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Sarmiento, la verdad se esconde en el armario

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Sarmiento, la verdad se esconde en el armario

Los manuscritos del sanjuanino hacen tambalear al mito.

Una carta de Sarmiento, tan autoritaria, tan insensible, y tan carente de pedagogía, lejos de aportar lo que los funcionarios provinciales creen, pone al descubierto al “verdadero Sarmiento”, aquel que se oculta detrás del “mítico Sarmiento”, y que muchos prefieren que siga en el armario.

El 3 de diciembre de 2010 apareció en una decena de medios gráficos y digitales, la noticia del hallazgo histórico de varios documentos, realizados entre 1858 y 1929, con títulos como “Se encontraron manuscritos de Sarmiento” o “Insólito hallazgo de cartas de Sarmiento”.

En la colorida nota, Rafael Gagliano, un funcionario de la Provincia de Buenos Aires, relato a los medios el contenido de una de las misivas encontradas. Se trata de una carta de 1858, en la que Sarmiento le responde al director de una escuela de Monte, que le consultaba sobre el procedimiento a seguir con un alumno que tenía problemas de conducta. En la misma el “maestro de los maestros” le aconseja la suspensión del alumno durante un año, medida que se complementaba con una visita periódica a los padres del mismo, para observar la evolución del educando durante ese periodo de castigo. El mencionado resaltó para terminar, que lo importante no es la dureza de la sanción del sanjuanino, sino su compromiso con el sistema educativo al responder personalmente a las inquietudes de sus directores, aclarando que esta sanción de conducta escolar no sería compartida hoy por ningún educador.

Pasando en limpio, un director consulta a Sarmiento sobre la actitud que debe tomar ante los problemas de conducta de un alumno, el sanjuanino responde de puño y letra indicando la aplicación de castigos irrazonables –aún para esa época- pero lo importante, para el mentado funcionario, no es el contenido de la carta, sino la celeridad de la respuesta.

Porque quien ha leído realmente a Sarmiento, no puede más que concluir en que la respuesta rápida y personificada, es una forma de condicionar positivamente la perversidad del contenido. Pero quien no se ha preocupado por leer una sola obra de Sarmiento, y solo se dedica a reproducir lo que le han transmitido de boca en boca desde la primaria, suele caer en estos errores de interpretación. En ese sentido, advierto que la importancia que le asigna el investigador al mentado documento, no es precisamente la correcta.

En primer lugar, porque el compromiso referido de la respuesta inmediata, por si solo es un hecho que carece de trascendencia. No se puede pretender mediante un enunciado tan pueril, asignar importancia a la celeridad de Sarmiento en su respuesta, señalándola como su compromiso con la educación, para minimizar el contenido del manuscrito, donde reside el verdadero valor del hallazgo, que es su línea de pensamiento.

Destaco que si los investigadores que vieron las cartas, se sorprendieron porque Sarmiento respondía de puño y letra las consultas, está claro que es porque no había otra forma de hacerlo, no les iba a mandar un mail (sepa respetar el lector mi sentido del humor), es como cuando nos enseñaban en la escuela primaria, que el pobre sarmientito estudiaba a la luz de las velas, sin aclararnos que era el único medio para iluminarse en la época, por lo tanto no lo iba a hacer con lámparas de bajo consumo. Pero no son más que afortunados divagues que luego se repiten inconscientemente, gobernantes, funcionarios, directores, maestros (de ambos géneros) y sus discípulos, dan rienda suelta a una diarrea de elogios. Así como se repite que “Sarmiento nunca faltaba a clase” o que “Sarmiento estudiaba a la luz de las velas”, tal vez ahora –a partir de las apreciaciones de los voceros del hallazgo- se diga que “Sarmiento contestaba en termino” o que “Sarmiento estaba comprometido con la educación”.

Lo que realmente importa, es que a través de la noticia del hallazgo de un documento escrito de puño y letra, muchísima gente conoció al verdadero Sarmiento que estaba oculto en el armario –al menos tuvo la oportunidad de hacerlo- a través de un fragmento de su pensamiento, porque hasta las maestras están convencidas que Sarmiento era incapaz de semejante barbarie.

