Adios Mundial de Sudafrica

Lo que viví en mi viaje a Sudáfrica para ver el mundial de futbol es digno de una película que con un guión bien elaborado podría ser nominada para un Oscar.

Mi mujer y yo que estamos de luna de miel, con mucha ilusión y tiempo planificamos este viaje. Estábamos fascinados con lo que ya en dos días habíamos vivido y boquiabiertos con el espectáculo de la inauguración que estábamos viendo, todo era alegría hasta que ella tuvo la aparente necesidad de ir al baño.

Habiendo transcurrido unos quince minutos yo ya me desesperaba porque aun no regresaba y fui a buscarla. La encontré con jugadores de la selección mexicana tomándose fotos, muy risueña, abrazándose con uno y otro jugador, y sin que percibiera mi presencia, me volví a mi asiento.

Absorto en medio del fanatismo y las ensordecedoras vuvuzelas pasó media hora más y mi esposa no regresaba, por lo que volví a buscarla y entonces no la encontraba por ningún lado, hasta que la alcancé a ver próximo a una de las torres del estadio, que alegremente conversaba con un atlético moreno y vi que entre pícaras miradas, palabras y gestos se manoteaban confianzudamente.

Surgió en mí un sentimiento hasta aquel momento desconocido, era una rabia y una duda de lo que pudiera mi mujer estar charlando con aquel hombre desconocido. Me cegaron los celos y con pique la jalé por un brazo y le grité:

- Etoo ya es el colmo! Que estás hablando con este tipo?

A lo que ella con descaro e inocencia disimulada responde:

- Pero que pasa mi amor, yo no tengo derecho a hacer amigos?

Y no le dí tiempo a que dijera más, me lancé sobre ella y la bofeteé sin misericordia ante la presencia de su nuevo amigo y toda la multitud. No paré de golpearla hasta no ver que de su boca y toda su cara emana copiosamente mucha sangre, y es justo en ese momento cuando recibí un golpe contundente en la cabeza que trajo consigo una constelación de estrellas que me cegaron la razón.

Afortunadamente, la vida regresó para encontrarse conmigo en una sala de hospital, donde la pesadez de mis párpados a duras penas me permitía ver, entre nubes, unos pequeños rayos de luz, rayos que iluminaban una silueta femenina. Y entre pestañear y pestañear, vaivén y vaivén, como bailando la Bamba, después de algún tiempo distinguí a mi mujer, parada al lado de mi cama. Pude ver que estaba toda amoratada, tenía la bocanegra y una gaxa en la ceja derecha. Mis ojos no se sostenían abiertos, todas las fuerzas me fallaban, y este estado me llevo de regreso a la inconciencia y al delirio.

-Winston, deja ya todas esas bobadillas - me dijo - que hasta ridículo tevez con esos celos sin fundamento.

No podía creer como me enfrentaba aquella inocente muchacha de quien hace un par de meses me enamoré en Ponce, que no sabe ni frei un webo y porque por primera vez la saqué de la isla, ya se está creyendo reina que salió de  palacios.

-Weiss, weiss -le contesté-para ahí, que te voy a ser franco, talvez estuve ciego pero ya no, además yo no soy ningún maicon para aguantarte tu desfachatez.

-Vete de una vez a la rais del asunto-me interrumpió- tu crees que ese tipo y yo hicimos algo? Te pregunto, qué tiene él que te falte a ti? O tu piensas que me estaba citando con él? –Dime, dime! –gritaba.

-Sólo te digo algo, que si te agarro de nuevo con ese o ningún bufon de estos, dizque, sexy jugadores, les caigo a los dos a patadas hasta romperle elano y hago que su kaka ruede por toda la calle.

Entonces ella se llenó de ira y me desafió:

-Hágamelo a mí, ande dele, no se quede ahí parado.

Este desafío suyo me cegó los sentidos y ya no pude más, quería verla arrepentida, pidiendo cacau, así que tomé su cabeza y la metí en un pozo que casi la aogo, a no ser porque a tiempo sus movimientos desesperados y una voz interna tocaron mi lucidez.

Talvez al verme tan fierro temió por su vida y salió corriendo como alma que lleva el diablo. Cruzó la carretera sin medir los riesgos y yo no hice nada, me quedé estático, no sabía que hacer.  Pero a los tres o cuatro minutos reaccioné y tomé la Honda Pilot que habíamos arrendado y manejé en la dirección que ella había corrido.

Al girar en la primera esquina me encuentro de frente un área boscosa, y en segundos entonces me llené de dudas, mi mente se quedó en blanco, pero estaba claro que ella se había metido en medio del bosque, el cual parcialmente estaba circundado por paredes llenas de graffite.

Entro y corro desesperadamente entre las malezas, y los pelos se me ponen de puntas cuando por momentos oigo que alguien silva, y otras veces oigo que me abuchean: booth, pero miro a todas partes y no veo a nadie. Detrás de cada árbol tenia la esperanza de encontrarla, esperanza que una vez y otra vez se desvanecía.

Encontré la huella de una Rueda de algún vehiculo que hace poco por ahí anduvo, pero pronto se perdió para que siguiera sin pistas buscando. El temor que dentro de mí llevaba guardado y la noche que de repente se desplomaba me hacían sentir miedo e inclinarme por un mal presentimiento. Tomé unas ramitas de una Mata de Romero que encontré y algunos otros ramos que no conocía, me tire de rodillas en la tierra arcillosa y me encomendé al santo de mi devoción San tiago.

Hubiera dado cualquier cosa por ver luz, tener a mano alguna vela, pero mis ojos no volvieron a percibir la naturaleza hasta que asomó el amanecer y me sorprendió encorvado, arrimado a un árbol de tamaño gigante.

Fue al final de la tarde de ese día cuando por fin logré encontrar la salida, y en mi vehículo me apresté a regresar al hotel. En el camino mi mente no encontraba asidero, vi una iglesia Bautista y tuve la intención de entrar a orar, pero con la duda de que ella hubiera regresado ya, preferí continuar mi ruta.

Mientras conducía, recapitulaba nuestras vidas reconociendo que no fuimos dos santos. Desde principios anduvo entre nosotros un “calentamiento global” y por eso mi hermano Beto me aconsejaba conocer más a mi chica antes de tomarla tan en serio, pero reconozco que desde que la conocí me flechó.

Si melo hubiera imaginado, no vengo para Sudáfrica, mejor hubiera visto los juegos en la televisión, pensaba para mi. Allá entre partido y partido, jugando villar y preparando un buen pavon relleno, y tomándonos unos traguitos pudimos pasarla bien…y ahora cómo me hago yo si no aparece mi bella mujer? Que le digo a la gente en mi natal Santa Cruz?

La respuesta pronto surgió cuando aun desfallecido, mis ojos poco a poco se abrieron para ver de frente a mi preciosa Kucka y escucharla decir:

-Mi amor, hoy comenzaron los octavos de finales.