Todo un hombre, de Tom Wolfe
Tom Wolfe nació el año 1930 en Richmond, Virginia. Es el máximo representante del llamado “nuevo periodismo”, cuyo fundamento podemos resumir en la necesidad de ir más allá de la pura noticia haciendo uso de la literatura y así, con técnicas de documentación típicamente periodísticas, profundizar en el trasfondo de la historia.El Romanticismo inauguró la estúpida costumbre de poner etiquetas o títulos a cosas que no lo necesitan. En realidad, esto del “Nuevo periodismo” es lo que de toda la vida, desde el siglo XIX concretamente, se ha llamado “Realismo”.En uno de los artículos recopilados en su libro El periodismo canalla y otros artículos, Wolfe hace alusión a la coincidente reacción que tuvieron, tras la publicación de Todo un hombre, tres vacas sagradas de la reciente literatura estadounidense: Norman Mailer, John Updike y John Irving. Los tres coincidieron en la reacción desaforada y el desprecio más absoluto (incluida una colérica crítica de Updike en un programa de televisión), al referirse a esta novela. En el mismo artículo, Wolfe refiere que tardó más de diez años en publicarla porque cometió el error de querer plasmarlo todo.El artículo referido lo leí antes que la novela. Por tanto, de los motivos que causaron el enfado de novelistas de tanto prestigio, sólo conocía la versión que el propio Tom Wolfe daba, basada sobre todo en justificaciones técnicas y en reflexiones sobre el cometido real y el futuro de la novela como expresión literaria; además no entendí entonces qué quería decir con eso de intentar contarlo todo.Setecientas sesenta y dos páginas de novela. Resistí hasta la cuatrocientos veintidós, poniendo mucho, muchísimo, de mi parte. Comprendí los motivos de Mailer, Updike e Irving para realizar una crítica tan dura.La novela arranca bastante bien, la idea del argumento es sugerente, promete. El desarrollo podemos resumirlo: Atlanta, personajes variados, diferente estatus social. Empresarios millonarios blancos. Prestigiosos abogados negros. Famosos deportistas negros. Pobre currante blanco. Bajos fondos negro. Alcalde negro. Bancarrota blanca. Cárcel blanca, negra e hispana…El narrador es omnisciente y toma partido en el relato de manera descarada y poco sutil, describiendo las acciones del personaje de turno de manera grosera cuando se trata de ponerlo mal o de forma muy supuesta y cursi cuando es el caso contrario.La jerga y la transcripción del acento de los personajes en los distintos ambientes que aparecen a lo largo de la historia, interrumpe el ritmo de la lectura, unido a las descripciones de escenas casi triviales que el autor convierte en aburridos e infumables pasajes, en un afán por alargar lo más posible la extensión del párrafo (por fin supe lo que significaba eso de “quería contarlo todo.”) Apenas se da oportunidad a la participación del lector; se mascan demasiado las descripciones de escenas y situaciones.“(…) Todas las demás, todos los chicos con tetas, ya estaban con las rodillas dobladas y los brazos extendidos, que levantaban y bajaban haciendo la “gaviota”, De modo obediente dobló las rodillas, se puso en cuclillas y empezó a aletear.Mustafá Gunt dijo:–¡Venga, delante! ¡Flop!, ¡Flop!, ¡Flop!, ¡Flop! ¡Na tanda más! ¡Vente más! ¡Flop… más… flop… más… flop… más… flop”Pero Wolfe no se cansa, lo vuelve a hacer una y otra vez:“(…) De todas formas, se trataba de un libro, y era el único que tenía. De modo que empezó a hojear la introducción del profesor Bemis… Scrack, scrack, scraaaccck hacían los ventiladores… ¡Zraguuum! Gluglugluglugluglugluglú hacían los váteres… Putaputaputaputa hacían los reclusos… Vaya rollo ese libro…”Antológico, ¿eh?En casi quinientas páginas, pasajes como estos he leído más de los deseados.De vez en cuando nos golpea Wolfe con expresiones inverosímiles:“El apodo le quemaba literalmente el tronco cerebral”Por si fuera poco, la labor del traductor redondea el desastre:“Y el reloj tictaqueando, tictaqueando, tictaqueando…”“Cada centavo de nuestro flujo de caja está prededicado.”Mi intención era volver a leer a Tom Wolfe cuanto antes, en concreto La hoguera de las vanidades, novela de reconocimiento unánime, pero la lectura de alguna crítica, digna de mi absoluta confianza, de su novela Soy Charlotte Simmons frena mi ánimo. Además este señor cuenta historias de setecientas en setecientas páginas y eso persuade mucho. Con Todo un hombre mi cupo de Tom Wolfe está cubierto para una larga temporada. Tiempo al tiempo.
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