El elefante en el desierto
El hombre es capaz de interpretar la realidad en distintos modos y con diferentes matices, como cuando los ciegos quieren ver y saber qué es un elefante. ¡He aquí la historia del elefante!
Érase una vez un pueblecito perdido en el desierto. Todos sus vecinos eran ciegos. Un gran rey pasó por la comarca seguido de su ejército. Montaba un elefante. Los ciegos se enteraron y habiendo oído hablar mucho de los elefantes, los movió el deseo de tocarlo para hacerse una idea de qué es un elefante. Doce ancianos y notables del pueblo se pusieron en camino con este objetivo: “Rey”, dijeron, “os suplicamos que nos concedáis venia para palpar el elefante”. “Os la concedo”, respondió el rey, “¡podéis palparlo!”.
Fue así como uno palpó la trompa, otro la pierna, éste la espalda, aquél las orejas, e incluso hubo uno que, por licencia especial del rey, montó sobre la bestia y se paseó. Los doce ciegos volvieron entusiasmados a su pueblo, los otros los rodearon y preguntaron -muertos de intriga- qué tipo de bestia era un elefante. El primero dijo: “Es un tubo enorme, que se alza con fuerza, se enrosca y ¡ay de ti si te pilla!”. Otro afirmó: “Es una columna peluda”. El tercero: “Es como una pared de un castillo”. El que había palpado la oreja dijo: “Es como un tapiz muy grueso, de tejido grosero, que se mueve cuando lo tocas”. Y el último exclamó: “A mí me pareció una montaña que se pasea!”.
Comúnmente, los seres humanos nos enfrascamos en defender nuestros puntos de vista. Tal comportamiento se sustenta en la creencia de que mi punto de vista es más correcto que el del otro y esto es una fuente inagotable de desacuerdos y disputas en cualquier ámbito de nuestra vida.
En la historia de los ciegos se observa que ninguno contrarió a otro, porque cada uno respetó y reconoció como válido el punto de vista del otro. En la vida cotidiana es muy difícil reconocer como válido el punto de vista del otro, en algunos casos, la falta de humildad impide sustancialmente que nuestra conciencia construya un nuevo punto de vista basado en lo que el otro le aporta a mi vida.
Reconocer al otro no significa solamente saludarle con cariño o felicitarle por algún logro, el concepto es más amplio, implica validar constantemente la presencia del otro al aceptarle sus opiniones e inclusive construir nuevas distinciones con base en tales contribuciones
Anónimamente los seres que nos rodean contribuyen en algún ámbito a nuestro crecimiento, seamos por un lado recíprocos al apoyarles en su desarrollo, al reconocerles su aporte en nuestras vidas, y por el otro seamos justos al validar su existencia al respetar sus perspectivas así no coincidan con las nuestras.
¡Qué sabio es aquel ciego que escucha las respuestas de otros ciegos y, así, enriquece la propia!
Jaime Mora Director de www.impulsate.com
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