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Psicoterapia basada en la palabra

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Todos sabemos, de manera intuitiva, que hablar de lo que nos pasa nos alivia. ¿Cómo funciona? ¿Por qué el hecho de poner palabras a nuestro malestar puede tener el efecto de aliviar la angustia, el sufrimiento o inclusive eliminar un malestar físico? Porque el lenguaje no es solo un instrumento para comunicarnos. En cierta forma, el lenguaje habita nuestro cuerpo. De todas las palabras que escuchamos siendo niños y las historias que nos contaron o que simplemente escuchamos sin ser los destinatarios directos, solo algunas tomarán peso e importancia en nuestra vida.

En la década de 1880 un renombrado neurólogo francés, Jean Martin .Charcot, demostró a la comunidad científica de la época, que los síntomas histéricos tenían una intima relación con la sugestión (aunque hoy la histeria no existe como cuadro clínico, muchos otros se derivan de ella: los ataques de pánico y las depresiones, así como diversos trastornos de la personalidad). Mediante hipnosis, eliminaba e introducía síntomas histéricos como las parálisis.

Neurólogos de la época se dieron cuenta que estos síntomas no respetaban las leyes anatómicas o la estructura de las terminaciones nerviosas. Tal era el caso, por ejemplo, de una parálisis histérica que afectara a las piernas. Dicha parálisis se ceñía al uso común de la palabra pierna; por el contrario, de ser producida por una lesión orgánica, involucraría partes del cuerpo que el uso común de la palabra no incluye.

En este panorama del campo de la salud mental, un neurólogo vienes, y discípulo de Charcot, Sigmund Freud, dio un paso más estableciendo la relación de los síntomas histéricos con el lenguaje. Así, si Charcot mostraba, utilizando la hipnosis, que estos síntomas podían estar y desaparecer mediante una orden del hipnotizador, Freud estableció que estos síntomas, que más que en leyes orgánicas, se apoyaban en las leyes del lenguaje, eran consecuencia de un conflicto psíquico. De esta forma quedaba establecido el vínculo entre la palabra y el cuerpo.

Como consecuencia de este descubrimiento iniciado por Charcot y retomado por Freud. Las psicoterapias tienen, como punto de apoyo el lenguaje. Algunas acentuarán más la función de comunicación y otras, por el contrario, se detendrán en éste espacio que parece habitar de forma paralela todo lo que decimos y lo que hacemos.

Sin embargo, hoy en día, socialmente hablando, el lenguaje ha perdido éste reconocimiento. Las estadísticas y directrices pedagógicas no apuntan a éste lado ilógico e irreverente que podríamos vincular a la lengua, para destacar su aspecto más intimo y diferenciarlo del término lenguaje, más formal y académico.

Resultaría imposible medir el alcance e importancia del lenguaje en nuestra vida psíquica., pero lo que si sabemos es que una parte importante de nuestra existencia se desarrolla en éste espacio. Los olores que evocan nuestros recuerdos, las palabras que nos duelen o nos detienen, las que nos conmueven o nos enfurecen, no son las mismas para todo el mundo. Es ésta sutileza que las distingue, la parte del lenguaje que hacemos propia; como esa lengua materna que sentimos nuestra, tal como si fuera una segunda piel que sin embargo no somos capaces de precisar.

Cada persona será única al hablar de una sensación o un sentimiento y de esclarecer un problema o dar una explicación. No usaremos ni las mismas palabras, ni el mismo tono de voz; pero tampoco podremos estar cien por ciento seguros de aquello que estamos trasmitiendo.

¿Cómo saber con certeza si el tono que uso para decir algo será percibido como tal por el destinatario de mi mensaje? Los ejemplos de malentendidos entre diferentes culturas que sin embargo hablan la misma lengua son infinitos. Pero no solo aquí abundan los malentendidos, también nos topamos con estos inconvenientes en las relaciones entre amigos, de pareja, familiares: cuando uno quiso decir algo y solo se da cuenta que dijo otra cosa al ver la reacción de su interlocutor. Hay ejemplos aun más claros de esta lengua que parece habitar otro escenario: lapsus, que mucha gente toma sólo como un desafortunado error, pero que dan cuenta del poco control que tenemos respecto a lo que queremos decir.

Muchas discusiones interminables encuentran su atolladero en esta realidad de la lengua que nos resulta desconocida. Solemos pensar que lo que decimos es realmente lo que queremos decir y al mismo tiempo, que lo que el otro nos dice es totalmente intencional. Lamentablemente a veces no es así y sin embargo, muchas relaciones concluyen a causa de este malentendido propio del ser hablante.

Esa parte que permanece enigmática aun para quien la dice, es la que da la sensación de transitar un camino propio, como si no pudiéramos controlarlo; tanto si nos damos cuenta como sino, parece seguir su propia agenda, sus propias leyes.

Por esta razón, una terapia que de lugar al relato del paciente, sin imponerle un tema específico, suele resultar muy efectiva en muchos padecimientos. No es extraño que los ataques de pánico encuentren su razón de ser en una lógica semejante. Por ejemplo, una situación que por asociación de algún elemento reviva otra que en su momento fue traumática para esa persona y todo esto, sin que la persona en cuestión pueda decir algo acerca de ello. También las fobias pueden encontrar su lógica en esa lengua tan personal siendo que él o los objetos que disparan la fobia, siguen un mapa que se va generando por asociación. Es así que se llega a vislumbra, en terapia, que el objeto fóbico no es cualquier objeto tomado al azar sino que corresponde a una historia en un momento particular en la vida de esa persona.

Lamentablemente lo usual en estos tiempos, a diferencia de aquel que iniciaron hombres como Charcot y Freud, es tratar estas dolencias por medio de fármacos. Las pastillas pueden ayudar a reducir la ansiedad, pero no alcanzan a tocar los eslabones de la cadena por donde transita la fobia o por donde se atora el ataque de pánico. Así, si estos hombres que la historia guarda, abrieron las puertas de la articulación entre los síntomas psíquicos y el lenguaje, nuestro tiempo los vuelve a silenciar atribuyendo como causa a los genes.

Hace unos días me topé con una noticia acerca de una investigación que descubrió que la causa de comer más está en el cerebro. Según decía la noticia: “encontraron evidencias de los mecanismos a través de los cuales interactúan el cerebro y el estómago con las emociones que provocan comer en exceso y la obesidad”. Estas investigaciones establecen la íntima relación entre las emociones y el cuerpo, y por lo tanto, con la palabra. Desde esta perspectiva, las terapias psicológicas podrían hacer mucho por una persona que no encuentra la manera de frenar el ansia de comer, pues es justamente en la interrelación entre el cuerpo y los sentimientos donde habita esta lengua materna tan propia de cada ser humano, esta manera de hacer del lenguaje una marca que nos distingue.

Vivimos en épocas de importantes e interesantes avances en el campo de la genética, por ello, también, se corre el riesgo de depositar las esperanzas de encontrar respuesta a todos los males en este ámbito. Todos hemos escuchado que la depresión se encuentra entre las primeras causas de baja laboral: ¿cómo es posible que algo genético se distribuya de manera tan veloz? Si lo genético no es la causa, ¿no valdría la pena darle un espacio a la cura por la palabra? tomando en cuenta que ésta lengua singular no respeta ni las exigencias ni las prisas sociales; que transita por otras esferas, donde el tiempo de los relojes no ha conseguido domesticar su ritmo.

palabrapsi.blogspot.com/

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