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Semana Nacional de Liturgia 28

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El cristiano entra en comunión con Cristo, no solo cuando consume la Sagrada forma, sino también cuando encuentra su presencia sacramental, y permanece El Emmanuel, fuera de la celebración de la Misa, y se somete a su acción de irradiación, y de comunicación, mientras que la Iglesia apelando a su derecho de Esposa conserva el Cuerpo de Cristo, el fiel cristiano no hace otra cosa que responder a la auto donación permanente de Cristo.

La Sagrada presencia sacramental, espera respuesta de acogida, podemos decir que no actúa, si no se la encuentra, no se la encuentra sino cuando es acogida. “En vano va a emitir una estación de radio, si no existe un aparato receptor adaptado a la longitud de onda”

La presencia permanente de Cristo en el tabernáculo, es una llamada que está continuamente emitiendo la presencia de Cristo y hace falta un corazón receptor para que sintonice con ese emisor. Sintonizar es entrar en comunión con aquel que se ha convertido todo en el amor como su Padre, por esa razón toda práctica eucarística debe partir siempre de una voluntad de sintonizar con Cristo y con su sentimiento. Si voy a una exposición del Santísimo, no hacer que Cristo sintonice con mis sentimientos, con mis preocupaciones, sino que yo tengo que sintonizar con El, con ese Misterio, y El ya nos dirá, nos hablará, nos va a exigir, dejemos que El nos hable, decirnos lo que El quiere, y no lo que nosotros queremos que El nos diga.

La presencia de Cristo en el Sacramento, exige de todo creyente el acto de fe y de adoración, la apretura a la trascendente, el encuentro en la oración silenciosa de adoración con aquel que es El Tu divino, que se dirige al tu humano. El amor acoge al otro y deja que el otro le acoja, se establece una reciprocidad entre los dos seres que se aman.

En la Eucaristía se cumple la Palabra: “Vosotros en mí, Yo en vosotros”. La Iglesia ora delante de la presencia sacramental ofrecida, El se ofrece. El tiempo en que estamos delante de la exposición, hay un ritmo, hay una dinámica oracional, y de adoración, ahora con ese Cristo, Dios con nosotros, ¿Cómo nos hemos de comportar? Hay varios aspectos, primero el asombro por el Misterio. Los orantes deben caracterizarse por su capacidad de asombro. El asombro no es miedo, si sobresalto, es una conmoción interior ante lo grandioso, hemos de comenzar por contemplar lo que es ese Misterio eucarístico, El está con nosotros bajo las especies sacramentales.

Vivir es asombrarse ante el milagro constante de la misma vida. El sol que alumbra, y da calor, el aire que respiramos, asombrarse sobre todo ante el Misterio, nos asombramos ante un paisaje, nos maravillamos. El asombro es la expresión espontanea y consiente ante la cercanía de la presencia sacramental de Cristo.

El asombro del pasado es recordar las maravillas divinas que fueron anunciadas antiguamente y realizadas hoy día en Cristo. El asombro por la cercanía misteriosa de Cristo, engendra espontáneamente la alabanza, pero una alabanza desinteresa, brota la acción de gracias por el don recibido, es reconocimiento a la infinita grandeza del misterio amoroso de Cristo, suscita una cascada de sentimientos en los orantes y odorantes. El Sacramento de la Eucaristía, es el mejor don de Cristo a los hombres. Quien adora a Dios vive para El, lucha por El, renuncia a todo para servirle, intenta por todos los medios que todo el mundo le adore como El lo hace, pero no solo alaba y bendice al Señor el orante en nombre propio, sino que el orante, ante ese Misterio contemplativo, se convierte en portavoz orante de todas la criaturas visibles. No estoy yo solo ante el Santísimo, sino que nos convertimos en portavoz de toda la creación, que alaba y bendice al Señor, y sentirnos unidos con toda la creación, somos ese puente que va desde la Creación hasta Cristo presente, la presencia que se da, y se da en alimento, comunión, nos lleva también a que vallamos a otra mesa, la mesa de la Palabra.

La Palabra de Dios hace comprender la profundidad del Misterio eucarístico. Después de la escucha de la Palabra de Dios los orantes deben sentir en su interior la necesidad del silencio y de la contemplación, el contemplar es rumiar, es pensar la Palabra de Dios en el silencio, es el momento de la adoración contemplativa, es el momento en que sobran las palabras, y el silencio se convierte en palabra ante el que es la Palabra Sacramento. El silencio no es un vacio, o una ausencia de palabra, es la interiorización del Misterio eucarístico, es el espacio en que actúa el Espíritu Santo, y es el que esta personalizado nuestro encuentro del que es dios con nosotros.

Los verdaderos adoradores realizan una función eclesial, servicio de orante., su oración ante la exposición crea estrechos lazos de unión y de solidaridad en los necesitados y con el mundo entero. El cristiano es ciudadano del mundo, pero de un mundo sin fronteras. No se trata de orar por uno mismo, o por los más cercanos, se trata de orar sintiéndose unido a todos los orantes, y no orantes, a los que sufren y viven en la miseria, a los que desesperan y lloran, a los que padecen injusticia y hambre.

El culto espiritual no está reñido con la manifestación externa, al contrario, el signo externo es necesario para que le culto sea verdadero, los gestos externos confirman la veracidad el culto interno, signos visibles de la solidaridad. Es la organización de los diversos elementos que integran la oración, adoración delante del Santísimo expuesto, es preciso tener presente los diversos tiempos litúrgicos, si hacemos la exposición en tiempo de Adviento evidentemente tiene que tener un sabor a Adviento.

Casi siempre la adoración va acompañada con gestos corporales que significan y expresan la aptitud interna. Las posturas corporales más comunes son: La inclinación, la genuflexión, el arrodillarse, postrarse en tierra. La postura de rodillas, es la postura más apropiada para la adoración y ayuda. San Agustín decía: “Quienes adoren, han de procurar que su cuerpo adopte una postura que propicie esa oración”. Es verdad que Dios no necesita signos visibles para penetrar en el corazón humano, pero con estos gestos el hombre potencia su corazón, nadie puede negar la fuerza espiritual y los frutos de la vida cristiana que ha producido la oración ante el Santísimo Sacramento.

La otra parte es “Maranatha” Ven Señor Jesús. El que adora venera, y el orante ante la presencia sacramental de Cristo, esta ante un velo, bajo unas especies sacramentales, no contempla a Cristo visiblemente, sino invisiblemente, terminamos nuestra adoración ante el Santísimo diciendo: Señor crea en mi esos deseos de llegar un día contemplarte cara a cara, Ven Señor Jesús. Esa invisibilidad debe suscitar en nosotros ese deseo ardiente de llegar un día contemplarlo a El cara a cara, de ahí que la exposición del Santísimo tenga un sentido, teológico y litúrgico.

Fin del Seminario: ‘Semana Nacional de Liturgia’

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Andrés Arbulú Martínez

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