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9. El Sagrado Matrimonio de José y María de Nazaret y la Pureza.

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(Este artículo corresponde a la parte Nº 9 del ensayo: “Defendamos a la Iglesia Católica, del Ataque de  ‘De las Puertas del Infierno’”; del mismo autor)

En el catolicismo, debido a que la clerecía, por su propia condición “celibal”, no conoce otras relaciones sexuales que las fornicarias, han terminado en una enredada confusión y han desorientado completamente a los fieles. De resultas de que su pretendido “celibato” los hace “puros y los acerca más a Dios”, se infiere, que un hombre o una mujer que se casen no pueden ser puros; o que de por sí el matrimonio los hace impuros. En esas desdichadas circunstancias manifiestan que el sagrado matrimonio de José y María de Nazaret, no era realmente un matrimonio, sino algo así como un remedo de matrimonio; y la referencia bíblica: “Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús” (Mt 1, 25), la extienden “para siempre”. ¿Cuál ha sido realmente la relación íntima de la madre bendita del Señor y su esposo?, eso lo conocen solo ellos; y no nos atreveríamos a mencionar este pasaje, si ello no resultara una gran desorientación para los matrimonios, a la que conduce la confusión católica. Pues el modelo bendito de matrimonio, para luz de la humanidad, que fue el de José y María, lo muestran deformado; más por su propia deformación, por su conciencia culpable, que por ignorancia. Porque, por su propia condición humana, el matrimonio bendito de José y María de Nazaret, ha tenido que ser un matrimonio humano, por la gloria de Dios. Un matrimonio bendito, para ejemplo y modelo de todos los matrimonios del mundo. Matrimonios, en los que haciéndose una sola carne, los dos hijos de Dios unidos en su compromiso, mantengan una alianza de amor y paz; y en el que el goce íntimo de su amor, lo reconozcan como un regalo de Dios. Una relación de entrega total y de absoluta fidelidad. Matrimonios en los que siendo muy humanos, los dos conyugues guarden la castidad y la pureza. Matrimonios que surgiendo de la gloria de Dios, eleven el agradecimiento de su gozo íntimo como una manifestación del amor de Dios.

Seguramente por su conciencia culpable, los teólogos católicos, han confundido la concepción virginal del hijo de Dios, con una “virginidad” idealista. Ellos no pueden comprender que para mantener la virginidad del espíritu, de la mente y del alma, no es imprescindible la virginidad del cuerpo. La virginidad del alma es la de aquella pura de corazón y de puro corazón; llena de amor y de bondad, solo con sentimientos positivos. Y por el contrario se puede dar el caso de una mujer “virgen” del cuerpo con pensamientos y costumbres lujuriosos, opuestos a la virginidad espiritual. Por lo tanto la única “virginidad” que nos mantiene cerca a Dios es la virginidad espiritual y no la virginidad física.

Y la confusión de los teólogos ha llevado a mayor confusión a los matrimonios católicos, los cuales ven disminuida su propia estima, ya que desde la óptica católica el estado matrimonial resulta de menor categoría que el estado de “celibato” que supone “acerca más a Dios”. Poniendo a los matrimonios en estado de culpabilidad, ya que “se encontrarían más alejados de Dios”. Y en estado de culpabilidad, de los cónyuges, el espíritu se debilita; y el espíritu debilitado se hace más vulnerable ante las tentaciones, sobre todo las de infidelidad conyugal. Cuando resulta todo lo contrario, son los clérigos los que en general estarían más alejados de Dios; no solo por su condición o vulnerabilidad fornicaria, sino que al no criar, ni hijos, ni sobrinos, ni ahijados, ni a huérfanos, ni a los mendigos de las puertas de las iglesias, no crían a Jesucristo; por lo tanto no sirven a Jesucristo, sino a sí mismos; con las santas excepciones de las pocas congregaciones similares a las de la Madre Teresa de Calcuta.

Efectivamente como dice el hermano Manuel Otaolaurruchi, para ver a Dios y entrar en el cielo uno debe ser limpio de corazón; entonces, de acuerdo a las escrituras, el 98% de sacerdotes católicos ni verían a Dios ni entrarían al cielo. Y también tiene razón cuando dice “Dios no pide a nadie nada por encima de sus fuerzas”, por lo tanto a ese 98% de sacerdotes que no tienen fuerza para mantener la castidad, no es Dios quien les pide el celibato, sino un ente totalmente irresponsable, que por amor a los bienes materiales de la iglesia, prefiere mantener a ese 98% de los sacerdotes y otro tanto de monjas, en las garras de Satanás, que purificar la iglesia. Y por supuesto los responsables de esa perversidad, tampoco entrarían al cielo, y ya les dijo nuestro Señor Jesucristo: “Atan cargas pesada y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas” (Mateo 23-4); y pareciera que esta sentencia les queda perfectamente, si es que ellos no están entre el 2% de castos que habría entre los sacerdotes católicos. También es cierto que nadie ha muerto por falta de sexo, al menos no su cuerpo; pero la “falta de sexo” a muchos los lleva a matar su alma, y de esta verdad no escapan ni los sacerdotes ni las religiosas.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mat 5:8); los limpio de corazón serían los célibes o casados que sean castos y que además sean puros; de “corazón puro” como el de los niños; y de “puro corazón” o, puro amor, que tengan el corazón ardiendo de amor a Dios por sobre todas las cosas. Y recordemos que no hay manera de amar a Dios si no es amando al prójimo; amando a todos los que nos rodean, familiares, amigos y enemigos; y amando a todo lo que nos rodea, mascotas, plantas, a nuestro planeta y a toda la naturaleza.