En ese sentido no cabe duda que el accidental hallazgo, ha hecho un aporte no menos accidental a la historia, poniendo al descubierto las ideas del autentico Sarmiento, que se esconde detrás del mito, que la mayoría desconoce, pero otros conocen muy bien y son los encargados de seguir manipulando la historia oficial, aunque más no sea con el silencio.

Pero la leyenda de Sarmiento cuenta entre sus huestes con necios, incapaces de asumir la verdad, aunque la tengan delante de sus ojos, que o es necesario destacar que nunca ha visto un libro del sanjuanino, pero también con “los vivos”, instruidos y cultos, que conocen la verdad y hablan del “padrastro del aula” con pudor y cautela, pero en el fondo piensan que las cosas así están bien, y por lo tanto, dejaran que el verdadero Sarmiento siga  escondido en el armario.

Como bien dice José María Rosa, la mejor manera de combatir las ideas de Sarmiento es difundir los libros de Sarmiento. En ese sentido se hace muy difícil asumir la defensa de Sarmiento, porque quien pretenda rebatir los argumentos que lo condenan, habrá de encontrar un obstáculo insuperable en sus propios escritos y el presente hallazgo no es la excepción, con la enorme ventaja que proporcionan los medios digitales, de rapidez y accesibilidad, que no brindan los textos olvidados del sanjuanino.

Son sus propias obras las que revelan al verdadero Sarmiento, las que ya nadie lee, pero que tal vez a partir de este hallazgo, muchos curiosos se atrevan a consultar, para finalmente descubrirlo. Un Sarmiento, como dice José María Rosa, tan antiargentino, oligárquico, autoritario, insensible con los gauchos, extranjerizante sin pudores y hasta con jactancia, que basta tener una fibra de argentinidad para sentirse indignado.

Entonces leamos a Sarmiento, en el discurso brindado en el Senado de la Nación el 13 de septiembre de 1859 “... qué servicio prestan a la patria las huérfanas, hijas de padres viciosos o extraviados, ¿Por qué ha de gastar el estado su dinero en alimentar a nadie? Son dineros mal gastados los destinados a colegios de huérfanos, si los pobres se han de morir que se mueran, que importa que el estado deje morir al que no puede vivir a causa de sus defectos…”.

En el diario “El Progreso” del 27 de septiembre de 1844 dice “… Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa calaña no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso. Su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”.

En carta enviada a Bartolomé Mitre, del 24 de septiembre de 1861 dice “Tengo odio a la barbarie popular… La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil… Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden… Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas”.

En informe enviado a Bartolomé Mitre en 1863 dice “En las provincias viven animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor”.

En carta enviada a Bartolomé Mitre en 1872 dice “Estamos por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie… Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que le obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que librarse”.

En un conocido párrafo de sus Obras Completas dice sobre los argentinos que son “una dañosa amalgama de razas incapaces e inadecuada para la civilización”.

En el diario “El Progreso” del 28 de noviembre de 1842 dice “He contribuido con mis escritos aconsejando con tesón al gobierno chileno a dar aquel paso. Magallanes pertenece a Chile y quizás toda la Patagonia. No se me ocurre, después de mis demostraciones, cómo se atreve el gobierno de Buenos Aires a sostener ni mentar siquiera sus derechos. Ni sombra, ni pretexto de controversia queda”.

En el diario “El Progreso” del 11 de enero de 1843 dice “Que no suene más el nombre de los argentinos en la prensa chilena; que los que en nombre de aquella nacionalidad perdida ya habían levantado la voz guarden un silencio respetuoso; que se acerquen a los que por ligereza u otros motivos los habían provocado; y les pidan amigablemente un rincón en el hogar doméstico, de lo que en lo sucesivo serán, no ya huéspedes, sino miembros permanentes. Ahora, no hay más patria que Chile; para Chile debemos vivir solamente y en esta nueva afección, deben ahogarse todas las antiguas afecciones nacionales. Fundámonos en intereses e ideas con las nacionales, participemos de sus afecciones, de sus costumbres y de sus gustos. Hagámonos dignos de ser admitidos entre los individuos de la gran familia chilena y conquistemos la nacionalidad por la moralidad de nuestras costumbres, por nuestra laboriosidad y por nuestros servicios a la causa de la libertad y de la civilización que en Chile como en cualquier otra sección americana tiene amigos y partidarios”.

