Misionologia 62
Capítulo tercero: Misión Trinitaria y misión eclesial.
La Constitución Lumen Gentium, desarrolla el misterio de la Iglesia, sobre la actividad misionera de la Iglesia, comienza con una exposición de la Misión Trinitaria que se ha de prolongar en la misión eclesial. Nos vamos a fijar en los textos de la segunda de esas enseñanzas, por su relación peculiar con la tarea misionera.
“La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza puesto que procede de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre. Ese designio salvador brota del “amor Fontal” de Dios Padre, que, al crear a las creaturas racionales, les quiso comunicar su propia vida, como forma única de salvación. Para establecer la paz o la comunión del hombre con Él, y armonizar la sociedad fraterna entre los hombres de un modo nuevo y definitivo, enviando a su Hijo en nuestra carne, para arrancar por su medio a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás y reconciliar el mundo consigo en El. Cristo Jesús pues fue enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y lo hombres. Y para realizar en forma plena esta misión. Envió Cristo al Espíritu Santo de parte del Padre, para que realizara interiormente su obra salvífica e impulsara a la Iglesia a su propia dilatación. Sin género de duda el Espíritu Santo obra ya en el mundo antes de la glorificación de Cristo. Sin embargo descendió sobre los discípulos en el día de pentecostés para permanecer con ellos eternamente. El Espíritu Santo unifica en la comunión y en el servicio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la iglesia a través de los tiempos, vivificando las instituciones eclesiásticas como alma de ellas e infundiendo en los corazones de los fieles el mismo impulso de misión con que había sido llevado el mismo Cristo”
Vemos, pues, que el Padre para llevar a cabo su obra salvífica, envía a su Hijo y este a su vez nos envía su Espíritu. La Palabra y el Espíritu son desde el Antiguo Testamento las dos mediaciones por las que Dios se comunica con el mundo, aunque los judíos leen el Antiguo Testamento sin encontrar allí la doctrina de las misiones trinitarias, nosotros lo leemos siempre a la luz de Cristo.
La Iglesia es a la vez privilegio y exigencia, pues el gran don de Cristo conocido y participado no se le entrega para que lo goce solamente, sino a la vez para que lo trasmita sin cesar a todos los pueblos. De esa manera la Iglesia se siente elegida por Dios, como depositaria de sus mejores dones y a la vez enviada, como el Hijo y el Espíritu, para trasmitir a todos cuanto pro esa divina mediación hemos recibido.
Andrés Arbulú Martínez
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