¿La Biblia prohibe hacer imagenes?
Cuenta el libro del Éxodo, que cuando Moisés conducía al pueblo de Israel por el desierto, llegó a los pies del monte Sinaí, y Yahveh se le presentó en medio de truenos, relámpagos y le entregó los diez Mandamientos. Todos conocemos más o menos esta lista. Pero pocos saben que en realidad el segundo mandamiento decía: “No te harás imagen ni escultura alguna, ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No se postraran ante ellas”. Ex 20,4-5; Dt 4,16-18; Dt 27,15
Siguiendo este precepto, muchas iglesias cristianas actualmente rechazan las imágenes en su culto y critican a quienes las emplean.
Pero entonces la Biblia se contradice, porque en algunos casos, Dios mismo ordenó la construcción de imágenes sagradas: Ex 25,18; Ex 25,33; Ex 31,1-5; Jc 8,27; Jc 18,31. Hasta el mismo rey David amado y bendecido por Dios, tenía en su casa sin escrúpulos imágenes divinas.
Y ni que decir del majestuoso Templo de Jerusalén, construido por Salomón: 1 R 6,23; 1R 6,29; 1R 7,25; 1R 7,19-20; 1R 7,29.
Y a pesar de aquel segundo mandamiento, nunca hallamos en la Biblia a ningún profeta antiguo que censure las imágenes. Ellos, que eran los centinelas de Dios, que alzaban la voz ante cualquier pecado del pueblo, que no permitían la menor desviación. Durante siglos guardaron silencio.
Pero aunque la Biblia no lo diga, podemos conjeturar el motivo de la prohibición de las imágenes, gracias a nuestros conocimientos del ambiente antiguo religioso.
Todos los pueblos que estaban en contacto con Israel, consideraban que la imagen no sólo era símbolo de la divinidad, sino que la propia divinidad habitaba ahí de manera real. La imagen era en cierta forma el mismo dios representado.
Se comprende entonces, lo fácil que era caer en un concepto mágico de la divinidad. Tener la imagen a disposición de uno era tener los poderes del dios a su voluntad, ejercer una especie de dominio sobre él, manejarlo a su antojo. Y esto podía poner seriamente en peligro la identidad de Yahveh. El se manifestaba libre y espontáneamente donde quería, muy por encima de las fuerzas de sus criaturas, y dirigiendo el curso de la historia según su parecer.
Pasaron los siglos. El ambiente griego fue haciendo a los hombres menos dados a la magia y más influidos por el pensamiento filosófico y racional. Esto contribuyó a disminuir la idea fetichista de las imágenes divinas.
Entonces el propio Dios que se había manifestado invisible hasta ese momento, frente a una etapa más madura de la humanidad, quiso hacerse una imagen para que todos lo pudieran contemplar. Y si en la Antigua Alianza se había revelado al pueblo sin imagen, en la Nueva Alianza consideró imprescindible tener una y ser visto. Por eso en la noche de Navidad los ángeles darán a los pastores esta señal de la nueva revelación: “Verán” a un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
Dios mismo deseó ahora, cuando ya no había peligro, acercarse a los hombres mediante un figura, la de Cristo, para que lo vieran, oyeran, tocaran, sintieran. (Jn 14,8).
Como se ve el mandamiento sobre las imágenes en el Antiguo Testamento, tenía una función pedagógica, y por lo tanto temporal. Transcurrido los siglos y llegada la madurez de los tiempos, al pasar el peligro pasó también el mandamiento. Así lo entendieron los cristianos desde antiguo. Por eso empezaron a hacer imágenes de Cristo y representar escenas de su vida, ya que ayudaban al pueblo a acercarse a Dios. Los cementerios, los templos se poblaron con estas por el valor psicológico que ostentaban como soporte de la oración. Con el tiempo, se convirtieron en la Biblia de los niños y los iletrados.
Andrés Arbulú Martínez
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