Levantando murallas
Construyeron una muralla alrededor del país para protección de los enemigos. Fueron muchos los que murieron realizando aquella ingente labor. Actualmente, su propósito original no sirve para nada, porque hay China a ambos lados de la Gran Muralla. Pues bien, mirando atrás en el tiempo, la dichosa obra no sirvió para protección, sino para mal.
La antigua China quería buscar la estabilidad política, cultural y social, buscando protección de las constantes invasiones de los pueblo vecinos. Una sociedad que prometía ser próspera, necesitaba urgentemente ese tipo de estabilidad. Ahí vino la genial idea de la muralla.
La obra protegería a la gente y a la cultura que se había logrado establecer, de la contaminación de los “bárbaros” que varias veces ya habían trastocado y sacudido a la nación. Habría un estricto control de quién entraba y salía y, además, se podría filtrar cualquier cosa que se consideraba indeseable. Genial, ¿no?
Lo cierto es que la Gran Muralla no protegió a China, ya que fue invadida en tres ocasiones distintas, a través de la misma, gracias a que los guadianes fueron sobornados por los invasores. Además de ello, la obra garantizó un atraso político, económico, tecnológico y cultural, de cerca de mil años. A principios del Siglo XX, volvieron a levantar una nueva muralla, en esta ocasión la muralla socio política del comunismo. Otra idea genial que le valdría otro atraso milenial.
Pero no solo las naciones levantan ese tipo de murallas físicas o ideológicas, sino que las personas, consciente o inconscientemente, también levantamos murallas de “protección” a nuestro alrededor. Frecuentemente, las personas que han sido lastimadas por relaciones que terminaron desastrosamente, levantan murallas para “garantizar” no volver a ser lastimadas. Levantamos murallas ideológicas inexpugnables y las defendemos a capa y espada. Nos atrincheramos detrás de nuestras ideas y conceptos religiosos, solo para descubrir que nos hemos quedado aislados del resto del mundo.
No estamos hechos para vivir aislados del resto de la gente, sino para influenciar y ser influenciados, para crecer no solo como individuos, sino como raza. Es, precisamente, ese intercambio de impresiones, acuerdos y desacuerdos, conflictos y soluciones, amores y desamores, gustos y disgustos, lo que promueve el verdadero crecimiento, aunque sea un proceso sumamente doloroso. ¿Escogerás vivir a cara descubierta, siendo vulnerable, o morir tras la seguridad de tu propia “muralla”?
- Basilio Guzmán
http://www.MiDineroVale.com

Basilio Guzmán





































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