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Las falsas ideas sobre el abuso sexual infantil

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Todavía sigue pesando la idea de que el abuso sexual infantil (ASI) se produce en ambientes desestructurados, de pobreza o en ciertas clases sociales que poco tienen que ver con nosotros. Seguimos pensando que, lejos de inmiscuirse en nuestros sólidos tejidos sociales, los ASI tienen más que ver con la pederastia o con el comercio sexual infantil que con nuestra realidad cotidiana. Hay una tendencia a ver esa realidad como algo lejano y que apenas debería inquietarnos, pero la realidad en la que verdaderamente vivimos no puede ser silenciada y escondida por más tiempo.

Si bien es cierto que la percepción de los ASI está modificándose a pasos agigantados aún queda un largo camino por recorrer. Seguimos viendo esa lacra social como algo que no tiene que ver con nosotros, quizá comparable a un grave accidente de tráfico; somos conscientes de que es algo que ocurre, pero jamás creemos que nos pueda afectar a nosotros. Es de aquellas cosas que inconscientemente pensamos que sólo afecta a los demás. No obstante debemos ser conscientes que las probabilidades de estar involucrados en un caso de ASI son mucho mayores que las de padecer un accidente de tráfico grave. Los números no dejan espacio para la duda: una de cada cuatro niñas y uno de cada seis niños, aproximadamente, ha padecido algún tipo de abuso sexual a lo largo de su vida antes de cumplir los 17 años.

Una vez con los pies en el suelo y reconocida la naturaleza y la realidad de los ASI, digamos que mayoritariamente estos abusos se perpetran dentro del entorno familiar del niño, siendo el padre o padrastro la figura que más habitualmente pasa a convertirse en el agresor. También son abusadores comunes, por este orden, hermanos, tíos, primos, abuelos y, en general, cualquier persona que tenga un acceso directo y continuado con el niño y que le permita ganarse su confianza, como podrían ser maestros, amigos de la familia, sacerdotes, monitores, etc.

Es cierto que también existe el ASI por parte de desconocidos, pero su incidencia es mucho menor. Digamos que los abusos intrafamiliares rondan el 60%. Si le sumamos los perpetrados por conocidos la cifra superaría el 90%. Hay que reconocer que la rápida implantación de internet en nuestra sociedad ha supuesto que avancemos mucho y en positivo, tanto en la información como en la prevención o en la facilitación para crear asociaciones. Su parte negativa, no obstante, es conocida por todos, y si antes los pederastas tenían más complicado su acercamiento a los menores, ahora poseen una herramienta efectiva para sus abyectos objetivos. Todo esto nos lleva a prever que la cifra de abusadores desconocidos pueda incrementarse notablemente en el futuro.

Uno tiende a imaginarse que el abuso sexual infantil es un hecho violento, sin embargo no es así; al menos no el tipo de violencia física que todos podemos tener en mente. En los casos intrafamiliares no es necesaria. Al agresor le basta la intimidación y el poder que le confiere su condición de adulto, lo que sumado a la autoridad añadida que le proporciona ser un familiar habitualmente directo, dejan al menor casi sin posibilidades de escapar de esta triste realidad.

Hay quien piensa que si a un niño le sucede algo así lo diría, pero desgraciadamente pocas veces sucede. El menor casi siempre guarda el secreto, bien sea por miedo, vergüenza, culpa o sentimientos de complicidad, sentimientos inducidos por el agresor y que le garantizan en buena medida la impunidad de que gozará, en muchos casos, toda su vida. Si un niño lo tiene complicado, un adulto no lo tiene mucho mejor. Cuando es capaz de hacerlo, suelen plantearse cuestiones como: -¿Para qué lo voy a contar ahora?- o bien -Sólo conseguiré que sufra mi familia- El peso específico de estos son condicionantes pueden ser abrumadores, tanto como para impedir dar el paso. También hay que decir que detrás de esos pensamientos subyacen causas de más hondo calado que llevan al superviviente a seguir siendo esclavo de su propio silencio. Entre ellas una baja autoestima, un sentimiento de culpabilidad hacia las consecuencias de la revelación, como una posible desintegración familiar, y una acusada sensación de falta de legitimidad para reclamar o exigir cualquier restauración sobre el daño sufrido hace ya tantos años.

Otro factor muy controvertido, desconcertante y tremendamente culpabilizador es el placer ocasional que puede haber experimentado el niño durante los abusos. Cuando eso ocurre se pierde cualquier atisbo de legitimidad a la hora de sopesar la posibilidad de revelar lo que está ocurriendo. Y lo más terrible es que se utilice esa circunstancia por parte de los pederastas para justificar sus acciones. La consecuencia es que el menor culpe a su “cuerpo” por haber sentido placer y traicionarle, lo que de adulto puede traducirse en diversas patologías de mayor o menor gravedad.

Todo lo expuesto hace que se perpetúe la cadena del silencio. La consecuencia final que podemos extraer es que el delito de abuso sexual infantil es una de las transgresiones legales más comunes y menos penalizadas debido a la absoluta impunidad con la que, hasta hace bien poco, ha actuado el agresor. Y a decir verdad, no podemos decir que en la práctica hayan cambiado demasiado las cosas.

El enemigo no está lejos ni es ese ser depravado que vamos a reconocer nada más verlo. Por desgracia no es así; más comúnmente se trata de alguien bien considerado socialmente y que no suele levantar sospecha alguna. El enemigo está en nuestra propia casa, y mientras los que padecimos ASI no seamos capaces de alzar nuestro dedo acusador, el agresor seguirá siendo el enemigo invisible que acecha impunemente desde muchos de nuestros hogares.

http://www.jmontane.es

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Joan Montane Lozoya

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