Paz en el hogar
Sabía que la violencia intrafamiliar en Colombia estaba en niveles críticos, pero nunca me imaginé que la situación empeoraría y menos que se convertiría en insostenible. Desgraciadamente, hoy tenemos una realidad que desbordó todas las previsiones y que en cualquier lugar del mundo daría lugar a acciones radicales de las ramas del poder público, consecuencia del rechazo unánime de todo el cuerpo social. Por eso, precisamente, aumenta mi alarma: porque aquí no se habla del tema, no se analiza, no se tienen cifras reales, no se une nadie para combatir el problema. El problema no preocupa. Todos nos hacemos los de la vista gorda, así la violencia en la familia nos cueste la bicocadita de tres (3) puntos de nuestro Producto Interno Bruto, según las cifras de la Consejería Presidencial para la Política Social. Sencillamente nos quedamos en la expedición de una Ley (la 294 de 1996), muy buena, por cierto, pero que, como la mayoría de nuestra aberrante proliferación de normas jurídicas, no solucionan por sí solas absolutamente nada si no cuentan con el respaldo franco de la sociedad y no son respaldadas por la voluntad de las autoridades.
Ya lo leímos en un diario nacional hace pocos días: "La Encuesta Nacional de Demografía y Salud encontró que sólo el 27% de los lesionados por violencia intrafamiliar denuncia sus casos. El maltrato se soporta con un estoicismo inesperado. Otro trabajo -de Arturo de la Pava, en 13 comisarías de familia- encuentra que las mujeres que viven relaciones de familia violentas tardan entre cinco y diez años, en promedio, antes de acudir a las autoridades a denunciar sus problemas". Entonces, si esa es la triste realidad ¿de qué sirve tener un glosario de reglas jurídicas con un montón de buenas intenciones? Repito, ¡de nada! Pero mi asombro es todavía más grande cuando escucho o leo frases como las de "la violencia es la mejor manera de conservar el honor y el poder en las relaciones familiares"; "es una forma para que los hijos respeten a los padres"; "es sólo la manifestación normal de la naturaleza violenta del colombiano".
Me resisto a creer que la violencia en la familia, esa que tiene manifestaciones tan animales como las agresiones físicas, las lesiones personales, los asesinatos culposos o preterintencionales, las ofensas sexuales, la privación de la libertad, las intimidaciones, todas ellas contra niños, mujeres o ancianos, no puedan derrotarse definitivamente, máxime en un país como el nuestro en el que la búsqueda de la paz se ha convertido en el más importante objetivo de las instituciones y el pueblo.
Tal vez concluyamos, como en los más importantes temas nacionales, que la solución integral pasa por la reculturización, lo que exigiría acciones a largo plazo o muy demoradas. Pero cuando nos enteramos, por algún medio, de una golpiza a un inocente niño o de una violación a alguno de nuestros angelitos sabemos que podemos hacer muchísimo, que podemos aportar muchísimo y que somos todos protagonistas principales de las soluciones, si por lo menos denunciáramos esas agresiones, si declaráramos ante las autoridades cuando nos piden un testimonio al respecto, si aportáramos en el proceso educativo y preventivo y, en fin, si tan sólo nos despojáramos de la indiferencia sobre el tema.
Carlos Mauricio Iriarte Barrios http://carlosmauricioiriarte.blogspot.com
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