El abuso de poder
En los albores de este nuevo siglo estamos siendo testigos de la concienciación sobre algunas realidades que, a pesar de haber existido desde que el hombre es hombre, se habían mantenido ocultas, silenciadas y casi siempre alejadas de las miradas sociales y judiciales. Estoy pensando en dos grandes lacras; los malos tratos infligidos a la mujer así como los que sufren los menores, pero sobre todo, con relación a estos últimos, los abusos sexuales de que son objeto, una realidad que nos afecta a todos y en que se esconde la verdadera raíz del problema: el abuso de poder.
Soy de la opinión de que el valor que adquirimos como personas debería basarse en una continuada labor de autosuperación personal. Creo que ese es el camino correcto. Otras actitudes, muy al contrario, lo que persiguen es ser mejor que los demás; demostrar que se está por encima de este o del otro, una actitud a mi parecer errónea y que, en el peor de los casos, eso sí, nos conduce directamente a lo que propone este artículo; el abuso de poder.
El abuso de poder, aunque se pueda hablar de muchas escalas, se sustenta en la incapacidad de ver satisfecha la estima de uno mismo por propios méritos. Vendría a ser algo así como “ya que no puedo ser mejor que los demás, los demás tienen que ser peores que yo”. Entonces aquí de lo que se trata es de humillar, de criticar y de someter a quienes se dejen. ¿Y quienes son los más vulnerables? Los niños, por supuesto.
Se tiende a pensar que el abuso sexual infantil, aunque perverso, se trata de un acto sexual, que la motivación del agresor es puramente sexual. Y lo cierto es que no es así. Es obvio que existe un componente sexual, pero en la mayoría de casos no es el principal, salvando, eso sí, los casos donde el agresor sea un pedófilo, lo que ya de paso, conviene remarcar que supone un pequeño porcentaje de todos los abusos sexuales a menores que se producen. Por poner un ejemplo, un 60% de los abusos tienen lugar en el entorno familiar del niño. Ese es el auténtico problema. Y si bien es posible que dentro de ese 60% pueda haber algún pedófilo, lo cierto es que en su gran mayoría son agresores ocasionales de los que nadie alberga la menor sospecha.
Finalmente llegamos a la conclusión que nos interesa y atañe, sobre la que deberíamos reflexionar y a la que nos corresponde entre todos encontrar soluciones. Cuando un hombre maltrata a una mujer o maltrata o abusa sexualmente de un menor debemos entender que se está produciendo un abuso de poder, y cualquiera que esté un poco informado sobre estos temas sabrá lo terrible de sus consecuencias. Cabe señalar que la mujer también puede incurrir en los mismos comportamientos, pero el porcentaje es mucho menor, sobre todo en lo que respecta a los abusos sexuales.
¿Qué soluciones podemos implementar? Probablemente no estaría de más aumentar las penas de cárcel, procurar una mayor protección para las víctimas y crear más y mejores recursos tanto para las mujeres como para los niños. Desde luego es imprescindible hacerlo a día de hoy. Sin embargo yo abogo por atacar la raíz del problema. Mientras no invirtamos esfuerzos para dar con las soluciones que impidan que estos hechos se produzcan, no estaremos avanzando en el camino correcto. Está bien, por poner un ejemplo, que construyamos carreteras cada vez más seguras, pero si no logramos convencer al conductor de que no vaya a 230 km. por hora, el problema nunca desaparecerá por completo.
La información veraz es una de las herramientas más útiles para concienciar a la población. Pero si esa información no se incorpora posteriormente a la educación poco avanzaremos.
La curación es necesaria y no hay que reparar gastos para generar los recursos necesarios, pero la prevención, basada en la información y en la educación, es lo que nos va a permitir tener en el futuro una sociedad más sana, más solidaria y más feliz.
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Joan Montane Lozoya
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