En carta enviada a Domingo Oro, del 17 de junio de 1857 dice “Fue tal el terror que sembramos en toda esa gente de la oposición… algunas bandas de soldados armados recorrían de noche las calles de la ciudad acuchillando y persiguiendo a los mazorqueros… el 29 triunfamos sin oposición –se refiere a las elecciones del 29 de marzo de 1857-… gauchos que se resistieron a votar por los candidatos del gobierno fueron encarcelados, puestos en el cepo, enviados al ejército para que sirviesen en la frontera con los indios y muchos de ellos perdieron el rancho, sus escasos bienes y la mujer”.

En carta a Bartolomé Mitre del 20 de septiembre de 1861 expone la conocida frase “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla, incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos”.

Es realmente repugnante, porque no son escritos que se han hecho en momentos de ira, son expresiones pensadas y elaboradas que no se pueden dejar de lado, aunque se lo haga tratando de justificar su obra. ¿Pero cuál es su obra? Porque aún queda mucho más para decir del “más grande entre que grandes”.

Si no me cree, busque y lea, hay mucho, pero mucho más, porque ese es el verdadero Sarmiento, el que odia su origen, el que odia lo argentino y odia a su pueblo, al que primero pretende exterminar para reemplazar por anglosajones y luego brindarle una educación perversa, digna de una colonia, con la que se iba a escribir la historia de la Argentina, como decía Mitre, sin olvidar los nobles odios.

Pero cuidado que hay un Sarmiento mito, el que nos mostraron en la escuela, el que como dice José María Rosa, es venerado por las vicedirectoras escolares, por los intelectuales con mente de vicedirectoras, y por los académicos temerosos de malquistarse con los grandes diarios y las grandes editoriales. Es el Sarmiento de los discursos escolares y de los editoriales periodísticos. Un Sarmiento maestro de escuela que ama la enseñanza por la enseñanza misma, hace patrióticas oraciones a la bandera, lucha junto al pueblo contra los tiranos, o brega por la enseñanza laica para acabar con el oscurantismo. Un Sarmiento liberal, pero patriota, enemigo de las tiranías por estar con el pueblo, que crea escuelas para acabar con el analfabetismo, odia a la “barbarie”, porque era realmente barbarie, y quiere a la “civilización” porque era civilizada.

Ese Sarmiento está fuera del alcance de la crítica histórica por su inexpugnable condición de mito, tan perversamente cuidado, que pudo trascender las fronteras, para ser nombrado maestro de América, vulnerando los radares de la verdad, con tanta perversidad que sobrevive a través de los años, casi intocable, hasta que se comienzan a abrir los armarios.

La noticia se completaba con el relato del hallazgo, que ocurrió cuando una empleada de la Escuela N° 1 de la Ciudad de San Miguel del Monte, en la Provincia de Buenos Aires, ubicada a unos 100 kilómetros de la Capital Federal, encontró en un armario viejo, que había permanecido cerrado durante más de medio siglo, una serie de manuscritos, compuestos por 70 piezas que realizadas entre los años 1858 y 1929.

Se agrega en la información, que además se encontraron manuscritos con la rúbrica de Marcos Sastre y de Francisco Berra, en su carácter de directores generales de escuelas y otros que no se dieron a conocer, destacando la influencia que han tenido en el sistema educativo de nuestro país, lo cual es acertado. Pero no sería hora que los medios, tanto gráficos como digitales, además de aportar esta “maravillosa deducción” le informaran al lector quienes han sido los nombrados, que pensaban y que sumaron a la educación de nuestro país.

