La resaca
“Qué buenamjme arshss”, dijo José mientras se colocaba un cigarro entre los dientes para encenderlo, “¿qué, qué?”, preguntó Alex, “Que, qué buena boda la de anoche”. La habitación está extremadamente ácida, José está aun recostado en un sillón percudido donde durmió tapándose únicamente con el saco del traje de donde sacó la cajetilla. Alex se levanta de la cama y los resortes resuenan. La fuerza centrípeta de su cabeza lo vuelve a azotar sobre la cama, “¿bodas? yo ni siquiera me acuerdo de nada, sólo la parte donde decidimos ir al bar el santo en lugar de ir a la reunión de la escuela”.
La noche anterior: Alex y José salieron de su departamento, llegaron al edifico donde sería la reunión de alumnos, no se animaron a timbrar, el ruido de la esquina era como canto de medusas, decidieron entrar al bar el santo. Les llegaron unas bebidas con fuego encima y ahí su destino tomó formas caprichosas y derretidas. Se convirtieron en el alma de la fiesta, su mesa para dos se convirtió en mesa para 18. En repetidas ocasiones, el juego de luces, les hizo un spotlight. Salieron del bar buscando más y comenzaron a colarse en todo tipo de eventos y restaurantes. Cualquier lugar que pisaban se convertía en su reino, donde todos gritaban al son que ellos propusieran, incluso parecía que portaban trajes laminados en oro. Una fiesta los llevaba a otra, el concepto de tiempo y espacio se disolvía como la sal en el agua. Finalmente terminaron colándose en una boda. Se instalaron de tal manera que fueron quienes cargaron al novio, dieron no uno ni dos, más de treinta brindis por los novios, ayudaron a partir el pastel, salieron en todas las fotos, impusieron varias coreografías entre los parientes en el centro de la pista de baile, y bebieron la última champaña mientras los meseros recogían los últimos manteles. “Qué buenamjme arshss”, dijo José mientras se colocaba un cigarro entre los dientes para encenderlo, “¿qué, qué?”, preguntó Alex, “Que, qué buena boda la de anoche”. La habitación está extremadamente ácida, José está aun recostado en un sillón percudido donde durmió tapándose únicamente con el saco del traje de donde sacó la cajetilla. Alex se levanta de la cama y los resortes resuenan. La fuerza centrípeta de su cabeza lo vuelve a azotar sobre la cama, “¿boda? yo ni siquiera me acuerdo de nada, sólo la parte donde decidimos ir al bar el santo en lugar de ir a la reunión de la escuela”.La noche anterior:Alex y José salieron de su departamento, llegaron al edifico donde sería la reunión de alumnos, no se animaron a timbrar, el ruido de la esquina era como canto de medusas, decidieron entrar al bar el santo. Les llegaron unas bebidas con fuego encima y ahí su destino tomó formas caprichosas y derretidas. Se convirtieron en el alma de la fiesta, su mesa para dos se convirtió en mesa para 18. En repetidas ocasiones, el juego de luces, les hizo un spotlight. Salieron del bar buscando más y comenzaron a colarse en todo tipo de eventos y restaurantes. Cualquier lugar que pisaban se convertía en su reino, donde todos gritaban al son que ellos propusieran, incluso parecía que portaban trajes laminados en oro. Una fiesta los llevaba a otra, el concepto de tiempo y espacio se disolvía como la sal en el agua.
Finalmente terminaron colándose en una boda en la playa. Se instalaron de tal manera que fueron quienes cargaron al novio, dieron no uno ni dos, más de treinta brindis por los novios, ayudaron a partir el pastel, salieron en todas las fotos, impusieron varias coreografías entre los parientes en el centro de la pista de baile, y bebieron la última champaña mientras los meseros recogían los últimos manteles.
Lorena Somocurcio
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