La Negra de Oro
Tuve la suerte de ver en directo el momento en el que nuestra negra María Isabel Urrutia levantó esos 110 kilogramos en arranque, en su tercer intento y los definitivos 132,5 kilogramos que le valieron o, mejor, que nos valieron, a todos lo colombianos, la primera medalla de oro en más de sesenta años de participación en los juegos olímpicos. En un primer momento los que no entendemos ni "J" del deporte de las pesas pensamos que era normal la alegría de la negra al final de su participación, pues al fin y al cabo se trataba de los juegos del milenio y ella estaba ahí enarbolando nuestro tricolor, que ya de por sí es causa de orgullo. Pero no. Su alegría era porque ella sí sabía que se había metido en el podio de los triunfadores, que iba a estar en la ceremonia de premiación subida en alguno de esos tres escalones desde donde se vería al mundo a sus pies. La negra alzaba sus manos, danzaba y sonreía de oreja a oreja mientras marchaba a su camerino. Después siguieron unos minutos de calma, de expectativa, durante los cuales los comentaristas de televisión tampoco arriesgaban una frase triunfalista. Entonces apareció en la pantalla el cuadrito informativo de la clasificación en donde "inexplicablemente" aparecía la Urrutia de Colombia en primer lugar. En esos momentos es cuando a todos nos alegra ser de acá, vivir acá, decir que somos de acá. Solo que lo de la Negra Urrutia tuvo un sabor no sólo de patriotismo, de triunfo entre los mejores del mundo, de orgullo deportivo, sino de lección, de enseñanza, de humidad y de fuerza espiritual.
El entrenador Gantcho Karouchkov, a quien se le debe buena parte de esta reconfortante victoría, pues no olvidemos que fue el artífice para bajarla de peso, cuando se le preguntó qué fue lo que le llamó la atención de nuestra Negra Grande (con mayúsculas porque se las merece), contestó: "Inicialmente fue su contextura y fortaleza física, pero después de que la conocí, lo que más me convenció fue su personalidad, su fuerza mental, la seguridad de sus condiciones y la fe en sí misma..."
Es muy seguro que nunca más la volvamos a ver levantando pesas en algún concurso u olimpiada porque, como ella misma lo dijo, en su carrera como pesista ya lo ganó todo, logró todos los premios y obtuvo todos los honores. Pero María Isabel Urrutia nos deja para siempre varias enseñanzas. De ella aprendimos que no siempre el lujo en las delegaciones y las millonadas de ingresos son los factores claves para ganar. Que los escándalos, la "chicanería", la pantalla y la fanfarronería sirven solamente para aparecer más veces en televisión. Ella nos demostró que en medio de la pobreza, ignorando tosudamente la falta permanente de apoyo y con una historia a cuestas de solo limitaciones económicas, se puede ser el mejor del mundo. Que el mejor de los mejores sólo necesita de una espontánea humildad para ser recocido como tal y que, al final, por encima de todos los laureles, galardones, medallas o reconocimientos está el amor a la familia y a la patria. Todo eso hace que Maria Isabel Urrutia no sea únicamente una Negra de Oro o una verdadera campeona olímpica, sino un sencillo modelo de vida.
Carlos Mauricio Iriarte Barrios http://carlosmauricioiriarte.blogspot.com
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