Tres experiencias
Tres experiencias en mi vida personal son las que quiero narrar a continuación. Dos de mi infancia, y una en mi madurez. Experiencias que marcaron mi vida, y decidieron que actitud tomaría frente a un hecho concreto. Podría parecer un poco banal el hecho, pero para mí resulta gratificante poder narrarlos. En dos hechos se podría decir: mi inclinación por la música, y mi actitud frente a los animales.
Recuerdo con mucha alegría el día en que mi papá me regaló un pianito de juguete. Y el día era especial. Navidad era el día. El pianito era de madera, y era una réplica casi exacta a la de un piano de cola. Color blanco con veinte teclas blancas, en las cuales estaban pintadas las teclas negras que no existían en realidad, y con números correlativos dibujados en las teclas también. En este pianito que mi mamá me cuenta lo compraron entre los dos - o sea mi papá con mi mamá – mi abuelo materno escribiéndome en un papel los números que tenía que tocar, me enseñó las primeras notas de la serenata de Schubert. Nunca olvidaré ese pianito, ni lo que me enseñó mi abuelo en el. No recuerdo cual fue el fin de ese pianito. Tampoco quiero acordarme, porque lo más probable es que yo mismo lo haya destruido, como todo niño que destruye sus juguetes.
Cuando yo tenía 8 años de edad, vivíamos: mi mamá, mi papá, y mi hermano mayor en el distrito del Rímac en una casa puerta a la calle alquilada. Teníamos como vecina a una señora que vivía con varias hijas mujeres y dos hijos hombres. A esta señora de nombre Daría, le gustaban mucho los animales y tenía en su casa muchos perros y gatos – no recuerdo cantidades – las casas estaban prácticamente juntas, pero en el medio había un pasadizo que serbia de puerta falsa para las dos.
Cierto día la señora Daria recogió de la calle a un perro blanco peluchin, pero resulta que este perro se peleaba mucho con los que ya tenía en su casa, entonces lo hacía dormir en el pasadizo común para las dos casas. A mi mamá le daba mucha pena verlo en ese estado, y le ponía comida de vez en cuando, y se encariño con él. Ya lo habían bautizado con el nombre de ‘Bobby’. Un día mi mamá le dice a la señora Daria si se podía quedar con Bobby, y le dijo que sí. Mi mamá me cuenta como este jovencito al entrar a nuestra casa, ya no quería comer lo mismo que le ponía cuando estaba en el patio, ya quería comer solamente carnecita.
Bobby pasó a formar parte de nuestra familia. Por motivos de mudanza, nos tuvimos que trasladar a otra parte del mismo distrito del Rímac. Exactamente en ‘Ciudad y Campo’ a un edificio en el que ocupamos el tercer piso. Cuando yo tenía 10 años, mi hermano mayor 15 y el menor 6 meses de nacido, llegó la desgracia a nuestra familia. Mi papá murió asesinado por unos delincuentes cuando se encontraba trabajando en su taxi. Tuvimos que irnos a vivir a la casa de mi abuelo materno. Pero Bobby no podía ir con nosotros, porque mi abuelo tenía dos perros en su casa, y Bobby tenía fama de pleitista. Tuvimos que dejárselo a una vecina que vivía enamorada de Bobby cada vez que lo sacábamos a la calle.
Al cabo de un tiempo en que mostros ya estábamos instalados en otra casa, mi mamá quiso recuperar a Bobby, pero la vecina no se lo quiso devolver. Mi mamá habló con un conocido que tenía un automóvil para que fuera, y lo secuestrara, pero este señor le dijo a mi mamá que no se dejaba agarrar, y que además lo veía bien, lo veía que estaba bien cuidado. Al ver que no podíamos recuperar a nuestra mascota, el sufrimiento fue tremendo para nosotros.
Mi mamá al quedarse sola con nosotros, tuvo que vender el carro de mi papá, y con la plata que recibió del montepío de mi papa – porque él fue policía – alquiló una tienda vivienda en el mismo distrito del Rímac, para poder sacarnos adelante. En esta misma tienda vivienda es que quisimos recuperar a Bobby, y en esta misma tienda vivimos muchos años. Cuando yo tenía 27 años el dueño de la casa – ya que también era alquilada – le gana el juicio a mi mamá y tuvimos que desocupar la tienda vivienda. Para esto yo tenía mi mascota. Una perra negra que le pusimos el nombre de ‘Dana’ y mi mamá tenía una pequinés de nombre ‘Mini’
Yo estaba por casarme y me iría a vivir a la casa de mi esposa. Mi mamá y mis hermanos se iban a otra casa alquilada, mientras esperaban que mi hermano mayor terminara de construir su casa en el distrito de ‘Los Olivos’ para llevar a mi mamá a vivir con él. ‘Dana’ tenía una enfermedad a la piel incurable, y encima a la casa que se iba mi mamá no consentían más de dos mascotas, y yo menos me la podía llevar. Tuve que hacer de tripas corazón y llevarla a un veterinario para que la sacrificaran.
La sensibilidad en los seres humanos es arto conocida que se forma en estos casos. Hombres y mujeres que en su infancia han tenido que separarse de sus mascotas. Hombres y mujeres que sin necesidad de ser niños sufren mucho y lloran al tener que experimentar esta separación. Y aunque parezca paradójico, es necesario que el ser humano experimente estos acontecimientos, para que se forme en él la sensibilidad y el cariño por los animales. Yo creo que el carácter no es ser duro y sin sensibilidad. El carácter es darse cuenta que somos seres humanos sensibles a todo tipo de circunstancias a la que nos pueda llevar nuestra existencia, y saber afrontar estos acontecimientos sin perder nuestra sensibilidad emocional.
Andrés Arbulú Martínez
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