He de reconocer que, poco a poco, me he ido aclimatando a las circunstancias actuales. La verdad es que siempre me ha gustado salir de vacaciones, así que lo que solía hacer antes era ir a mi agencia de viajes de confianza y elegir destino, que siempre era el mismo: dentro de las fronteras de España. Sin embargo, a medida que fueron proliferando los vuelos de bajo coste, lo que hice fue atreverme a volar y descubrir otros países; bueno, al menos otras capitales europeas.
Ahora parece ser que lo que se ha puesto de moda es hacer un crucero: son muchos los conocidos y familiares que me han hablado de esta forma de viajar que, aunque no es muy novedosa, es ahora cuando más adeptos tiene. Al principio, yo no las tenía todas conmigo. A pesar de que todo el mundo hablaba maravillas de los cruceros, a mí me seguía pareciendo menos atrayente que otras formas de ir de vacaciones. Por ejemplo, ¿qué ocurría si el mar estaba algo tormentoso? Sobre todo en mi caso, que me mareo con mucha facilidad. También había oído hablar de que las vacaciones salían bastante caras, pues había que pagar numerosas propinas e incluso un precio cada vez que querías bajar y subir al barco.
Pues bien, es probable que esto ocurriera hace unos cuantos años, cuando ir de crucero era cosa de unos pocos pudientes. Ahora no. Lo primero es que no se nota el vaivén del mar, en absoluto. Y lo segundo es que lejos ha quedado ya eso de pagar por subir, bajar o por servicios añadidos. No, el precio es el que marcan los paquetes. En lo único en lo que te lo vas a gastar va a ser en los recuerdos que lleves a casa. Yo ya estoy totalmente convencido de que es una forma única de viajar.