana) El hombre tenía una apariencia como de brujo y esto a Rosita no le gustaba nadita. Hablo con el dueño para que lo botara, pero como Carlos Bulnes ya conocía sus debilidades de Rosita no le hizo caso. Para David Gomero, esto era un argumento especial para dar rienda suelta a su imaginación canallesca. A escondidas preparó con unas servilletas y unos palitos de fósforos, una especie de muñeco satánico, hasta pelitos le puso. Luego fue donde Rosita, se lo mostró y le dijo: “Mira Rosita lo que ha hecho el Charapa, y lo he encontrado cerca de tu cartera” ya se pueden imaginar la reacción de Rosita al enterarse de este supuesto hechizo que le quería hacer el Charapa, fue corriendo donde Carlos Bulnes para contarle lo ocurrido.
Al final de cada noche de peña, cuando los clientes se habían marchado y solamente quedábamos los músicos para cobrar nuestro día de trabajo, se daba inicio a “la peñita” que consistía en un compartir: cantos, ocurrencias y mocedades de todos los músicos, pero quien marcaba la diferencia con su imaginación hilarante, siempre fue David Gomero. Su chispa criolla, era una chispa sana, sin caer en lo grosero; era más bien una chispa palomillezca, que siempre se recordará con mucha alegría y tristeza a la vez.
Andrés Arbulú Martínez
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