Finalmente parece que este descubrimiento, les ha dado a las autoridades de la Dirección General de Cultura y Educación, la idea de hacer el museo de la educación bonaerense. Un funcionario  aseguró a los medios que hasta ahora la Provincia de Buenos Aires no contaba con ningún manuscrito original de Sarmiento. Lo que no es más que un error, porque esos papeles estaban bien guardados, vaya a saber con qué objetivo y no se me escapa pensar en que algún temeroso los haya ocultado tímidamente, para proteger al mito.

En todo caso lo que las actuales autoridades harán, es continuar con los museos que en 1944, formaron parte del gobierno de la Revolución del 43, aparentemente para reafirmar los valores y la identidad nacional, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial.

Fue así que las escuelas más antiguas del país, que llevaban el numero 1, sería la sede de los museos que debían contener un archivo con la documentación educativa -histórica y contemporánea- y un registro con los inventarios de artículos escolares, como libros, bancos y escritorios, y donaciones que recibían los colegios de las distintas regiones.

Habrá entonces que ponerse a revisar cuanto armario viejo, de hecho las autoridades de otras escuelas provinciales ya han comenzado a buscar entre sus archivos y muebles documentos históricos como base de los futuros museos regionales.

Bueno, hagan el museo entonces, pero sin Sarmiento, o acaso la provincia no tiene verdaderos próceres que nos liberen de la farsa. Por cuánto tiempo más tenemos que seguir soportando el mito del padre del aula, esta gran mentira de la escuela primaria con la que fui estafado y con la que ahora pretenden estafar a mis hijos.

Sarmiento tiene un solo merito que lo destaca como hombre público, y es el Sarmiento escritor, pero nada más que eso, aunque usara su filosa pluma en contra de su patria como ya lo he señalado. Y reitero, si quedan necios, que acudan a las bibliotecas, lean a Sarmiento, y si pueden, que justifiquen su pensamiento, será sin duda una tarea muy divertida.

Un hombre de la Provincia de Buenos Aires, también destacado como un eximio escritor, autor de una obra que supera a todas las que pudiera haber escrito el sanjuanino, que los maestros, sin pudor, pero también sin culpa, se atreven a analizar como si se tratara de dos contemporáneos amigos, merece ocupar ese lugar, un hombre al que Sarmiento no solo despreció sino que condenó a muerte, el gran José Hernández.

Estimados funcionarios de la educación de la Provincia de Buenos Aires, anímense a conocer al verdadero Sarmiento, basta de tolerar esa farsa llamada eufemísticamente “historia oficial”. Relato mítico que increíblemente los sucesivos gobiernos, aun de distintas ideologías, no se atreven a desnudar para mostrar al verdadero “don nadie”.

Comparto la opinión de quienes piensan que el peronismo se perdió una gran oportunidad en el primer decenio de su existencia, porque no solo le escamoteo el respaldo necesario a los revisionistas, sino que en un momento tan patriótico como fue la nacionalización de los ferrocarriles, se procedió a bautizar a los distintos ramales con los nombres de los principales protagonistas de la historia liberal, entre ellos Sarmiento, ya que solo San Martín y Belgrano reunían meritos de sobra.

En la escuela secundaria no fui un alumno de buena conducta, cualidad negativa que compartíamos muchos en esa época, pero que en mi caso –y en el de tantos otros- se neutralizaba con altas calificaciones. Cursaba el cuarto año, en la hora de contabilidad, una materia aburrida, pero que el profesor la hacía insoportable. Recuerdo que como respuesta a uno de esos desvíos de la conducta, el educador le dijo a un compañero: “… habría que volver a Sarmiento porque usted le saca el cachetazo de la mano a cualquiera…” Nunca me olvide de esta frase, tanto como al profesor de matemática que en primer año amagaba con pegarme porque yo hablaba demasiado. Pero tal vez era mejor que la expulsión, la del sistema de puntos, que si sumabas veinticinco te dejaba afuera. Se llamaban amonestaciones, y que parecido se hace al método de Sastre, según los papiros encontrados.

