¿Entrenador y amigo?
Esta pregunta es igual a la que a veces se realiza a los padres, en relación a si consideran que deben de ser amigos de sus hijos. Creo sinceramente, que al igual que los padres, son padres y no amigos, el entrenador por encima de cualquier otra cosa ha de ser eso, es decir entrenador. Luego, en función de la categoría que entrene tendrá que actuar a nivel humano teniendo en cuenta una serie de condicionantes que vendrán determinados por la edad de los futbolistas que dirige. No es lo mismo el trato con un niño de 13 años que con un adulto de 23. Lo que si es común a cualquier edad o categoría, ya sean aficionados o profesionales de cualquier disciplina, es saber tratar al deportista como persona.
No cabe duda que cuanto más cercano y amistoso se muestre un entrenador con sus jugadores mejor será su relación con ellos, pero el buen trato, la buena educación y el buen talante no deben de dejar nunca paso a una exagerada tolerancia, a falta de exigencia, a la indisciplina o al exceso de paternalismo que muchas veces estamos acostumbrados a ver sobre todo cuando se trabaja con niños y adolescentes, y que muchas veces desemboca en una apología de la cultura del no esfuerzo. Convirtiéndose entonces, la persona que dirige a un equipo, en consentidor, en vez de ser entrenador, y muy flaco es el favor, que le hace a los futbolistas con los que trabaja, de cara a su formación personal y deportiva, y permiten por su dejadez, falta de profesionalidad o pocas dotes a la hora de ejercer la dirección de un grupo, que un equipo, en este caso de fútbol se convierta en una auténtica casa de locos.
Con mis propios ojos, he podido comprobar como equipos formados por niños con tan solo 11 o 12 años transformados en pequeños diablos, se habían convertido en auténticas hordas salvajes caracterizadas por una total anarquía, en la que el esfuerzo, la organización y las más elementales normas de comportamiento eran conceptos absolutamente desconocidos.
Hay técnicos, sobre todo los que trabajan con la base, que confunden no ser duros con los chicos, con ser excesivamente permisivos, y lo malo es que cuando se dan cuenta de su exceso de blandura, sus jugadores son ya tan indisciplinados y han adquirido unos hábitos deportivos tan negativos, que lamentablemente en muchas ocasiones ya no hay posibilidad de que el crecimiento del árbol (mal plantado y peor regado) pueda ya enderezarse.
Paco Arias.
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