El gran tiburón y la pequeña foca (El entrenador devorado)
Estaba mirando un recorte de prensa que cayó casualmente en mis manos, en el que aparecía una sobrecogedora imagen, donde se podía ver la enorme cabeza de un descomunal tiburón blanco abriendo su gigantesca boca y enseñando una interminable hilera de puntiagudos y afilados dientes de forma triangular con los que trataba de atrapar, más bien diría destrozar, a una pobre, indefensa y sorprendida foca de tan sólo nueve meses, que aterrorizada y al mismo tiempo sorprendida por el gran monstruo que emergía desde el fondo de las profundidades marinas, trataba a toda costa de librarse de una muerte casi segura. Lo que aparecía ante sus ojos era una imponente, despiadada y asesina bestia marina que se presentaba ante ella con la única y exclusiva intención dietética de devorarla.
La impactante imagen quedó grabada en mi retina y salvando las distancias y los protagonistas, le di rienda suelta a la imaginación y establecí una comparación relacionando lo visto con el fútbol, y más en concreto, con los entrenadores y los resultados, los malos, que en forma de tiburón asesino en el caso que nos ocupa, devoran sin piedad en la mayoría de las ocasiones a la indefensa foca que en este pequeño relato comparamos con la figura del entrenador, en especial al que dirige un equipo que pierde de forma reiterada o que no gana todo lo que se espera según las previsiones de los que mandan, que dicho sea de paso, son los que menos saben del deporte que nos ocupa.
El enorme, poderoso y temible tiburón representa en este caso al poder futbolístico, que abre su interminable mandíbula para acabar con la pobre e indefensa víctima (el técnico de turno), valiéndose de ese serrucho puntiagudo en forma de dientes (directivos, prensa y afición), que van a triturar a la presa elegida, que generalmente, acaba devorada y no tiene tanta suerte como la imagen de la foto que inspira esta historia y que fue tomada en las costas de False Bay en Sudáfrica y más concretamente en Ciudad del Cabo (Septiembre.2010).
Cuando la bestia abre la boca, el festín comienza y pocas veces el gran tiburón blanco se queda sin su sabroso bocado, es decir, que si lo trasladamos al fútbol, cuando el equipo no gana, el entrenador se convierte (¿para otras bestias quizás?) en una deliciosa golosina, en un delicado manjar, en una atractiva delicatessen que hay que engullir a toda costa.
No obstante, el tiburón no tendrá casi tiempo de dormir la siesta, ni tan siquiera se puede permitir el lujo de una ligera cabezadita, ya que el siguiente aperitivo está en camino en forma de entrenador, de otro equipo al que se le ha olvidado ganar.
¿Cómo una pequeña foca puede hacer frente a un enorme escualo que puede llegar a medir siete metros y pesar más de tres toneladas?
Paco Arias.
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