Desde que empecé la escuela primaria, odiaba los retratos del sanjuanino, como dice Galeano “… en guerra con el espejo…”, me hacía reír lo del alumno que nunca faltaba a clase, porque yo tampoco faltaba a clase, digamos que me resultaba más divertido molestar en la escuela que hacerme “la rata” o como le dicen en España, “la rabona”. Después venía lo del niño que leía a la luz de la vela, en broma nos preguntábamos si no pagaba la luz, después nos dábamos cuenta que ni siquiera Edison había nacido. Simplemente leía a la luz de la vela porque no había otra forma de hacerlo a la noche, pero ahora me pregunto ¿Por qué no estudiaba de día? El himno también nos hacía reír, recuerdo que en la escuela primaria, cuando llegábamos a la parte que dice “gloria y olor” –así coreábamos nosotros- nos tentábamos.

Cuando fui creciendo, los grandes -casi como en secreto- nos divulgaban algunas novedades sobre Sarmiento, tan distintas a lo que nos habían enseñado, que empecé a investigar sobre ese personaje que, desde que me senté por primera vez en un pupitre, tenía bajo sospecha. Cuando se fue corriendo el velo, me dejo de causar gracia su himno y empecé a sentir el olor a la mentirosa exaltación, hasta llegar a otra estrofa, la que lo llama  “… grande entre los grandes…” y me preguntaba ¿qué grandeza? mientras pensaba que si fuera por el método pedagógico de “don nadie” muchos nos quedábamos sin estudiar.

En mi caso, por la mala conducta primero, pero si pasaba el año de control –como recomendaba el sanjuanino en la carta del armario- y terminaba la escuela primaria y la secundaria, seguro que me quedaba sin facultad después, porque como se verá luego, al pedagogo le molestaba enormemente que los jóvenes estudiaran en la Universidad. Lo cierto es que con aquel compañero de secundaria y de travesuras sin límites -que nos costó varias expulsiones- terminamos el secundario en los cinco años y después estudiamos abogacía en la U.B.A. y sin someternos a métodos rigurosos, bajamos las escalinatas de la Facultad con la toga puesta.  

Es que el sanjuanino tampoco tenía mucha simpatía por las universidades, supongo que contando con una educación básica y un grado militar que le arranco a Urquiza, a cambio de no divulgar detalles de su traición, no fuera cosa que algún incipiente profesional lo fuera a dejar intelectualmente rezagado. Bueno, al menos conmigo Sarmiento no se equivocó, porque para esa clase de tipos, es muy peligroso que los ciudadanos aprehendan –si es con hache mejor- pero mucho peor es que razonen y sean leales a la verdad.

Su discurso en el senado del 27 de Julio de 1878 resume su postura al respecto, cuando dijo que “… si algo habría de hacer por el interés público sería tratar de contener el desarrollo de las universidades... En las ciudades argentinas se han acumulado jóvenes que salen de las universidades y se han visto en todas las perturbaciones electorales... Son jóvenes que necesitan coligarse en algo porque se han inutilizado para el comercio y la industria. La apelación de “Doctor” contribuye a pervertirles el juicio... El proyecto de anexar colegios nacionales a la universidad es ruinoso y malo, pues contribuirá a perturbar las cabezas de los estudiantes secundarios e inutilizarlas para la vida real que no es la de las universidades ni la de los doctores. La educación universitaria no interesa a la Nación ni interesa a la comunidad del país... Generalmente en todo el mundo las universidades son realmente libres. Nada tiene que ver ni el estado ni nadie con las Universidades”, realmente es este el consejo digno de un educador que no saca la mirada de Europa.

Lamentablemente, muy pocos divulgan que Manuel Belgrano se anticipa en el proyecto de educar a la población argentina, que luego se le adjudica a Sarmiento, y no solo por el hecho de donar aquellos cuarenta mil pesos, que recibió por las victorias de Salta y Tucumán, que nos contaban en la escuela, dejando de lado una historia mucho más larga, que dejo para la próxima obra.

Porque la historia falaz colgó en las aulas tres cuadros, para que las maestras nos dijeran que Belgrano creo la bandera, que San Martín cruzó los Andes, y que Sarmiento, bueno, se fue a Chile y escribió “barbaros las ideas no se matan” -pero en francés- que es el gran maestro, el padre del aula y todo ese inmerecido homenaje con himno incluido, que el noble Belgrano no tuvo.