No se pone en duda que hay muchos sacerdotes y religiosas que dominan sus instintos y sus necesidades físicas y se mantienen castos, lo que es muy loable, pero eso no siempre los pone más cerca de Dios; recordemos la respuesta del Señor Jesucristo al monje asceta cuando le preguntó “¿Cuan cerca estoy de Dios?”, pensando que su ascetismo lo había acercado mucho a Dios; pero el señor le contestó: “estas tan cerca de Dios como un zapatero, o como un mercader”. Es posible que sean castos y puros, que no hagan mal a nadie; pero si, enclaustrados en sus conventos, tampoco hacen bien a nadie, dirán que aman a Cristo; pero realmente es a Cristo a quien lo dejan morir de hambre y de frio en el campo, en las calles y parques.

Sí, es cierto que la abstinencia es una virtud que hace crecer al espíritu; y que ofrecer esta abstinencia a Dios, a manera de penitencia, ayuda a la purificación de la persona. Por supuesto que la abstinencia es una virtud que necesitamos cultivar todos los hijos de Dios, sacerdotes o laicos, célibes o casados. Los casados, para ser castos y buscar la pureza; por lo que deberán mantener una abstinencia total fuera de su matrimonio; una abstinencia, y fidelidad total a su cónyuge, aún con el pensamiento.

Y es más, en esta época en que el mercantilismo e inconfesables intereses, han exacerbado la sexualidad de las nuevas generaciones, a niveles peligrosos para la salud social; se hace más urgente promover en la juventud la alternativa de la castidad. La publicidad comercial, que utiliza indiscriminadamente desnudos y sugerencias sexuales, sin ningún respeto ni cuidado de las consecuencias secundarias de sus mensajes; la “educación sexual” mal orientada en los sistemas educativos; así también los programas públicos de control de la natalidad mal calculados; todo ello ha propiciado una cultura de sexualidad desenfrenada. Como consecuencia de ello se ha producido generaciones de adictos al sexo. Y la adicción al sexo o sexolismo está siendo reconocida como una deformación de la personalidad, con consecuencias similares a cualquier otro vicio. Una de las consecuencias del sexolismo, o adicción compulsiva al sexo, es el desastre de la institución del matrimonio con un promedio de 54% de rupturas matrimoniales en casi todos los países, y en Bolivia este porcentaje llega a la alarmante cifra del 72%; lo que ha generalizado las familias monoparentales, cuyo resultado es una oleada de hijos con graves carencias afectivas; y estas carencias a la larga los lleva a reproducir los fracasos matrimoniales de sus padres. Asimismo la cultura de la sexualidad desenfrenada ha convertido a las actuales generaciones en genocidas sin paralelo en la historia, con más de 50 millones de asesinatos por año, en abortos consentidos por la mayoría de la sociedad. Entonces se hace más urgente mostrar a las nuevas generaciones la alternativa de la cultura de la castidad, la cultura del control de sus instintos fuera del matrimonio, como un valor necesario e imprescindible para elevar los niveles de la calidad de vida para las generaciones venideras.

Pero para entrar al cielo, además de la pureza, hay otra condición: Que el Señor nos diga: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme” (Mat 25-34). Pero a aquel, que repita una y mil veces, que ama a Dios, que ama a su prójimo, aunque asista a la eucaristía todos los días, y se confiese todos los días; aunque celebre la eucaristía y predique en “nombre de Dios”, ore de rodillas todos los días y haga NADA por NADIE; a él, el Señor le dirá: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis" (Mat 25-41). Por tanto no es suficiente ser casto, sino que, además, es necesario darle de comer, vestirlo, visitarlo cuando esté enfermo o en la cárcel, al Señor Jesús; que está en cada uno de los que nos rodean, que necesitan que les alcancemos la mano y el corazón. Aliviar al prójimo, hacer algo por él, eso es hacer algo por Jesús o por Dios. Esa es la única llave del cielo, que el Señor a entregado a Pedro, para que él y los apóstoles entreguen a la humanidad.

El sacerdote de profesión que celebra la eucaristía, si bien colabora con Dios, no sirve a Dios, se sirve a sí mismo porque por ello recibe su jornal. El que asiste todos los días a misa, ora permanentemente, y hace penitencia por sus pecados, no sirve a Dios, se sirve a sí mismo. Solamente el que con mucho amor, da de comer al hambriento, viste al desnudo, visita al enfermo o al que está en la cárcel, sirve verdaderamente a Dios, porque Dios está en ellos. “Cada uno morirá por su pecado” y cada uno “guardará su tesoro en el cielo” por su servicio a Dios. Es cierto que solo en la iglesia católica se atiende a huérfanos o ancianos desvalidos en muchos hospicios alrededor del mundo; pero nadie de la iglesia, ni el papa, ni los obispos, ni los sacerdotes, entrarán en el cielo porque las hermanas de una congregación católica atiendan niños o ancianos en su hospicio; por ello entrarán solo ellas, las que sirven a Jesús, porque al servir a los desvalidos están sirviendo a Dios. Así como, tampoco, nadie de la iglesia católica perderá el cielo por los abusos de los sacerdotes pederastas, sino solo ellos mismos y sus encubridores.

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Omar Stanley

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