Una aventura peligrosa
Todos nosotros como seres humanos reaccionamos de diferentes maneras ante situaciones diversas en nuestras vidas. Y a veces nos preguntamos ¿Porqué él o ella no reacciona como yo ante esta situación? Entonces nos seguimos interrogando ¿Es correcto o incorrecto el proceder de esta otra persona?
En mi adolescencia vivía con mi mamá y mis hermanos en el distrito del Rímac, de Lima Metropolitana, en una tienda vivienda que mi madre había alquilado para poder salir adelante, ya que mi padre había fallecido hacia poco tiempo. Dicha tienda quedaba en toda una esquina. Saliendo de la tienda y hacia la mano derecha quedaba un edificio de unos cuatro pisos (no recuerdo bien) de propiedad del señor Andrés Legarda (que en paz descanse) en el cual, él y su familia vivían en el primer piso, y el resto lo tenía alquilado a diferentes familias.
El edificio mostraba su fachada, con la puerta principal de la casa del dueño en la primera planta, y al costado la entrada a una quinta que daba acceso a los departamentos de la planta baja, y en el interior de la quinta una escalera que conducía a los siguientes pisos. En el cuarto piso vivía en uno de estos departamentos - muy reducido - uno de mis primeros “amigos” que compartía conmigo la misma afición por interpretar música. Este adolecente igual que yo, y de nombre Siler, vivía con su madre, padre, una hermana de casi su misma edad y un hermano menor de unos seis años.
En el mismo edificio, en la azotea vivía en un departamento hecho de madera otro joven que también era aficionado a interpretar la música con su guitarra, y a él lo conocíamos como ‘El cholo Andrés’. La azotea era nuestro lugar de ensayo. ‘El cholo Andrés’ era el único que tenía guitarra, entonces nos la prestábamos un rato cada uno en la azotea, para sacarle melodías a la misma. Lógicamente con nuestras limitaciones. A esas reuniones de empíricos músicos, llegaba también de otro distrito, Manuel Prado, contemporáneo con nosotros; a compartir nuestras inquietudes. El llegaba con su guitarra.
Manuel Prado es el actual ‘Manuel Cha Prado’ reconocido guitarrista vernacular, el cual tuve la suerte de ubicar hace poco tiempo por internet. Se acordó de mí, me envió un correo electrónico diciéndome que se acordaba de todos esos gratos momentos que pasamos juntos. Luego yo le envié uno invitándolo a almorzar para acordarnos ya en persona de todos esos momentos, pero lamentablemente no se pudo concretar esa cita. Sus razones tendrá. A lo mejor mucho trabajo.
La mamá de Siler tenía un hermano que vivía en el distrito de San Martin de Porres, en un barrio conocido como ‘Piñonate’. Este hermano era músico y tocaba congas en una agrupación musical conocida por aquellos días. Siler y yo, fuimos en busca de ese tío, para aprender cómo era ese asunto de formar un grupo musical. La distancia hacia ese lugar en realidad era corta, así que la hacíamos a pie. Llegábamos justo cuando el grupo estaba ensayando, y nos quedábamos horas viéndolos hacer esto. Tuvimos la oportunidad de conocer a todos los integrantes del grupo y entre broma y broma, pudimos aprender más sobre el fascinante mundo de los conjuntos musicales.
El adolecente es aventurero por naturaleza, y ese afán por emprender aventuras, lo empuja a cometer algunas que a veces no son tan agradables que digamos.
Rafo era el nombre del tío de Siler. Y Rafo nos presentó a Pocho, pero ¿Quién era este Pocho? Pocho era un amigo del barrio de Rafo que había llegado de Tingo María, después de haber estado varios años por ese lugar. Pocho había regresado a Lima con la intención de formar una agrupación musical para llevársela a Tingo Mario. A Pocho le gustaba cantar, pero honradamente mejor que no cantara. Rafo que ya no quería pertenecer al grupo musical del cual era integrante, nos dice a Siler y a mí, para irnos a Tingo María con Pocho.
Se abría paso a la primera aventura de mi vida. Pocho para este viaje, se había comprado una camioneta pickup, y pretendía llevarnos a todos en ella. ¿Se imaginan como es una de estas camionetas? Pero todos estuvimos de acuerdo en emprender esta aventura.
Estábamos casi completos, faltaba un guitarrista. El grupo se formó de la siguiente manera. Antes quiero acotar algo. A Siler le gustaba tocar guitarra, pero luego se quedó con los timbales. Entonces el grupo que viajaba a Tingo María quedó de la siguiente manera. Rafo en las congas, Siler en los timbales, Pocho “vocalista”, el que escribe estas líneas en el bajo electrónico y... E querido dejar para el último el nombre del que tocaba la primera guitarra, porque lamentablemente no lo recuerdo, y es que los años hacen mella en la memoria.
Y emprendimos el viaje a Tingo María. En la camioneta nos distribuimos así: en la cabina: Pocho al volante, Rafo y la primera guitarra. En la tolva de la camioneta y con frazadas para pasar la parte fría del viaje: Siler y yo.
Algo que no recuerdo, y que es vital para este relato, tiene que ver con el permiso de mi madre para emprender esta aventura, ya que todavía era “menor de edad”. No recuerdo si me dio permiso, o si me fui sin él; lo cual podría explicar lo doloroso del asunto.