Juan Bautista Alberdi, que no se queda atrás si de pensamientos profanos hemos de hablar, parece que al final de su vida tuvo algunos cambios. En sus escritos póstumos “Ensayos sobre la sociedad, los hombres y las cosas de Sudamérica” publicado en Buenos Aires en 1899, señala que “… En nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales, Mitre, Sarmiento y Cía., han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la revolución de Mayo, sobre la guerra de la independencia, sobre sus batallas, sobre sus guerras ellos tienen un Alcorán, que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje…” acaso ¿hace falta decir algo más?

Ahora lo que muy pocos saben, es que el propio Nicolás Avellaneda, su sucesor en la línea presidencial, pero también su otrora ministro de instrucción pública, es quien pone en duda una vez más la tan mentada obra de Sarmiento. A través de un trabajo póstumo, editado en 1910 sobre sus Escritos y Discursos, Avellaneda destaca “… Bajo mi ministerio se dobló el número de los colegios, se fundaron las bibliotecas populares, los grandes establecimientos científicos como el Observatorio, se dio plan y organización a los sistemas escolares, y provincias que encontré como La Rioja sin una escuela pública llevaron tres mil o cuatro mil alumnos... Es la página de honor de mi vida pública y la única a cuyo pie quiero consignar mi nombre. ¿Cuál fue la intervención del señor Sarmiento en estos trabajos, que absorbieron mi vida por entero durante cinco años? El nombre del señor Sarmiento al frente del gobierno era por sí solo una dirección dada a las ideas y a la opinión en favor de la educación popular; su firma al pie de los decretos era una autoridad que daba prestigio a mis actos. Su intervención se redujo, sin embargo, a esta acción moral. Supo el señor Sarmiento que había bibliotecas populares y una ley nacional que las fundaba cuando habían aparecido los primeros volúmenes del Boletín de las Bibliotecas, y éstas convertídose en una pasión pública. El señor Sarmiento no se dio cuenta de la ley de subvenciones y de su mecanismo sino en los últimos meses de su gobierno. Esto es todo y es la verdad”. Realmente este fragmento de la obra me dejo atónito.

Aunque José María Rosa no califique a Sarmiento de traidor, como lo hace con aquel entrerriano –que no necesita nombrar- que se vendió al enemigo de la patria, apelando a las leales convicciones extranjerizantes del sanjuanino, al que describe como el típico ejemplo del actual antipatria, voy a dar un paso más con el debido respeto que el maestro merece (obviamente me refiero a José María Rosa).

En la actualidad ya no quedan dudas de la vocación de traidor que tenía Urquiza, pero Sarmiento también ha sido un gran traidor a la patria, como lo califico Bernardo de Irigoyen, por su aporte a los chilenos, luego el propio Mitre –aunque se olvide de su fracasado aporte de la isla Martin García al Uruguay- porque primero quiso eliminar al argentino y después a los que quedaron, les brindo –como ya he dicho- una educación perversa que sirvió para falsificar la historia, como dice Galeano “…Sarmiento odió a José Artigas…. Traidor a su raza, lo llamó, y era verdad. Siendo blanco y de ojos claros, Artigas se batió junto a los gauchos mestizos y a los negros y a los indios. Y fue vencido y marchó al exilio y murió en la soledad y el olvido… Sarmiento también era traidor a su raza… predicó y practicó el exterminio de los argentinos de piel oscura, para sustituirlos por europeos blancos y de ojos claros. Y fue presidente de su país y egregio prócer, gloria y loor, héroe inmortal…”.

Creo que a esta altura, a nadie le quedan dudas sobre la verdadera personalidad de Sarmiento, y el gran aporte que su educación despiadada le ha hecho a la historia oficial, pero si aún necesita más, solo tiene que tomarse la molestia de leer al mismísimo Sarmiento. Sigan abriendo armarios y saquen ese espantoso cuadro de las aulas.

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por Walter Gangi.

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