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El suicidio II

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Cuando hablamos de asuntos desagradables que afectan a otras personas, entre otras cosas, solemos experimentar una cierta sensación de alivio. Incluso la seguridad o certeza de que, según qué cosas, no nos pueden afectar. Una de ellas es el suicidio.

Las sensaciones más habituales, cuando hablamos de suicidio, pueden ser la extrañeza, la incomprensión o incluso un sentimiento de superioridad. En cualquier caso, para más de uno, existe el convencimiento de que hay ciertas cosas que están más allá de toda lógica. En este sentido encontraríamos desconocimiento, miedo, egoísmo o la simple y llana negación a inmiscuirse y tratar de comprender otros mundos, otras historias y otras realidades.

Algunos hemos deambulado por la vida protegiéndonos con un muro de contención; con ladrillos que, a modo de creencias, experiencias o sueños, nos han librado del aterrador vacío exterior. Sabemos que está ahí, pero hacemos cuanto está a nuestro alcance para no ver aquello que no queremos ver, y como no lo vemos, pensamos que no existe. Y si algún día su existencia nos toca más de cerca de lo que quisiéramos, nos tranquiliza constatar que no tiene que ver con nosotros, sino con los demás.

Quienes nunca han visto peligrar ese muro tampoco suelen comprender a los estigmatizados, aquellos cuya historia les ha condicionado hasta tal extremo la vida que su instinto de supervivencia termina convirtiéndose en una tortura más que conviene superar, y, en ocasiones, termina haciéndolo mediante el suicidio, una de las secuelas más desconcertantes, complejas e inquietantes.

A una persona que ha tomado la firme decisión de suicidarse, de nada le sirve que le hablen de la existencia de otras salidas mejores o de que el tiempo lo cura todo. Estos razonamientos tienen la particularidad de agobiar todavía más al presunto suicida. Si has tomado esta decisión y lo has hecho porque no ves otra alternativa, ¿de qué sirve que te digan que hay otra salida? Si tú no la ves, estos comentarios sólo aumentan tu frustración. Siquiera eres capaz de vislumbrar algo que a los demás les parece tan evidente, con lo que terminas creyendo que todavía eres más inútil de lo que pensabas, reafirmándose la postura inicial de suicidarte.

Cuando le hablamos a alguien que se halla inmerso en este trance, debemos tener muy claro que nos estamos dirigiendo a una persona que se encuentra en una situación muy distinta a cualquier otra imaginable. No tiene nada que ver con lo que conocemos, a no ser que también hayamos pasado por lo mismo, por lo tanto, sería una estupidez decirle que comprendemos por lo que está pasando.

¿Qué podemos decir entonces? Desde luego, ninguna abstracción. Frases como “La vida es maravillosa” no le van a alentar en absoluto; más bien lo interpretarán como una puñalada. Creo que lo único que sirve son los hechos concretos, cercanos…, en vez de la frase “Entiendo por lo que estás pasando”, ya que probablemente no lo entiendas en absoluto; sería más adecuado: “Quisiera entender lo que estás pasando”, o: “Me gustaría estar a tu lado, si me dejas”. Y nunca emitir juicios; los juicios dejémoslos para nuestra propia persona, que es donde siempre deben ser aplicados.

Cuando se llega a plantear el suicidio es porque ya no se vislumbra otra alternativa mejor para uno mismo, e incluso para los demás. Quien decide quitarse la vida también lo justifica creyendo que los demás estarán mejor si desaparece.

Debo confesar que el suicidio me sorprendió por su gran incidencia en los abusos sexuales, asunto del que me ocupo mayormente. Tenemos la lógica tendencia a comparar partiendo de nuestras propias experiencias y percepciones. En el primer caso, debo decir que el suicidio no ha formado parte de mi amplio arsenal de secuelas, y en cuanto a las percepciones, es cierto que siempre la he contemplado como una posibilidad que nos toca muy de cerca…, pero nunca pensé que tanto.

La idea del suicidio no es una ocurrencia que surja sin más ni más; es una larga y constante acumulación de tristeza, soledad, incomprensión y silencio; una nube cada vez más oscura que termina por sobrepasarnos, alcanzando un punto sin retorno, donde ya no vemos otra salida para liberarnos de una vida en la que se agotaron las ganas y los recursos para seguir adelante. A partir de ahí, nos adentramos en una espiral donde se empieza a fantasear con la idea de poner en práctica el recurso definitivo.

En los peores momentos de nuestra vida, el suicidio puede llegar a parecer un mero trámite que viene a confirmar una realidad que uno ya siente muy adentro: la de sentirse muerto. Y si ya nos sentimos muertos en vida, lo único que nos queda por hacer es corroborarlo con nuestra última acción. Por suerte, nuestros planes no siempre se cumplen. A pesar de todo, y aunque al principio cueste creerlo, siempre hay una nueva oportunidad a la que aferrarnos.

El suicidio es el resultado de la exacerbación de todas las demás secuelas. Se rebasa el límite y desaparece cualquier asidero que nos permita ver algún sentido a nuestra vida; una vida en la que ya sólo se percibe sufrimiento y ninguna posibilidad de que pueda revertirse esa situación.

Probablemente, no lleguemos a encontrar una respuesta a la tendencia suicida, como si esta apareciera per se. Hay que reconocer las secuelas asociadas y lograr que disminuya su intensidad, reconociendo su origen, que, en nuestro caso, son los abusos sexuales. Y si podemos recorrer este camino de la mano de otras personas que estén en una situación parecida, tendremos mucho ganado.

http://www.jmontane.es

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Acerca del autor

Joan Montane Lozoya

Comentarios
diane 11 de Mar, 2010
0

una persona que decide suicidarse es valiente o cobarde?

¿Tiene comentarios o preguntas para el autor?
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