Economía social
Recuerdo con cariño cuando un día de 1993 un amigo me comentó que una cooperativa del sector del transporte necesitaba un “gerente”. Venía yo de ejercer una alta dirección en una empresa del sector de la distribución que había facturado un porrón de miles de millones de las antiguas pesetas, con una plantilla de directivos y de recursos impresionante y en la que había entrado en una espiral de situaciones y sensaciones que, ahora que lo pienso, me iba poco a poco desnaturalizando. Venía con muchos pajaritos organizativos en la cabeza, pero sin pensármelo dos veces acepté ir a la entrevista.
Me citaron una tarde en un local comercial de apenas seis metros cuadrados, con el suelo de cemento, una puerta corredera, una mesa, una silla, un armario, un ordenador, una impresora y poco más. Allí estaba yo: “el ejecutivo creído”, con mi rolex, mi corbata, mi chaqueta, mi camisa, mi pantalón y hasta mis calcetines y calzoncillos de marca. Allí estaba, frente a un señor, mucho más joven que yo, que decía ser el Presidente, y frente a otro señor, también más joven que yo, que decía ser el Secretario.
Me dio en la nariz que no les di buena impresión en la entrevista pero, como posteriormente deduje, estaban bastante apurados con la sustitución del anterior gerente, la puesta en marcha de un cambio organizativo en el que creían y no disponían de mucho tiempo para entrevistar a varias personas ni tenían material adecuado para ello. Optaron por seleccionarme y ponerme a prueba. ¡Soy una persona con suerte!
Sí, soy una persona con la suerte de participar en proyectos impresionantes como el de esa empresa. Una semana de convivencia profesional con el anterior gerente y “a conducir como papá”. Gracias Mario, gracias Paco, gracias Pepe, gracias Antonio, Gracias Manuel, gracias, … Sí, todavía me acuerdo de muchos de los nombres de aquellos 112 ángeles del reparto de Donut en toda Málaga capital, Málaga provincia y la zona del Campo de Gibraltar.
Atrás quedan horas de estudio, de puesta al día económica, financiera y organizativa de la cooperativa, interminables Consejos Rectores, limpieza de aquel suelo de cemento que por más agua que le echaba más se tragaba, de aquel Polígono de Guadalhorce con aquella calor agobiante de las cinco de la tarde, de aquella interminable “gota” en la pierna de Pepe, de aquel viaje a Nueva York de Mario, de aquellos días en la Alpujarra con Paco, de aquellas sardinas, de aquellas heladas jarras de cerveza a las que me invitaban el Presidente y el Secretario después del trabajo ¡qué buenas que estaban!
Atrás queda aquella batalla comercial por dignificar la actividad específica. Digo batalla ¿Qué otra cosa puedo decir? ¿En el momento crucial de David contra Goliat, al primero le falló la onda? No lo sé; en todo caso, fue una dura negociación y de “malas artes” utilizadas por nuestro contrincante (ahora ya puedo decirlo, nosotros actuamos limpia y transparentemente pero no puedo decir lo mismo de nuestro cliente).
Después de la compra de Angloandaluza por otra empresa, pienso que algunos de nosotros no estábamos muy equivocados en aquellos momentos, lo que pasa es que, probablemente, 1º nos adelantamos años a lo que debería haber sucedido un poco más tarde (ya éramos muy rápidos por aquel entonces ¡jo!) y 2º no supimos trasladar al colectivo de socios esa estrategia futura comercial así como las perspectivas sociales y empresariales a corto y largo plazo.
Atrás quedan los servicios auxiliares de portes y repartos, copiados algunos por avispadas empresas de la competencia, ya que nuestros escasos recursos no nos permitían maniobrar con eficacia (también nos adelantamos, ¿verdad, Paco, Mario…?). Atrás quedan los sensibles frentes fiscales abiertos para luchar por lo que creíamos justo: “la reducción de los módulos”. Atrás queda el saneamiento económico y financiero liderado por el Consejo Rector y ratificado por las Asambleas Generales que permitió el cambio de oficinas, la incorporación de más personal, de nuevos equipos, de poner en práctica servicios accesorios al socio, de colaborar en mejorar las relaciones laborales en la planta de carga y de los socios con los clientes en el reparto de los productos.
Y ese incremento de actividades permitió, por ejemplo, la puesta en marcha de un medio de comunicación interno: LA GACETILLA, que cumplió 100 números ¡quien lo iba a decir! Sí, vosotros me lo decíais.
Guardo en mi casa como oro en paño dos placas (desgraciadamente la insignia de oro me la robaron pero la llevaré siempre en mi corazón) que cuando las leo se me ponen los pelos de los brazos de punta por dos razones: porque fui focalizador de un trabajo que en verdad hicimos todos (y a mi me correspondió los honores) y porque tuve la oportunidad de participar en un proyecto empresarial hermoso. Gracias socio de Punta Paloma por haberme permitido aprender de vosotros y por hacerme sentir esas imborrables sensaciones.
Manuel Velasco Carretero
www.blogdemanuel.com
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