La parte critica del viaje se podría decir que fue al pasar por ‘La Pampa de Junín’ El tramo era largo y el frio impresionante. Por más que nos cubríamos con las frazadas, el frio podía penetrar hasta nuestros huesos. Y no se podía decir que nos pasáramos a la cabina de la camioneta, porque en ella el frio era igual.
El espectáculo de la naturaleza fue lo que pude apreciar al experimentar en vivo y en directo ese cambio de sierra a ceja de montaña. Ver por primera vez cerros cubiertos de arboles, divisar a lo lejos como caía la lluvia de la nubes, y también el arco iris. El olor penetrante de la humedad del follaje en la montaña. Impresionante para un joven de esa edad, y sobre todo por primera vez. Ver también - ya en Tingo María - como caía una lluvia torrencial de día, y al ratito ver salir un sol resplandeciente.
Cuando llegamos a Tingo María, Pocho nos llevó a nuestro lugar de residencia. Era un chalet a medio construir en las afueras de Tingo María. En él no había mueble alguno, solamente unas planchas de madera que nos servirían de camas. El inmueble no contaba con energía eléctrica, pero si tenía abundante agua potable. Nos “instalamos” y después del baño de ley, Pocho nos llevó al mercado, y nos mostro el lugar en donde recibiríamos nuestros alimentos (desayuno, almuerzo y comida)
Al día siguiente y después de haber pasado una noche un poco incomoda - porque ya se imaginarán dormir en maderas – Pocho nos llevó a otra casa en donde ensayaríamos los temas que tocaríamos en los contratos que Pocho conseguiría. El se había comprado todos los instrumentos: Amplificadores, guitarras, timbales, congas y micrófonos con sus respectivos cables. Recuerdo con emoción, como nos iban a ver ensayar los integrantes de otros grupos de la zona. Se habían enterado que llegábamos de Lima, y querían ver como se tocaba en la capital. Los temas de moda eran en ese momento los tropicales, y estaban de moda ‘Los Destellos’, ‘Los Maracaibos’ en lo que se refiere a grupos nacionales, y las salsas de Oscar de León, como también de Willy Colón, Rubén Blades y Héctor Lavo. Pero en Tingo María se escuchaba mucho a ‘Juaneco y su Combo’ con su tema ‘Mujer Hilandera’ que en la actualidad el grupo ‘Bareto’ se quiere adueñar.
Durante los meses que duró nuestra estadía por esos lares, fueron varios los contratos a los que nos llevó a tocar Pocho, y en todos tuvimos acogida. Fueron muchos momentos gratos que pasé en esa época de mi vida, pero luego vendrían los amargos. Entre los gratos recuerdos están las noches que pasábamos en aquella casa a medio construir, y al contemplar del interior hacia afuera se podía ver las luciérnagas. Espectáculo que para mí era algo impresionante por primera vez. También cuando nos reuníamos con un “amigo” de nuestra misma edad que conocimos y que era del lugar, y que cuando el, empezaba a contar chistes nos reíamos antes que terminara de contarlos, y el nos decía: “¿Por qué se ríen si todavía no he terminado de contarles el chiste? Pero la verdad es que nos reíamos del dejo charapa que tenia.
Un día de cual tengo vivo recuerdo, Pocho desapareció del mapa. Nunca más supimos de él. Y lo que vino luego fueron días muy amargos para nosotros, pero no para todos nosotros. Y aquí quiero regresar al primer párrafo de este relato. Nosotros seres humanos, no reaccionamos igual en circunstancias adversas. Mi reacción fue una tremenda angustia al verme lejos de mi madre y mis hermanos. Pero Siler estaba de lo mas bien; parecía como si no tuviera madre, padre y hermanos a quien extrañar.
Nosotros seguíamos en la casa a medio construir, pero en el mercado llegó un día que ya no nos atendieron y de verdad que pasamos hambre. Yo recordaba todos los platos de comida que le desprecié a mi mamá, por no gustarme tal o cual alimento. El de la primera guitarra al cabo de unos días desapareció, y nos quedamos solos los tres: Siler, Rafo y yo… Como pude, logré juntar dinero para el pasaje de regreso. Siler y Rafo no querían regresar, me decían: “quédate” Me fueron a despedir a la estación del bus. Subí al mismo y al sentarme en un asiento que daba hacia una ventana del mismo, pude verlos de pie haciéndome adiós con los ojos, en sus rostros desencajados por el dolor.
Cuando llegué a la casa de mi madre con mis hermanos, el hijo prodigo quedó como un bebe de pecho a mi lado. El arrepentimiento, el perdón y el llanto se manifestaron a diestra y siniestra… Las madres siempre perdonan.
Como dato curioso, interesante - y peligroso diría yo -; al pasar el tiempo me pude enterar que el tal Pocho era nada menos que un narcotraficante de la zona. Y era por eso la compra de camioneta, instrumentos musicales, y contratos - que de repente no eran pagados por nadie -. Y que de la noche a la mañana, o fue muerto, o fue detenido por las autoridades.
Esto ocurrió entre el año 1970 y 1975, no recuerdo bien, pero del tal Pocho; nunca más se supo. Y de Rafo y Siler, no tengo noticas de ellos, hace unos 30 años, más o menos.
Bueno pues, gracias por seguir el relato de esta pequeña aventura, que a lo mejor muchos de nosotros tenemos en lo más recóndito de nuestro subconsciente, y que de alguna u otra manera sentimos necesidad de contarlas, tratando de liberar esos recuerdos del pasado.
Andrés Arbulú Martínez
que bonito comentario
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